El tres de mayo del año 2008, a las 11:00 horas, viajó a la Casa del Padre, su excelencia monseñor Jorge Mario ívila del íguila. Serios quebrantos de salud le afectaron los últimos días de su existencia física. El Señor le ha llamado y deja, a quienes le conocimos y le apreciamos, un dolor y un vacío difícil de explicar, pero contradictoriamente reconocemos que ya goza de la vida eterna que Dios en su infinita misericordia depara a quienes, como monseñor ívila, gastaron su existencia en favor de la humanidad, de los más necesitados, de los hermanos marginados.
Su herencia es el compromiso con los pobres, con la familia, con los profesores, a quienes tanto reconoció y valoró. Estas breves líneas son un homenaje al pastor que siempre tuvo palabras de aliento y siempre desarrolló un trabajo pastoral admirable y profundo. Monseñor ívila perdurará para siempre como la persona que con su vida y su ejemplo enseñó y facilitó el aprendizaje, desde una perspectiva educativa y educadora que privilegia a la persona humana, conceptualizada en el ser humano, creado a imagen de Dios. De allí su dignidad. Esa idea, núcleo de la doctrina social de la Iglesia, la vivió y con ello contagió su entusiasmo legítimo y su incansable ejemplo de trabajo fecundo a quienes brindó su amistad y su cariño. Una de esas personas que tuvo el privilegio de compartir experiencias inolvidables de aprendizaje y de apoyo es quien escribe esta breve síntesis de su personalidad como sacerdote, como obispo, pero sobre todo como persona.
Monseñor Jorge Mario ívila del íguila nació en la ciudad de Guatemala, el 19 de abril de 1924. Fue ordenado sacerdote el 7 de noviembre de 1948 y consagrado obispo el 15 de enero de 1983. Realizó sus primeros estudios en el colegio «Casa Central», de la congregación de las Hermanas de la Caridad. Fue allí donde lo conocí, como capellán del colegio. Yo iniciaba mi carrera de profesor en la academia Virgen Poderosa. Monseñor ívila realizó estudios en El Salvador y luego se graduó de Licenciado en la universidad Santa María La Antigua, en ciudad de Panamá. Luego realizó sus estudios de doctorado en la universidad de Friburgo, en Suiza. Se doctoró en Pedagogía, con la distinción máxima summa cum laude.
A su regreso de Europa inició su trabajo pastoral como párroco del templo Nuestra Señora de las Misericordias. En pleno desarrollo de su trabajo en la parroquia, es invitado por la universidad Del Valle para realizar una investigación y dictar cátedras. Ya preparado para presentar su proyecto de investigación es llamado a ocupar el cargo de Vicario Apostólico en el Vicariato Apostólico de Petén. Trabaja intensamente en esta región cuyas características socioeconómicas le impresionan mucho. Realiza las visitas pastorales a las parroquias de Petén, donde constata la miseria y el abandono en que se encuentran las personas y las familias de ese departamento. Inicia diversidad de programas sociales, sobresaliendo el famoso proyecto de «Las escuelas del Vicariato», pioneras de muchas escuelas oficiales hoy existentes. En varias ocasiones me comentó las vicisitudes que vivió en pleno conflicto armado interno, para poder facilitar algún apoyo a personas, familias y comunidades que sufrían los estragos de esa guerra interna en la que se perdieron tantas vidas humanas. Es por esta época que lo nombran por primera vez Presidente de la Comisión de Educación de la Conferencia Episcopal. Inicia un programa ambicioso: La pastoral educativa. Gracias al apoyo de sus hermanos obispos, logra integrar un equipo nacional de pastoral de educadores, con delegados diocesanos de las entonces doce diócesis de Guatemala. Su entusiasmo y su trabajo intenso, contagió a profesores, religiosos y obispos. Dejó las bases para que otros obispos fortalecieran el «proyecto nacional de la Pastoral Educativa», que aún está vigente, debido a su increíble actualidad. Los criterios y características, elementos y propuestas de ese proyecto aun son válidos en su mayoría. Pero, quizá su mayor logro fue entusiasmar a sus hermanos obispos, para desarrollar y publicar una carta pastoral, hasta hoy no superada: «Educación desafío y esperanza», publicada el 19 de abril de 1987, en la Pascua de Resurrección. Este documento es referente obligatorio para quien se dedica seriamente a la educación.
