No siempre nos es fácil comprender a otras personas o interactuar en los diferentes ámbitos sociales con las mismas. Existen diferencias de orden social, genérico, económico, educativo, cultural, étnico, religioso y político. Por lo que se entiende que todas y todos nosotros seamos seres distintivos, únicos, singulares y por lo tanto nos manifestemos, actuemos, sintamos y nos relacionemos de diferentes maneras.
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Las diferencias no deberían constituirse en problemas antagónicos irresolubles y definitivos. Cada diferencia ejerce la posibilidad de engrandecer a las personas y a la sociedad en general. Lo importante lo constituye el aprendizaje del respeto y la tolerancia ante cada una de las mismas.
Pienso en lo particular que este aprendizaje no es fácil, pero, al existir la voluntad de realizarlo se puede llegar a convertir en un hábito personal y a la vez social. Ejercitarnos en la tolerancia significa escuchar, visualizar, imaginar lo que no nos es propio, o no nos interesa. O simplemente, es contrario a lo que nosotras/os pensamos o imaginamos. Un ejemplo de este ejercicio podría ser leer o escuchar a alguna persona con la cual no compartamos simpatía o pensamientos comunes.
Las relaciones interpersonales se tornan difíciles cuando no tratamos de descifrar y ser empáticos con el mundo de los demás. Cuando queremos sostener a toda costa nuestras normas, nuestras rutinas, nuestros juicios, nuestros pensamientos. Volviéndonos insensibles al sentir de las otras/os contribuyendo con ello a manifestaciones de irrespeto, al fortalecimiento de la división en la humanidad, al otorgamiento de un pensamiento dicotómico en el cual solo existen el blanco y el negro, olvidándonos de las distintas posibilidades y del tornasol de colores.
Aunado a todo lo anterior existen expresiones propias de características psicológicas de las personas que dificultan su trato con otras.
Entre éstas podemos mencionar la rigidez del pensamiento, la irritabilidad, la intolerancia y la agresión; la personalización de todo lo que pasa, es decir, el que se tomen todo a pecho y para sí mismas. La falta de compromiso moral y responsabilidad ante cada evento de la propia vida y con ello, la necesidad de culpabilizar a alguien más de lo malo que pase en sus vidas.
De esta manera podemos continuar mencionando muchas más, tales como: El deterioro de vínculos honestos y leales con otros seres humanos, la pérdida de confianza y con ello el mantenimiento de una conducta defensiva, preparada, siempre, para el ataque. La falta de aceptación de sí mismas y de los demás. Existiendo un déficit de la fuerza interna que les impulse a la valorización personal, colectiva y sobretodo a la vida con la máxima de tener Fe en la misma.
Todas estas particulares impiden el desarrollo de las potencialidades de las personas, su autorrealización y el encuentro con su sentido de trascendencia.
De esta manera desarman el entreteje de los vínculos humanos necesarios para obtener el bienestar y la armonía social.
Propiciando conductas autolesivas a nivel personal y social. Utilizando a las personas como objetos maleables y manipulables. Es decir, excluyéndolos de su humanidad.
Lo importante se convierte en un lema egoísta, en donde lo único interesante es lo mío, si las demás personas existen es para cumplir mis fines que lleven a mis metas propuestas.
Mis necesidades imperan ante las necesidades de otros y los demás son seres que no merecen respeto ni valor. Y peor aún, actuando de esta manera, podría sentirme víctima de los demás.
Para finalizar quisiera citar palabras de C. Jung: «Todo lo que en los demás nos irrita puede contribuir a que nos comprendamos mejor a nosotros mismos».