Hace 110 años, el 10 de junio de 1898, desembarcaron los soldados de marina estadounidenses en Cuba, durante la guerra hispano-americana. Ese fue el inicio del relevo de la hegemonía cuando, sorpresivamente, Estados Unidos declararon la guerra a España, hundieron las flotas de los íberos en el Caribe y el Pacífico, expulsándolos de sus últimos enclaves coloniales para imponer los propios.
La historia de la dependencia no sólo «ocurre» sino nos «constituye». Resulta emblemático señalar que la supremacía hispana fue sustituida por otro señorío, el del «norte revuelto y brutal» columbrado por José Martí, el cual nos ha impuesto un modo de vida y patrones económicos. Esa hegemonía se ha justificado por el presunto destino providencial de Estados Unidos.
Si vemos la historia como un claroscuro, la gestión hispana resulta más opacada por las sombras que destacada por las luces. Mientras España trató de justificar el despojo primigenio con los argumentos de un teologismo internacional, los ingleses cimentaron un supuesto «destino manifiesto» de apoderamiento del mundo con una teología nacionalista que, al secularizarse, se tradujo en los filosofemas político-liberales, constantemente reafirmados por sus sucesores anglosajones.
La pugna entre la modernidad protestante y el misoneísmo español y católico, surgida en el siglo XVI, provocó una lucha dilatada, aparentemente culminada en 1898 con la guerra entre Estados Unidos y España. La contienda señaló el fin de la presencia ibérica en América y la reafirmación de la doctrina del «Destino Manifiesto», fundamento del predestinado imperialismo yanqui. Este cuerpo de creencias discrimina entre elegidos y réprobos (hombres, razas y naciones). A los latinoamericanos nos tocó permanecer en la orilla opuesta de esa barrera.
La expresión «Manifest Destiny» ha acompañado, desde tiempos inmemoriales, al expansionismo. En medio de ese afán de ensanchamiento, no han dejado de alzarse voces de reclamo, como la del congresista Robert Winthrop quien, en 1846, al discutirse sobre los límites de Oregon, manifestó que «se uniría a los abogados del destino manifiesto el día en que éstos le mostraran la cláusula en el testamento del padre Adán, por la cual se les autorizaba a gobernar el Hemisferio Occidental».