La Pastoral de Movilidad Humana fue una de las tareas que le encomendó la Conferencia Episcopal de Guatemala. Fue creada y desarrollada con particular entusiasmo y profesionalismo. Tres grandes ámbitos desarrolló: el acompañamiento pastoral en el retorno de los refugiados guatemaltecos en México, derivado del conflicto armado interno. La instalación de la oficina de enlace para Centroamérica de la Comisión Católica Internacional de las Migraciones y las bases para establecer la Casa del Migrante en la ciudad de Guatemala. Como presidente de la instancia mediadora, para el retorno de los refugiados con dignidad y seguridad, ocupó un lugar extraordinario su excelente trabajo mediador. El diálogo fue fructífero y efectivo. Su pensamiento sobre este tema se resume en la frase «fue meta común de los refugiados representados por las Comisiones Permanentes (CCPP) y del Gobierno representado por la Comisión Específica para la Atención de los Refugiados (CEAR), realizar el retorno dentro de un marco humano jurídico que asegurara un mínimo de condiciones para un regreso a la patria digno y organizado. Recuerdo en esta experiencia las incontables y largas reuniones de trabajo de monseñor ívila, sus viajes relámpago de Jalapa a Guatemala y viceversa. Las reuniones con el presidente Jorge Serrano Elías y Ramiro de León Carpio, con ACNUR y tantas más en las que demostró su habilidad y su profesionalismo para tratar asuntos muy delicados y de trascendencia política y social para Guatemala.
A nivel centroamericano impulsó tres grandes proyectos: La pastoral Educativa de Centroamérica, Copeca, la Pastoral de la Movilidad Humana por medio de la oficina de enlace de la Comisión Católica Internacional de las Migraciones y el equipo teológico centroamericano que produce dos estudios serios y profundos sobre el problema de las sectas protestantes fundamentalistas. Además coordinó la publicación de una Carta Pastoral Centroamericana: «Construyamos la paz en Cristo», como secretario del Sedac, Secretariado Episcopal de América Central. Como presidente de la Conferencia Episcopal de Guatemala fue entusiasta promotor de una de las cartas pastorales más oportunas y educativamente más significativas: Urge la verdadera paz. Publicada en julio de 1995.
Por razones de espacio no es posible ampliar estos temas, pero no quiero cerrar el presente homenaje póstumo sin agregar algunas de sus muchas y valiosas ideas que en incontables ocasiones fueron y son referentes de valioso aporte social: «El ideal democrático no se realizará por sí solo. Exige como condición ineludible el esfuerzo común por la libertad, la solidaridad, la defensa de los derechos, la aceptación de responsabilidades y el desarrollo integral de todos los guatemaltecos».
«La educación no se propone como finalidad formar la sociedad sino formar al hombre guiándole a la realización más perfecta de su personalidad que necesariamente abarca el aspecto social. En la medida que la escuela logre una buena formación de los educandos estará influyendo positivamente en la sociedad.»
«En el proceso democratizador el maestro tiene la oportunidad de forjar constructores de la sociedad; en el camino de la paz el maestro tiene la oportunidad de formar constructores de la paz; en el andar del desarrollo integral el maestro tiene la oportunidad de capacitar con la educación no formal a los injustamente marginados de la educación escolar.»
El 22 de abril de 1994, la revista Crónica publica, con una fotografía de monseñor lo siguiente: «La elección del obispo de Jalapa, Jorge Mario ívila, como presidente de la Conferencia Episcopal (CE) marca un cambio de estilo en la máxima entidad católica del país. A diferencia de muchos de sus colegas, ívila ha realizado un silencioso pero efectivo trabajo en la repatriación de refugiados».
El 7 de octubre de 1997, la Conferencia Episcopal de Guatemala publica su obra «Al servicio de la vida, la justicia y la paz». En la presentación, como presidente, monseñor ívila dice: «nuestros documentos pastorales han sido escritos con la mirada atenta en el acontecer humano guatemalteco que era deber nuestro iluminar y con la mirada puesta en Cristo cuyo mensaje de verdad, de amor, de justicia y de esperanza debía resonar en nuestros escritos episcopales». La colección de documentos que hoy publicamos cubre un largo lapso de tiempo, un giro de la historia de Guatemala durante la cual vivimos «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren que (como proclama el Concilio Vaticano II), son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo». (G.S.1).
En junio, cuando se celebra el Día del Maestro, es oportuno reconocer el trabajo fecundo de un hombre que con pasión entregó su vida, su trabajo y su intelecto a la educación y a los profesores en particular. Una vez monseñor ívila se disgustó mucho porque los medios destacaban más lo negativo, que lo positivo del educador como persona y como ser social. Decía con frecuencia, «sólo quien ha trabajado como maestro comprende en profundidad la noble tarea de ser maestro».
Finalizo este breve homenaje a mi maestro, con una frase que encierra todo lo que es ser maestro: «más vital que programas, contenidos, currículos, es el maestro quien con su vida y su ejemplo hace que el estudiante se transforme en verdadero constructor de la sociedad».