Jaime Barrios Peña
La obra plástica de Jacobo Rodríguez Padilla (Guatemala, 1922) ha sido motivo de estudios y comentarios biográficos especiales. Se trata de una figura relevante en el movimiento cultural guatemalteco de las últimas décadas. Las variaciones expresivas en su trabajo giran alrededor del hombre y la naturaleza en una acción constante de globalización de dichos elementos esenciales. Queremos rescatar en esta referencia el espíritu revolucionario del artista en favor de la justicia social y el respeto de la persona humana; herencia valorativa de su padre así como el decidido amor en favor de la creación artística como medio de libertad.
El cultivo del mural fue permanente en Jacobo, siguiendo las huellas de Carlos Mérida (Guatemala, 1891 – 1984) a quien admira, así como a los muralistas mexicanos. Consideramos que su primer viaje a Petén, en compañía de Grajeda Mena (Guatemala, 1918 – 1995), le impactó profundamente, influenciándole en su creatividad. A este período le podemos llamar autóctono, impregnado de las modalidades mayas en todas sus expresiones. El tema indígena en forma directa se hizo presente. Luego en México, su conmovedora vivencia estética frente al muralismo y su aproximación a Diego Rivera (México, 1886 – 1957), consolida su vocación por las propias tradiciones y el mensaje popular.
El otro período responde a su estadía en Europa, especialmente en París, ciudad que ama con la misma pasión con que la amó César Vallejo (Perú, 1892 – 1938). Hace muchos años viajó becado en unión de Eduardo de León y se radicó por largo tiempo en Francia. En París conversamos hace cuatro años con Rodríguez Padilla sobre su intenso trabajo plástico en esa ciudad francesa que, para él, mostraba su historia por las calles como lo percibió en Tikal. Recordamos a los amigos en común y los lugares donde crecimos y estudiamos en la Nueva Guatemala de la Asunción. Fue en esa oportunidad cuando captamos algunas constantes de su discurso poético y sus más relevantes experiencias estéticas en América y Europa. Siguiendo la tradición de su padre, brillante retratista y fundador de la Academia de Bellas Artes de Guatemala, Jacobo Rodríguez Padilla continúa en la búsqueda del desarrollo moderno de la plástica guatemalteca y al mismo tiempo la revalorización constructiva de sus signos propios. Su sensibilidad social en su marca primigenia le impulsa a la tarea de consolidar la conciencia nacional y las raíces autóctonas. En unión de otros artistas y escritores de su tiempo fundaron el grupo Saker-ti (Amanecer, en kaqchikel), grupo que respondía a los movimientos renovadores que se produjeron en Guatemala con la revolución octubrista.
Jacobo Rodríguez Padilla coagula una plástica que no se rige por las categorías de tiempo y espacio convencionales. La sobreposición de imágenes y los planos heterogéneos, nos muestran nudos de rebelde intransigencia y descomposiciones lineales y cromáticas que manifiestan la necesidad de penetración al subsuelo de lo cotidiano, con el fin de explicar las incógnitas que encierra la azarosa vida del hombre y sus limitaciones.
Aproximarnos a su trabajo creador, exige activar la inteligencia y la sensibilidad, para llegar a la estructura de su organismo lineal y colorista y su vibración vital constante. En este esfuerzo creador, nos muestra los elementos sensibles que emergen del ser particular del artista y sus relaciones con el otro y con el mundo.
Jacobo Rodríguez Padilla proviene de la Guatemala más profunda, un país de incandescentes combinaciones míticas que se desplazan por una ruta cósmica y mágica, en donde su visión del mundo se condensa entre el dolor de la existencia y los lenitivos celestes. En esta dirección el artista es congruente con la tradiciones, las leyendas y la fábula que permiten aproximar el cielo con la tierra, en un punto donde la contradicción cobra sentido y las polaridades a su servicio alcanzan el milagro de lo ilimitado y el Uno, en un intento de acercar los opuestos. Pensamiento micro y macrocósmico que ya intuyeron los mayas en su busca de infinito.
Todo puede suceder en el mundo subyacente de Rodríguez Padilla; el cansancio que produce la arbitrariedad y el efecto desesperante de la violencia y la deshumanización. ¡Salvemos el mundo de la creación artística!, parece decirnos en su obra plástica, en este sentido reclama el derecho de la supervivencia del ser humano en una dimensión alternativa al mundo hostil, a través de la novedad y la excelencia que permiten reconstruir la digna supervivencia en una sociedad más igualitaria, justa y fraterna. Para el caso es congruente con la afirmación nietzscheana, en cuanto a la raíz nutricia inclaudicable del acto creador que parte del Uno primordial en el mundo onírico.
Nos encontramos frente a dos murales del pintor que consideramos representativos dentro de la magia de su mundo pictórico. Se trata del fresco clásico del Centro de Vacaciones, Roquebryne- la Gaillarde en Francia, de 25 metros cuadrados aproximadamente, y el mural del Museo Nacional de Antropología e Historia de México. ¿Qué vemos y que sentimos como vivencia estética integral frente a estos murales? En ambos, los elementos figurativos difieren en cuanto a significación. En el mural de México, predomina la lucha contra la naturaleza, el trabajo humano constructivo como digna supervivencia en la tradición aborigen de nuestros pueblos y la simbolización religiosa premonitora, en las concepciones de la civilización precolombina. En el mural de Francia, los elementos figurativos señalan relaciones expresivas del ser humano en el amor, la familia y la vida doméstica dentro de un ambiente de aproximación rítmica a lo cósmico y a la ritualidad delicada de los hechos trascendentales de la existencia.
Dentro de esa constante que venimos definiendo, este artista guatemalteco es un adicto al movimiento perpetuo; las figuras escapan de sus contornos para iniciar un viaje sin fin cierto. Jacobo Rodríguez Padilla levanta la reconstrucción del ser humano, en un sentimiento ilimitado del territorio propio de los sueños y los mitos eternos.