Al margen de la presunción de inocencia


Obviamente cuando se tienen sospechas de que alguna persona cometió algún delito tenemos que atenernos a lo que establece nuestro ordenamiento legal y presumir que es inocente hasta que en juicio, con las debidas garantí­as procesales, se establezca que es culpable y sea sancionado conforme a lo que estipula la ley penal. Eso se aplica para el caso del doctor Eduardo Meyer en relación con el jineteo del dinero del Congreso, puesto que no se ha probado que él haya recibido la comisión que permite tipificar el delito. Hoy la casa de bolsa que manejó el dinero se rasga las vestiduras en una publicación, pero no dice ni pí­o respecto a las comisiones que pagó al secretario privado del Presidente del Congreso.

Oscar Clemente Marroquí­n
ocmarroq@lahora.com.gt

Debemos partir, pues, de la presunción de inocencia en el caso del doctor Eduardo Meyer Maldonado y reputarlo así­ hasta que se dilucide el caso legalmente. Pero eso no significa que los señalamientos en su contra sean un linchamiento polí­tico, como él dijo, puesto que es obvio que no estaba polí­ticamente capacitado para desempeñar el cargo de Presidente del Congreso de la República y al respecto no hay presunciones de inocencia que valgan porque está a la vista su manifiesta ignorancia en los asuntos que por ley le competí­an.

Tampoco puede alegarse linchamiento polí­tico en el cuestionamiento que se ha hecho de la torpe actitud de Meyer al querer tapar los contratos que suscribió con muchos asesores, bajo el argumento pueril de que por razones de seguridad de los contratados no podí­a decir ni quiénes eran ni mucho menos cuánto ganaban.

Creo que es comprensible que algunos manifiesten que les da lástima el doctor Meyer por la forma poco decorosa en que ha terminado su carrera polí­tica, pero esa lástima no puede servir para apañar situaciones que en realidad son un baldón irreparable no sólo para su propia imagen (de la que al fin y al cabo es el único responsable) sino de la imagen misma de nuestro sistema democrático que cada vez se vuelve a pintar como un espacio para que los pí­caros y sinvergí¼enzas hagan de las suyas sin jamás pensar en la población.

Por ello, pienso que el retiro de Meyer, que se presenta como temporal, debe ser definitivo como una forma de autopurgar sus incapacidades, para dejarlo en lo más obvio e irrefutable. De los otros asuntos serán los tribunales los que, con todo y las enormes dudas que hay respecto a nuestro sistema de justicia y la forma en que se mantiene la impunidad en el paí­s, deberán decidir. Pero lo que es obvio es que nuestra polí­tica está plagada de gente que no tiene cualidades ni capacidades para el desempeño de funciones públicas y que piensan que basta, como dijo el pobre doctor Meyer, haber dedicado tiempo y dinero en dos campañas consecutivas para garantizarse una posición para la que no tienen ni preparación ni talento.

Hemos visto en nuestra página de Internet opiniones de todo tipo y calibre respecto al doctor Meyer y este escándalo y las mismas van desde el rotundo señalamiento en su contra hasta la conmiseración que provoca ver el triste ocaso de una vida polí­tica. El tema es que si bien la lástima es un sentimiento noble, en estas condiciones resulta inaceptable porque no estamos hablando de daños inducidos ni de linchamientos polí­ticos, sino de cosechar los resultados de mucha torpeza, autosuficiente arrogancia y la más crasa incapacidad, para quedarnos en lo que no nos obliga a presumir inocencias.