Eduardo Sac: inercia histórica, resistencia artí­stica


Juan B. Juárez

En toda obra de arte están implí­citas concepciones filosóficas o poéticas del hombre, de la sociedad y del mundo que rara vez encuentra la forma expresiva armoniosa y equilibrada que las concilie; lo más común es que las obras de arte expresen la relación dialéctica que existe entre esas concepciones caí­das en contradicción, incluso en la conciencia de un mismo individuo, y la resuelvan en forma de una aspiración ideal, o la denuncien con un realismo crí­tico que pone en evidencia el no cumplimiento de ciertos valores humanos en el mundo real y concreto. En ambos casos, el artista apela a una conciencia estética situada en el umbral del ámbito moral y ético de la sociedad y la cultura.


En las esculturas de Eduardo Sac (Quetzaltenango, 1957) el ser humano está concebido como un ser que tiene a la plenitud como destino; y de allí­ que sus formas tiendan a la verticalidad, en abierta oposición y desafí­o al peso de la sociedad y del mundo cuya inercia es más bien aplastante. En su caso, de artista quetzalteco de origen indí­gena en el contexto de la cultura «oficial» guatemalteca, la oposición entre su concepción del hombre y la de la sociedad que se manifiesta en su obra no es un simple trasfondo conceptual para resaltar el dramatismo con que sus esculturas sufren el mundo sino que alude a la situación real que da carta de genuinidad a sus heroicas figuras en trance de resistir y erguirse. Es más, es precisamente esa oposición en la que está puesta toda su atención de artista y la que centra su trabajo escultórico en el tenso esfuerzo de resistir y levantarse, y de vencer la aplastante fuerza de la historia.

Los temas de su escultura figurativa y, por así­ decirlo, í­ntima, son cargadores, carreteros, personajes rezando; sin embargo, el núcleo de su expresividad no está en la pasividad del simple soportar el fatal peso del mundo, del destino o de la culpa que dramáticamente padecen sus personajes sino en el poderoso esfuerzo de levantarse, o más exactamente, en la fuerza concentrada en el acto de mover y cambiar algo. Así­, en la estructura significativa de sus esculturas, la fuerza de la voluntad artí­stica encuentra su cumplimiento en el movimiento que, en última instancia, empuja hacia arriba, heroicamente. Con esto se pone de manifiesto que la fuerza formativa del artista tiene un origen y un destino, una razón de ser, que sus obras comunican de una manera directa e impactante.

La estilización geométrica que guí­a su hacer escultórico tiene, en efecto, el sentido de concentrar la fuerza y el esfuerzo de los personajes -y del artista- en una unidad expresiva que exige decirse en un solo aliento, sin preciosismos técnicos o golpes de efecto teatrales que desví­en la atención a lo que se dice con tanta convicción entre tantas dificultades. La resistencia bruta de los materiales a la intención del artista de dar significado a lo inerte, reproduce en el nivel técnico las contradicciones que se expresan en el plano conceptual y formal: el destino de lo simplemente material -sea este la piedra o el hombre histórico cosificado? es encontrar la forma y el significado que corresponde a su plenitud.

Esta tensión que se manifiesta en su trabajo figurativo se resuelve sin conflicto en las formas decididamente verticales de sus esculturas abstractas, en las cuales se supone poéticamente que el ser humano ha vencido el peso aplastante de la historia, de la cultura impuesta y de la sociedad opresiva, y despliega, en espacios públicos, los sí­mbolos de su plenitud.