Antiguo Edificio del Mercado Central Municipal


Edificio antiguo del Mercado Central Municipal, visto desde la 9a. avenida norte. (Foto: Alberto G. Valdeavellano, principios de siglo XX.

Juan Garvaldo

Durante la época colonial y después de haberse proclamado la independencia, la Antigua Plaza de Armas sirvió de plaza pública, habiendo en ella cajones donde eran expendidos ví­veres y artí­culos de primera necesidad.


Historia

El Ayuntamiento de la ciudad de Guatemala, en 1824, elevó al Gobierno un plan para hacer retirar de la Plaza Mayor todos los puestos de venta, trasladándolos al predio situado al oriente de la Catedral (sobre la 9a. avenida, entre la 7a. y 8a. calle de la zona 1), predio amurallado desde 1793, y que serví­a de camposanto de la parroquia el Sagrario (nombre oficial de la Catedral). Este proyecto no se puso en vigor.

Un año después de restablecerse la calma en la ciudad después de los acontecimientos del 1829, el ayuntamiento promovió de nuevo el trámite del expediente iniciado seis años atrás; fruto de estas nuevas gestiones fue la promulgación del acuerdo del 1 de diciembre de 1833, que autorizaba el desalojo de la Plaza Mayor, y traslado de los tinglados y cajones al oriente de la Catedral.

El venerable cabildo eclesiástico, sede vacante, se opuso a este proyecto por tener derechos de propiedad sobre el camposanto del Sagrario, iniciándose largo juicio, que a la postre determinó que, por muchos años, la Plaza Mayor continuara sirviendo de mercado público.

En la época del gobierno del doctor Mariano Gálvez se concibió el proyecto de fundar un mercado en la citada plazuela.

La Asamblea Legislativa emitió un acuerdo el 12 de abril de 1831 sobre el establecimiento de un cementerio general. La idea no fue bien recibida por los opositores, y, más tarde, al hacerse las primeras exhumaciones, se criticaba mucho esta disposición.

Hubo varios de años de problemas con relación a la construcción del mercado por rumores del aparecimiento del cólera morbus, motivada -según se decí­a- por las primeras exhumaciones que se hicieron en el cementerio del Sagrario. Dato este erróneo ya que en Europa hací­a estragos esta epidemia, no existiendo ningún caso en Guatemala, haciendo su arribo hasta principios de 1837 al mismo tiempo que surgí­a una revolución.

Después de la peste, volvió a agitarse la idea de llevar a cabo la obra del mercado, pero se hubo de desistir por haberse suscitado una ruidosa cuestión entre la autoridad civil, algunas personas particulares que deseaban dicha mejora y la autoridad eclesiástica que se opuso a ella manifestando pertenecerle el terreno.

En 1850, el doctor Juan José Uncineña, arcediano de la Catedral, publicó un folleto el que contení­a el alegato de la propiedad de la iglesia sobre el predio del camposanto, pero el ayuntamiento hizo constar que por decretos gubernativos de 1830 y 1833, podí­a hacer construir un mercado, con 48 tiendas y 56 cajones para dar completo desalojo a la Plaza Mayor.

Para dar cima a los deseos del ayuntamiento, el presidente Mariscal Vicente Cerna, después de haber escuchado al Consejo de Estado, por decreto de 27 de abril de 1866 dispuso allanar esta cuestión con el Arzobispo, por medio de la compra del tantas veces citado predio. El señor Francisco de Paula Garcí­a Peláez, arzobispo de Guatemala, aceptó este proyecto y debido a ello, el Gobierno en unión de la Municipalidad, nombraron comisionados para el avalúo del sitio donde serí­a construido el mercado. Pero hasta el 10 de agosto de 1869, el Gobierno acordó la construcción, mediante acciones que fueron tomadas por los más ricos vecinos de la capital.

Después de transcurridos muchos años, el 24 de octubre de 1869 se colocó la primera piedra, con base en el proyecto del arquitecto Julián Rivera, asesorado por don Andrés Pedretti y Don Juan Tonel, y el 15 de febrero de 1871 la obra quedó totalmente terminada. Este edificio se estrenó el 16 de octubre de 1871, al ser servido en él un almuerzo a las tropas que retornaban de reprimir conatos de rebelión en el oriente de la República. A mediados de noviembre de 1871, quedó desalojada la Plaza Mayor de los antiguos puestos de venta.

