Cuando se hace un repaso somero de la historia del Estado de Guatemala, en los últimos 15 años para no ir muy lejos, podemos decir con certeza que tenemos un Estado que sucumbió ante las alternativas que en alguna ocasión pudieron presentársele.
No hemos podido salir adelante. Por el contrario, retrocedemos a pasos agigantados, desde el inicio de la supuesta era democrática y ya en la finalización del desgastante y desangrante conflicto armado, furia de los datos estadísticos macroeconómicos, que bien pueden irse a la letrina de los absurdos neoliberales, el ser humano ha perdido sus valores morales y el poder se ha utilizado para castigar a una sociedad mayoritariamente empobrecida, destruir los paradigmas de antaño que alguna vez fueron voces claras y valientes que se escuchaban y se seguían, como los sindicatos, la universidad y sus estudiantes y una nueva generación de líderes políticos, para convertirse en una monstruosa caricatura de «dirigentes», funcionarios, «políticos», sectores de reciente creación tipo clonación, que van en busca de mejoras en su condición económico abusando del poder que tienen para castigar a los que quieren trabajar honestamente o caer en revanchismos cada vez más feroces y violentos.
Y estoy hablando de lo que consideramos una sociedad «civilizada», con entornos de «nuevos Mesías», que vienen a lanzar profecías de esperanza, cuando ya ésta murió a la vuelta de la esquina, como están muriendo los guatemaltecos nobles y honestos.
Incluso la prensa, gracias al sacrificio hasta la muerte de periodistas dignos, se ha dado cuenta (ahora sí sin la represión de los 60, 70, u 80), de que efectivamente su poder es casi ilimitado y bien protegido jurídicamente hablando y si algunos lo usan para el bien, otros lo usan para el mal. Me explico: el poder de que unos pocos disfrutan debe ser puesto al servicio de quienes no lo poseen, en la construcción de una sociedad más equitativamente participativa en el bien común que pregonaba Santo Tomás.
La mayoría de la población se debate en una existencia llena de miedo, desesperación, desconfianza y recelo ante el panorama cada vez más oscuro que el destino nos depara por la falta de esos valores básicos en la dignidad y el buen transitar de nuestra patria.
Existe el acoso permanente del llamado crimen organizado, al que se agregan las cada vez más crecientes bandas de pandilleros, estafadores y ladrones, a los que se unen, como en un ritual satánico, los funcionarios y líderes corruptos, estén o no en las estructuras de poder del Estado. El disfrute de ese poder se traduce en el disfrute del dinero, muchas veces mal habido. Los malos podrán ser menos, dicen, pero están en todas partes.
Lo malo es que el Estado ha fallado. La seguridad, la honestidad del servidor público, la salud, la falta de oportunidades para los más pobres, la demagogia incandescente que ciega y atropella, las instituciones desprestigiadas, los fabulosos salarios que se prodigan en abundancia a correligionarios amigos, parientes, etcétera, la «discapacidad mental» de muchos empleados públicos, la violencia como pan nuestro de todos los días, el atraso adentro y hacia fuera del país, los gastos superfluos e innecesarios, la urgente necesidad de captar más dinero a costillas de la clase media, los organismos no gubernamentales que cual parásito surgen por doquier para dedicarse a hacer estudios que ASOMBROSAMENTE nos dirán cuán pobres somos… Así vamos caminando. Pero no sólo preocupa la pobreza material en la que nos hunden, más me preocupa la pobreza moral que nos rodea, sin posibilidad alguna de salir de ella, aunque sea para decir a nuestros hijos que algo bueno se hizo en Guatemala. Y perdonen ustedes estas digresiones que, por supuesto, irán a parar al camión de la basura y al barranco del olvido…