Juan Garvaldo
Cuando la Capital fue trasladada y asentada en el Valle de la Ermita o de la Virgen (1776), fue necesario crear un cuerpo de guardianes del orden público, ya que en la Nueva Guatemala se carecía de ellos para cuidar los bienes públicos y privados.
La ciudad era muy pequeña; aún no contaba con energía eléctrica. Por ello, las calles, después de las seis de la tarde, quedaban en completa soledad y penumbra. Sólo en el exterior de algunas casas, pequeños nichos o camarines que alojaban algunas imágenes de vírgenes o santos, estaban alumbrados con velas.
Por ejemplo, la Casa de Dolores, propiedad de Bernardo Ramírez, Arquitecto Mayor de las Obras Reales de la ciudad, que quedaba donde posteriormente se construyó el Gran Hotel Unión (9a. avenida y 8a. calle esquina, zona 1). Esta iluminación se debía al temor de ser asaltado por algún bandolero de la época, ya que abundaban por las calles y eran temidos por la saña con que actuaban.
Entonces fue oportunidad para la formación de un incipiente y mal armado cuerpo de vigilantes nocturnos, a los que denominaron «Corchetes».
Mucho tiempo después de 1839, la seguridad de la capital fue confiada a patrullas militares, que recorrían las calles de la ciudad; sin embargo, las personas no sabían a ciencia cierta a quién temer más, si a los bandidos o a un grupo de soldados, sobre todo si iban a caballo y borrachos, sin permitir siquiera caminar sobre la acera. Además, constantemente había quejas de atropellos a los vecinos de parte de estos «vigilantes».
Pasado el tiempo, los «Asialeros» tomaron el papel de celadores del orden público, y luego a unos campesinos descalzos, quienes usaban sombrero chiapaneco, armados con un chafarote (espada guacalada), que cargaban arrastrándola, y vestidos de dril o cotí verde chillón, razón por la cual se les conocía con el mote de «los Perejiles». Posteriormente, fueron los «Asoleados» y, por último, los «Gendarmes».
Todavía durante la administración del general Justo Rufino Barrios, había policías nocturnos conocidos con el nombre de «Serenos», que habían iniciado labores en 1840. Su atuendo era un capote grueso, un garrote y una pistola de tubo; ellos, al recorrer las empedradas calles y con el manto oscuro de la noche, daban las horas en punto con gritos quejumbrosos y destemplados: «laaaaass doooooooce ennnnmmmpunnnnnto yyyyyyy sereeeeeenoooooooo. Ave María sin pecado concebida».
El cuerpo de Serenos quedó organizado, uniformado y reglamentado, hasta 1841. Su oficina se ubicaba en el Portal del Ayuntamiento o Municipal (actualmente, el Palacio Nacional de la Cultura). Este valioso servicio lo prestaban individuos de Las Vacas y de Santa Rosita.
Aquellas eran las épocas cuando abundaban «Los Valientes» y «Los Lanas», delincuentes armados con puñal o daga, que vivían en los barrios de La Parroquia Vieja, La Habana y el Calvario.
En estos lejanos años, casi nadie se arriesgaba a ir solo por los barrios antes aludidos, por temor a ser asaltado o herido; y no únicamente en la soledad, sino también a la vista de todos, a veces casi en presencia hasta de los mismos agentes del orden.
«Los Valientes» pertenecían al más alto grupo de bandoleros, mientras que «Los Lanas» eran más bien segundones, que llevaban de día la chaqueta al hombro y por la noche se cubrían con chamarra, ocultando la daga.
Hasta estos bandidos tenían su santo patrón: la imagen del Cristo Nazareno de Jesús de Candelaria, Cristo Rey, merecía su veneración, respeto y devoción.
Los habitantes de la capital se acostaban temprano y se levantaban tarde. Después de las ocho de la noche, ya nadie se veía en las calles, sólo «Los Serenos» que se dirigían a sus diferentes puestos. Antes de 1841, las calles no eran seguras, pero a partir de la existencia del Cuerpo de Serenos se podía circular libremente sin armas ni temor, a cualquier hora de la noche, en toda la extensión de la legendaria Nueva Guatemala de la Asunción.