«Realmente uno es pobre porque quiere». Así me dijo un amigo el otro día cuando revisaba las múltiples maneras que el mundo ofrece para agenciarse de dinero. Y no se trata de formas ilícitas, continuó, sino «legales» porque la ley permite muchas formas de enriquecimiento que, incluso socialmente, pocos considerarían como «malos».
En realidad lo que han hecho personajes como Meyer, Morales y ahora Pérez, son formas que el sistema ha permitido y que sólo hasta ahora, por diversas razones, se consideran abominables. En estos días hay escándalo, pero si se reflexiona fríamente estos son procedimientos de antaño, viejos hábitos en los que incluso los organismos internacionales y gente de buena reputación e impoluta han tenido que ver.
Si fuéramos serios (que no lo somos por voluntad propia) nos daríamos cuenta que esas, hoy malas prácticas, no han sido inventadas por el Congreso. La inteligencia financiera que indica lo beneficioso que es «ahorrar» el dinero para invertirlo y cobrar los intereses, ya tiene historia y seguramente (sin la menor duda) es una práctica generalizada en muchas instituciones de gobierno. ¿Por qué, entonces, sólo señalar al Congreso?
Nuestro sentido de justicia debería conducirnos también a revisar esas malas prácticas más allá del Congreso, pero no sólo para contarles las costillas a este gobierno, sino también al menos al anterior. ¿O cree usted que ha sido el gobierno de la Unidad Nacional de la Esperanza el que ha inventado este tipo de fraude? Si fuéramos serios (que tanta falta nos hace) deberíamos auditar al Ministerio de Educación, al de Defensa, al de Agricultura y en general a todos. Con lo listo que son los auditores ya tendrían ocasión de demostrar sus talentos.
Pero no es fácil. En realidad, como decía mi amigo, si quitan esos incentivos nadie se dedicaría a la vida política. El estímulo para «consagrarse» por entero a esos menesteres está ligado a esas triquiñuelas legales que permiten enriquecerse de manera honorable. Qué más quiere el ser humano: plata, poder y placer con la honorabilidad que permita una ancianidad digna y respetable. Así, sólo los idiotas pueden dedicarse a otros oficios.
Esa es la lógica de mi amigo: «sólo los idiotas se dedican a otras cosas. El futuro es la política. Son los signos de los tiempos». A menos, continuó, que quieras optar directamente por la pobreza. Esa es otra cosa, me dijo, hay que aceptar que hay gente que le gusta vivir como San Francisco, pero cada vez hay menos de esos bichos.
Creo que no deja de tener un tanto de razón mi septuagenario amigo, pero en gustos se rompen géneros. Hay personas, por ejemplo, que quisieran vivir bien, sin necesidad de hacer trampas y comprometer su honradez. Afortunadamente, me parece, de estos hay muchos, pero no aparecen con frecuencia en la portada de los periódicos. Habría que darles un poco más de cancha también. Digo, para balancear las cosas.