Hace unos 20 ó 25 años, leí una voluminosa novela que, si la memoria no me falla, era de Irving Wallace, llamada «El Hombre», y narraba la hipotética situación de que un negro llegaba a ser Presidente de los Estados Unidos de América. La novela era sencilla, sin muchas complicaciones culturales o filosóficas, aunque su trama estaba perfectamente manejada por el autor, ante el insólito hecho de que un negro fuera el inquilino de la Casa Blanca en un país racista por excelencia, cuna del «simpático» ku klux klan y xenofóbico por tradición, ahora ya no sólo contra los negros, sino contra cualquier extranjero, incluyendo a nuestros connacionales chapines, que tienen que sufrir humillaciones y vejaciones en su afán de buscar el mal llamado sueño americano, cuando en realidad, se lanzan a este vía crucis porque «la necesidad tiene cara de chucho» y por sobre todo, anhelan darle a su familia una vida mejor ayudándoles a soportar el sufrimiento de sobrevivir aquí.
Pues bien, aquella novela, ahora parece se convertirá en realidad y en noviembre próximo los gringos decidirán que la Casa Blanca sea ocupada por Barack Obama, un afroamericano joven que promete abrir nuevas expectativas y esperanzas, no sólo para sus conciudadanos, sino para muchos países del mundo, que ven en él, la posibilidad de tener un mejor trato y un compromiso solidario, particularmente con las naciones pequeñas y desamparadas como la nuestra.
Este acontecimiento histórico que significaría la llegada de Obama a la presidencia de Estados Unidos, nos trae desde ya una buena noticia: se va Bush. Y se va con un índice de popularidad aun más bajo que el de Richard Nixon, quien para muchos, particularmente los mismos gringos, es considerado el peor presidente que ha tenido el país del norte, superado únicamente por el que va a salir dentro de pocos meses, en lo que será un regalo para muchos millones, en el mundo entero.
Sin embargo, si bien la salida de Bush y la llegada de Obama son alentadoras, no deben crearse falsas expectativas, sobre todo en el caso de los migrantes. Pese a las buenas intenciones que puedan tener las nuevas autoridades, lamentablemente la sombra del imperialismo, la figura de los procónsules, la obsesión aberrante de ser los conductores y guías del mundo, no se quita de la mente de los norteamericanos de la noche a la mañana. Claro. Se consideran los conductores, guías, cónsules, procónsules y emperadores de las pobres tierras que ya tienen conquistadas como la nuestra, pero, me pregunto yo: ¿vea a los gringos de todas las épocas si se meten, ofenden, vituperan, insultan o hieren con el pétalo de una rosa a países como la República Popular China, sólo para poner un ejemplo? Never, never, never. Los gringos fueron los responsables e instigadores para que Taiwán abandonara las Naciones Unidas y en su lugar entrara la China Continental, que de una vez pasó a formar parte del Consejo de seguridad, por razones más que obvias. Contra Cuba, allí sí son la valentía andando…
Es decir, todo depende del cristal con que nos miren. Sin embargo, volviendo al tema central, en lo personal simpatizo con Obama, admiro su juventud, el entusiasmo por sus ideas, la claridad de su pensamiento, aunque, como buen político, abunda en generalidades y cuesta que concrete sus acciones, pero su sola presencia como Presidente de una de las naciones más poderosas es un cambio saludable, no sólo porque el pensamiento demócrata es más abierto a los cambios, sino porque viene a convertirse en un ícono ejemplificante en donde les dice a todos: «véanme, soy un negro, como a los que apenas el siglo pasado no permitían subir a buses o asistir a universidades, ahora, el tiempo cambia y soy el presidente de blancos, negros, hispanos y demás migrantes que forman la fuerza de esta nación».
El hombre, que fue ficción de una novela, estará dentro de poco en Washington, dirigiendo los destinos de un país, que debe lanzar una mirada retrospectiva hacia su historia en donde muchas cosas buenas han surgido y en donde muchos hombres han sido guía y ejemplo, pero de donde también, el mundo ha recibido dolorosas lecciones de lo que la prepotencia, la altanería, el dinero y la ambición pueden causar. Ojalá que Obama inicie una etapa distinta, tanto para su país, como para los nuestros.