«Y yo pregunto… si han calculado el número de individuos que es necesario condenar a la miseria? para producir un rico».
Almeida Garret
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Para ellos, para ese mismo sector que apenas representa el 2.1% por ciento de la población pero que acumula el 65% de la tierra cultivable del país, los problemas relacionados con la tenencia de la tierra, la utilización de la misma y la pobreza de las comunidades campesinas son menos importantes que sus inmensas propiedades.
Durante las últimas décadas, apoyados por las autoridades de turno en el Estado, su argumento sobre el respeto a la propiedad privada como un requisito indispensable de la existencia humana se impone desafiante y victorioso ante la situación de las personas que sobreviven en la miseria.
Su riqueza no es fortuita. La actual estructura agraria que impera en el país responde a casi 500 años de inequidad y desigualdad, a políticas coloniales, liberales y racistas que vieron en las manos campesinas simples instrumentos de explotación. Su receta les funcionó y hoy los datos estadísticos nos lo revelan: según informes de Desarrollo Humano, el porcentaje de pobres en el área rural corresponde a más del 75% de la población; 4 de cada 5 personas pobres viven en el área rural, 3 de ellas son indígenas. Y es también entre el campesinado donde se concentra el mayor porcentaje de pobreza extrema, con cerca del 40% de la población.
Pero a ellos no les importa. Su postura mezquina ha quedado en evidencia varias veces en el transcurso de la historia. A mediados del siglo pasado pegaron el grito en el cielo y con la imagen de su dios como estandarte echaron al suelo la propuesta de Reforma Agraria, durante el conflicto armado interno financiaron y apoyaron al Ejército y a la Policía Nacional para que masacraran cualquier protesta por la desigualdad que se reporta en el campo, recientemente abandonaron y deshicieron una mesa de diálogo que intentaba presentar la propuesta de un Código Agrario… En la actualidad, objetan la reactivación de una normativa que les obliga a producir granos básicos y señalan, con otras palabras, que al mercado no le importa la gente pobre.
La única propuesta que miran viable y aplauden con sus manos inútiles para laborar, entrenadas únicamente para arrebatar y acumular, es la eliminación de impuestos. Sueñan con debilitar al Estado y reducirlo a un aparato destinado a garantizar la seguridad de sus propiedades.
Poco entienden estos señores finqueros sobre la solidaridad, palabra bastante gastada del actual Gobierno. Sus voceros les acompañan con su capacidad mediática. Bien los vio nuestro compatriota Tito Monterroso al escribir: Y cuando despertó el dinosaurio aún estaba ahí. Un cuento, corto, como es la humanidad de estos dinosaurios.