Los profesores hicieron hasta lo imposible por desesperar a la única alumna de sus clases, pero ésta, lejos de abandonar las aulas, más se aferraba a ellas.
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Y esta discriminación no era sólo de parte de sus catedráticos, sino también de sus compañeros; a pesar de eso, la joven les demostró a todos lo que una mujer es capaz de hacer cuando se lo propone.
Fue así como, en medio de los aplausos de los suyos, y las miradas de odio de sus contrarios, recibió su diploma de graduación y los honores reservados al mejor estudiante en la historia de la universidad.
Esto le sirvió de estímulo para seguir superándose, y en 1983, recibió el Premio Nobel de Fisiología y Medicina. Bárbara McClintock se ganó con creces el derecho a figurar entre los grandes de la historia.
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