Carlos Mérida. De las «Relecturas» de la Bienal de Arte Paiz 2008


En una de sus obras más tempranas y que se hallan en esta exposición de la Bienal, resolvió su obra de manera realista en los rostros de las jóvenes indí­genas (1925).

Luis Raúl Navas Escobedo

La XVI Bienal de Arte Paiz ha revolucionado el concepto de los pasados eventos. Dispersa en la ciudad de Guatemala entre las zonas 1, 4, 10 y 13, se ha convertido en un agradable «festival de arte», que conjuga muestras, instalaciones y conferencias, además de las visitas guiadas. Realmente ya es un éxito. No digamos la afortunada premiación para el joven colectivo La Torana, que recibió el Glifo de Oro por la obra «Latin Toys» (cuya sí­ntesis es violencia intrafamiliar en la vida cotidiana guatemalteca).


Mérida exploró las artes aplicadas a la danza y recreó en una serie de carpetas los bailes mexicanos.Son particularmente reseñables, las carteras de fósforos de Litografí­a Zadik.

De las primeras muestras inauguradas, el pasado sábado 5 de julio, tuve la sorpresa de ver en la programación y expectativa de reencontrarme con la obra de «íconos del Arte Nacional», en la serie «Relecturas», en la sala de arte «Graciela Andrade de Paiz», donde se halla la obra de los artistas Roberto González Goyri (Guatemala, – 2007), Wilfreda López, Francisco Auyón (1968-2007) y Carlos Mérida (Guatemala, 1891 – México, 1984).

Reseñaré de las «relecturas», la obra de este último. La muestra está conformada por los fondos del Museo de Arte Moderno que lleva el nombre de este artista, institución que ha cedido en préstamo las obras para esta oportunidad.

Mérida nació en la ciudad de Guatemala en 1891, y muy joven inició su obra para darla a conocer. Para 1910, en la ciudad de Quezaltenango hizo su primera exposición en la sala del diario «El Economista», apoyado por Jaime Sabartés, quien presenta su primera exposición personal, la cual fue catalogada por el crí­tico argentino Damián Bayón (1916-1995), como la «primera exposición de arte moderno en Latinoamérica».

En 1912 viajó a Parí­s acompañado del novel artista Carlos Valenti (1888-1912). Regresó a Guatemala al iniciar la Primera Guerra Mundial en 1919. Se trasladó a México, donde estableció su residencia hasta su muerte.

En 1916, con el escultor Rafael Yela Gí¼nter (1888-1942) y el músico Jesús Castillo (1877-1946), Mérida inició la investigación que fundamentara la corriente artí­stica que se conociera como «Americanista».

Esta etapa incidió en la percepción del arte que se tení­a en Guatemala. La obra de Mérida estuvo inmersa en las vanguardias de la época. Exploró en la aplicación de los signos propios de las culturas mesoamericanas, lo cual dio paso a la exaltación de la identidad guatemalteca.

En México, se unió al muralismo mexicano, y propuso su propio discurso, con base en su experiencia anterior y basado fundamentalmente en los aspectos de las lí­neas básicas de la identidad maya.

En una de sus obras más tempranas y que se hallan en esta exposición de la Bienal, resolvió su obra de manera realista en los rostros de las jóvenes indí­genas (1925). Sin embargo, ya se traducí­a la simplificación y resolución plana del conjunto.

Mérida, como Director de la Escuela de Danza de la Secretarí­a de Educación Pública del Gobierno de México (1932), exploró las artes aplicadas a la danza y recreó en una serie de carpetas los bailes mexicanos.

En 1944, en la serie dedicada al «Popol Vuh», exploró la simetrí­a de los trazos en los detalles faciales de esta temática maya-k»iche».

Polifacético, realizó una variedad de obras: ilustraciones, en portadas de libros o guardas de revistas, mapas, guí­as turí­sticas, libros infantiles, logotipos, catálogos, postales, carteras de fósforos y tarjetas de Navidad. Son particularmente reseñables, las carteras de fósforos de Litografí­a Zadik, en donde se reprodujeron las obras más clásicas del maestro y expuestas en esta oportunidad, en un primer contacto con la obra de Carlos Mérida para las generaciones de la segunda mitad del siglo XX.

Como epí­logo, se encuentra el diseño realizado para la portada de «El hombre que parecí­a un caballo» (1915), novela de Rafael Arévalo Martí­nez (Guatemala, 1884 – 1975). Esta ilustración será el indicio y el inicio de la modernidad que plenamente sentó sus reales en Guatemala en 1915, sintetizando en trazos simples y geométricos el objeto de la novela.