Hace muchos años leí la novela El Hombre, escrita por Irving Wallace, ficción que relata cómo Douglas Dilman, un senador negro, se convierte por azar del destino en Presidente de los Estados Unidos para verse sometido a un juicio político en el Senado para desaforarlo; no creí que viviría para ver a un político de color con opciones serias de convertirse en Presidente por elección popular. Anoche, cuando en CNN escuchaba el discurso motivador que pronunció Barack Obama tras haber alcanzado el número de delegados para alcanzar la nominación, pensé en lo que ha ocurrido desde aquella década de los años 60 en que Wallace escribió y situó su historia.
ocmarroq@lahora.com.gt
Obviamente la figura estelar de Martin Luther King ocupa un lugar especial en el esfuerzo por la consagración de los derechos civiles. Cuando Irving Wallace escribió su libro, la gente de color era obligada a viajar segregada en el transporte público y en muchos comercios del Sur uno encontraba aquella detestable leyenda en la que se prohibía el ingreso de animales y de negros y faltaba no sólo el pacifismo de King sino también el contrapeso de gente como Malcom X para forzar a una reacción de la sociedad. Fue hasta en el gobierno de Lyndon Johnson cuando formalmente quedaron consagrados tales derechos, pero en la práctica la lucha por hacerlos valer se mantuvo y persiste en algunos lugares.
Algunos han dicho que el partido Demócrata se desgastó con el proceso de primarias y alguien me preguntaba ayer por qué es tan complicado todo el trámite para nominar candidato. La respuesta más sencilla es que ello constituye una muestra de democracia que difiere en mucho de lo que nosotros vivimos porque aquí son los caciques de los partidos los que deciden mientras que los norteamericanos pueden influir en la decisión partidaria. Y en este proceso de primarias, más que en cualquier otro en la historia, la competencia fue real, cerrada y apasionada, al punto de que hubo de llegarse al final para decidir al vencedor.
La nominación de Obama para la candidatura demócrata es, en sí misma, un hito en la historia como hubiera sido también la de la señora Clinton. En otras palabras, los demócratas de todos modos escribirían historia al nominar a su candidato. Pero la posibilidad real y concreta de que un afroamericano, como es políticamente correcto llamar a la gente de color, llegue a ser el inquilino de la Casa Blanca está claramente definida y sus probabilidades son tan altas como el desprestigio que Bush ha causado al partido Republicano.
Falta, sin embargo, el mayor obstáculo porque no es lo mismo ser candidato que ser el Presidente de los Estados Unidos y no hay que descartar acciones subterráneas de quienes consideran aún como inaceptable ser gobernados por un político de color. Y los republicanos, maestros en propagar teorías de terror y divisiones basadas en el odio, usarán todas las armas a su alcance para impedir que Obama sea el electo en noviembre. Hasta hoy ha mostrado temple y entereza para enfrentar a la formidable contrincante que fue la señora Clinton y necesitará eso y más para enfrentar a McCain.