EDGAR GUTIí‰RREZ.
Centro de Estudios Estratégicos y de Seguridad para Centroamérica (CEESC)
Decía el filósofo alemán Jí¼rgen Habermas que el siglo XX ha sido uno de los más breves en la historia de la humanidad. Inició en 1914 con la Primera Guerra Mundial y concluyó en 1989 con la caída del Muro de Berlín; 75 años apenas.
Y sin embargo, ha sido uno de los siglos más densos. Nunca ocurrieron tantos cambios en tan poco tiempo en la organización de las sociedades. El conocimiento, la ciencia, los sistemas de producción, la tecnología y las comunicaciones experimentaron revoluciones verdaderas, sin precedentes.
También fue un siglo en el que el humanismo caminó sobre el filo de la tragedia. La guerra convivió intensamente con la paz. La arquitectura de la cooperación internacional y la prevención de conflictos fueron como una balsa llevada por la fuerza irrefrenable de sangrientas guerras civiles y genocidios indecibles. La democracia, un concepto bajo permanente disputa, se plantó frente a los totalitarismos de signos distintos. Fue un siglo de lucha por las libertades, y de gestas heroicas. Ocurrió una descolonización a gran escala. Las utopías y los sueños encandilaron el espíritu tras la noción de progreso. La humanidad se atrevió a concebir el asalto al cielo, en sentido literal y simbólico. Exploró el espacio y se propuso con la fuerza de la fe edificar el reino de Dios en esta Tierra.
Pero el siglo XX fue además el de los partidos políticos. Las gestas, las utopías, los sueños, las grandes transformaciones sociales fueron concebidas, diseñadas, organizadas, dirigidas desde unas ciertas maquinarias nacionales disciplinadas, voluntarias, con mística; extensas y complejas organizaciones profesionales y permanentes llamadas partidos políticos. No importa qué modelo de sociedad se quería construir, democrática, comunista, nacionalsocialista… indefectiblemente era un partido el que dirigía, guiaba a la sociedad y multiplicaba sus energías.
El siglo XX fue cuando el destino de la humanidad se liberó de las fuerzas incontrolables de la naturaleza y se dejó llevar de la mano de los partidos. La noción de progreso fue depositada también en los partidos. El siglo XX fue pues el siglo de los partidos y, por extensión, de la política.
Y esto, aunque pareciera que no tuvo tanta fuerza en Latinoamérica, dado el peso de los ejércitos como guardianes del orden, también es aplicable a nuestra región. Los partidos eran el lugar político de contestación del régimen, o bien de legitimación del régimen, según el caso. La ecuación era entonces: POLíTICA PARTIDOS = TRANSFORMACIí“N O PRESERVACIí“N DEL ORDEN.
En el siglo XXI
Y ahora estamos empezando el siglo XXI con un invierno para la política y los partidos. A pesar de todos los instrumentos de conocimiento, de anticipación del futuro, este siglo ha iniciado bajo el signo de la incertidumbre. Y es que cuando creímos que las cosas estaban suficientemente claras, resultó que era al revés. Como leí en un graffiti en Buenos Aires hace algunos años: «Cuando creímos tener las respuestas, las preguntas habían cambiado». El tablero geopolítico, de hecho, está cambiando constantemente y de manera inusitada. Lo que antes era cierto, ya no lo es. Los instrumentos, las lógicas que aprendimos a emplear y que nos dan resultados, no son ahora efectivas. Y uno de los lugares de mayor incertidumbre es la política y los partidos. Diría Badiou: «El siglo XX terminó y ya no sabemos qué es la política.»
Ya no tenemos respuestas desde la filosofía política. No podemos señalar un horizonte. Perdimos la magia para despertar ilusiones. De pronto salimos del centro de la utopía. Ustedes recordarán muy bien la definición de utopía que hizo el poeta. Utopía -anotaba- es aquel horizonte que quiero alcanzar; camino dos pasos hacia el horizonte y éste se aleja dos pasos; vuelvo a caminar tres pasos más, y se vuelve a alejar otros tres pasos? Parece inalcanzable? Entonces, ¿para qué sirve la utopía? -se preguntaba, y respondía: Justamente para eso, para caminar.
Abandonaron la conducción
Constatamos que los partidos ya no hacen caminar a nuestros pueblos. No se trata de un destino manifiesto, ni mucho menos. Ocurre un desplazamiento de la razón política -desde la cual veíamos y analizábamos el conjunto de la sociedad- por la razón tecnocrática. Los partidos no son más vanguardias. Ya no están creando, imaginando. Ya no están leyendo globalmente la sociedad ni interpretando el estado anímico de sus pueblos. Han abandonado la conducción. Ahora hacen gerencia. Administran. El diseño de futuro está en algún lugar de las grandes corporaciones, las cuales hacen fluir a sus ejecutivos a los aparatos del poder político. Los partidos han quedado como pálidos reflejos de una ideología que no es suya. El humanismo está siendo sustituido por el individualismo; las aspiraciones de realización y los valores están siendo atrapados por el consumo. El ser, por el valer. La mercadotecnia es el falso templo de las ideologías.
Pero este no es un proceso lineal. Es contradictorio. Crítico. Vive permanentes ajustes y reajustes. El instinto de auto conservación humana siempre es una suerte de alerta temprana ante estos desequilibrios brutales del poder en la sociedad.
La ecuación a resolver por los partidos es esta: el poder económico está cada vez más concentrado; el poder político esta cada vez más difuminado. El poder económico hace política trasnacional; el poder político hace política nacional. El poder económico produce y disemina ideología; el poder político produce desaliento, política del desaliento, desaliento en la política.
Los partidos intuyen que son una reserva para restablecer nuevos equilibrios, para la preservación de la sociedad. Un factor de racionalidad en el alud del mercado. Un muro necesario para defender del arrastre a inmensos conglomerados desprotegidos, excluidos, liberados al devenir.
Edgar Gutiérrez.