Los tiempos han cambiado y seguirán cambiando. Hace muchos años, por ejemplo, entre las cosas que ahora son historia, los abuelos contaban que bastaba con una educación modesta, ser bachiller, digamos, para aspirar a un empleo medianamente decente y ser más o menos competitivo. Los bachilleres ostentaban un anillo enorme entre sus dedos y se sentían (en esa época) clase aparte.
En aquellos tiempos ser profesional era una cosa de dignidad real. Merecían el respeto de la población y sus opiniones eran escuchadas cual si Dios mismo bajara a la tierra a comunicar sus designios. Igualmente eran los sacerdotes que, por lo demás, eran los expertos en los misterios del Altísimo y era aquí donde sacaban ventaja de los médicos y abogados que eran los profesionales «clásicos» del momento.
Con el tiempo, sin embargo, la humanidad ha cambiado. En nuestros días hay una devaluación profesional de altas dimensiones. Los bachilleres no valen ni un «len» y los licenciados luchan por no ser ninguneados en un mundo que exige cada vez más capacidades y destrezas. Quizá es que por eso las graduaciones han dejado de ser tan pomposas como solían ser y los padres prefieren ahorrar su dinero.
Como me dijo un amigo el otro día: «a los licenciados no los quiere ni la misma universidad que los gradúa». Y continuó su razonamiento afirmando que los centros de estudios superiores cada vez más optan por profesionales con maestrías y doctorados. «De hecho, continuó, es frecuente encontrarte con profesores de una o más maestrías preocupados por obtener un doctorado aunque sea de una universidad de la Polinesia».
Pero, contrario a lo que podría creerse, en la era del conocimiento ni las maestrías ni los doctorados o post doctorados son garantías de empleo. De hecho, no es extraño conocer a profesionales que dado que no se colocan en el oficio para el que se prepararon, terminan haciendo casi cualquier cosa. Es probable, tratando de hacer conjeturas, que nuestro mercado laboral sea incapaz de absorber a tanta gente especializada.
Alguien me criticó el otro día y me dijo que lo que está devaluado no son las profesiones, sino las personas que las ejercen, pues obtenido el título en universidades de dudosa reputación hacen el ridículo en su actividad laboral. Esto parece ser cierto si se considera que algunas universidades parecen ser «gamonales» para extender títulos. Si esto es así, es probable que en poco tiempo quien posea un «máster» (un Msc o un MBA, por ejemplo) valdrá casi igual que lo que valía un bachiller en los tiempos de mi abuelo. Podrán engancharse con suerte en el mundo laboral, pero no harán mucho la diferencia.
Mientras mis especulaciones se realizan, no le vendría mal a usted prepararse más para responder mejor a las exigencias de los tiempos. ¿No ha pensado, por ejemplo, en una maestría en filosofía? Quizá al menos le sirva para el vagabundeo intelectual o para discutir con altura al menos con su esposa. Piénselo.