Los aguaceros de los últimos días han sido catastróficos y el saldo lamentable de víctimas es suficiente para provocar desazón entre los guatemaltecos. Sin embargo, y por terrible que pueda ser lo hasta hoy ocurrido, hay que entender que apenas estamos en la mitad de la temporada de lluvias y que el efecto del agua es acumulativo, por lo que es responsabilidad de las autoridades hacer esfuerzos por mitigar los daños para que en los meses que quedan de invierno se pueda prevenir desastres.
Hace algunos días, antes de que se produjeran estas tragedias, escribimos de la enorme vulnerabilidad del territorio nacional, acrecentada especialmente por las condiciones de pobreza que hay en muchos sectores que son los más expuestos. La gente más pobre no sólo es la que tiene que asentarse a vivir en laderas, sino que también depende de la leña para generar energía y por lo tanto contribuye a la deforestación existente que es uno de los agravantes que presenta nuestra geografía.
Porque si bien siendo un país montañoso las corrientes de agua en invierno se multiplican, también hay que ver que no existe ninguna política de protección de cuencas ni de las laderas de los barrancos, lo que los convierte en trampas mortales para quienes por necesidad agobiante tienen que invadir terrenos en esas localidades.
Con pena tenemos que decir que lo que hasta hoy hemos visto no es todo lo que provocará el invierno en materia de desastres. Dios nos libre de la posibilidad de que alguna de las tormentas fuertes se dirija hacia nuestra región porque ya hemos visto que no hace falta un impacto directo para sufrir daños que no logramos superar ni siquiera después de muchos años. Desafortunadamente las condiciones de vida de la mayor parte de la población son tan precarias que convierten su subsistencia en un reto diario por el riesgo permanente a que se ve expuesta.
Insensato sería decir que es responsabilidad de este gobierno lo que pueda ocurrir en los próximos meses en materia de catástrofes por efecto de las lluvias, pero sí queremos alertar para que se hagan esfuerzos redoblados para atender a quienes viven en esos lugares donde es tan alto el riesgo y para prevenir que puedan morir más personas. Lamentablemente no podremos evitar deslaves y derrumbes porque el daño a la geología ya está hecho y no se puede revertir en el corto o mediano plazo, pero al menos una adecuada identificación de los lugares de más riesgo podría ayudar a implementar planes de evacuación y asistencia más adecuados y realistas que ayuden a impedir que la gente muera como consecuencia de las avalanchas de lodo. Ojalá que viendo lo ocurrido estos días, se pongan realmente las barbas en remojo.