Construcción

La extensión del edificio era de 150 varas de norte a sur y de 117 de oriente a poniente; tení­a 8 puertas grandes con reja de hierro. El interior era amplio y bien ventilado; parte del techo lo fabricaron de azotea y parte de lámina, cubierto en ciertos lugares, arriba, de tela metálica para evitar la entrada de animales. Los pilares eran de piedra labrada, huecos y por su interior bajaban las aguas en tiempo de lluvias. Poseí­a un estanque con suficiente agua, buenos inodoros y una cloaca que corrí­a subterránea en la 7a. calle oriente o, como se le conoció antiguamente, Calle del Sol.

El edificio estaba dividido en dos partes: Plaza Norte y Plaza Sur. En el exterior, contaba con 64 tiendas ocupadas por ropa, jarcia, colchones, zapatos, suela, loza, cera, sal, etc. En el interior, Plaza Sur, habí­a 76 tiendas llamadas cajones, con ventas de ropa; 210 bastiones, galerí­as, tinglados y puestos corridos.

En el centro se veí­an los puestos de legumbres, frutas y flores, cuya venta, puede decirse, fue más reciente y constituí­a buen negocio durante todo el año, en la estación de lluvias y en la seca. En la Plaza Norte se hallaban las cocinas, las ventas de carnes, granos, especias, etc. El costo del mercado fue de 135 mil pesos. En muchas épocas, el edificio ha tenido importantes reparaciones, principalmente en los techos de zinc y en las azoteas.

Dí­a y noche

El Mercado Central era una plaza con derruida capilla, viejo campanario y sepulturas modestas. Presentaba aspecto sombrí­o y triste, evitando las personas casi siempre caminar de noche por las inmediaciones. Apenas la débil luz de un candil colocado en el camarí­n en la Casa de Dolores (después fue el Gran Hotel Unión) iluminaba a la imagen de una Dolorosa allí­ colocada por el maestro mayor de las Obras del Reino, arquitecto Bernardo Ramí­rez, quien dirigió muchas obras de albañilerí­a al fundarse la Nueva Guatemala.

De él era la Casa de Dolores, y a su muerte dejó la suma de 200 pesos para que con los intereses de ese dinero se compraran las velas o el aceite para el candil que debí­a iluminar el ya citado camarí­n de la Virgen.

La soledad y el silencio después de las seis de la tarde hací­a de la plaza un recinto lúgubre y peligroso por los muchos asaltos que cometí­an los lanas (delincuentes peligrosos de esa época).

En los distintos departamentos, habí­a estricta vigilancia encargada a dos empleados y un grupo de agentes de policí­a municipal. Isidro Gándara y Gálvez hací­a su visita diaria todas las mañanas, así­ como también el concejal encargado del ramo.

En tiempos de antaño solí­a haber riñas, pero no pasaba de insultos, o lo más grave era darse de arañazos en la cara, siendo muy remotos los delitos de sangre: ¡casi nunca se miraban!

Por las noches, el edificio gozaba de luz eléctrica. A las seis de la tarde en punto vendedoras y compradoras salí­an del establecimiento, quedando las puertas cerradas hasta el siguiente dí­a a las seis de la mañana, hora en que comenzaban los trabajos de aseo, encomendados a cuadrillas de trabajadores.

Durante el dí­a, el Mercado Central se asemejaba a una inmensa colmena. A ciertas horas del dí­a se hací­a difí­cil el paseo en el interior del mercado, debido a la afluencia del público; el mayor número de personas concurrí­an entre nueve y once de la mañana.

Años recientes

El viejo edificio del mercado fue dañado por los terremotos de 1917 y 1918, pero fue reconstruido, sirviendo a la gente hasta 1976 cuando fue derribado parcialmente por el terremoto de San Gilberto. Por una decisión del ex alcalde José íngel Lee Duarte (1982-1985), se mandó demoler desde sus cimientos para hacer un hoyo antiestético, y así­ se mantuvo por mucho tiempo.

Ahora el Mercado Central luce bonito y cumple la misión para lo que fuera creado. En la época navideña, se ubican ventas de artí­culos especiales de la época en la Plazuela del Sagrario y todo se torna con una vista espectacular, con aromas a manzanilla y pino, aserrí­n de vistosos colores, pastorcitos, angelitos de barro, etc.

Las vendedoras al igual que ahora eran gente muy buena y servicial, muy trabajadoras, amigas de los dicharachos y siempre muy dispuestas a ganarse la vida honradamente.

En ciertas fechas del año se formaban en el mercado alegres pachangas, al compás de marimbas bullangueras, entonces todas ellas se tornaban felices y alegres.