Héctor Berlioz: Su tiempo y su música (V)


En nuestra columna de temas musicales, finalizamos este viernes con ese grande de la música occidental como es Héctor Berlioz. La música, ese arte inigualable y único, como Casiopea, dorada y sublime esposa, primavera que vino a mí­ empapando de albas y luceros mi nostalgia. ¡Vivo universo en que me pierdo dulcemente y tierna flor en que se afirma mi alegrí­a!

Celso Lara

Sin embargo, los fondos que habí­a pedido en calidad de préstamo estaban perdidos. Berlioz tuvo que ahorrar y hacer frente a sus obligaciones dando clases de flauta y de guitarra. Participó en el concurso al Premio de Roma, pero el resultado fue un desastre. Por otro lado, su padre le retiró su pensión mensual. Berlioz volvió sensatamente a la casa paterna, pero se negó a comer y beber, hasta que su padre le diera la autorización para consagrarse de nuevo enteramente al estudio de la música. La madre, a la que se habí­a tenido al margen de las decisiones tomadas, se dio cuenta de lo que sucedí­a y maldijo a su hijo, que partió a Parí­s sin siquiera haberle dicho adiós. En Parí­s entró como alumno del Conservatorio. En la í“pera seguí­a las representaciones teniendo la partitura continuamente ante sus ojos, criticaba en voz alta y aprendí­a a fondo el arte de la instrumentación. Su padre tuvo conocimiento de la deuda todaví­a no solventada, creyó que su hijo estaba en Parí­s divirtiéndose y le retiró de nuevo su asignación mensual. Berlioz no quiso volver a la casa paterna y se contrató formando parte del coro de un vaudeville, donde ganaba lo justo para no morirse de hambre. Una segunda tentativa al Premio de Roma resultó un nuevo fracaso. Por esta época se le declaró un tumor en el cuello. Lleno de angustia lo abrió él mismo con la ayuda de un cortaplumas. Una vez más se dejó enternecer su padre y pagó de nuevo los estudios de su hijo.

En Septiembre de 1827, una compañí­a inglesa llegó a Parí­s para representar, entre otras obras, el Hamlet de Shakespeare. Entre los miembros de la compañí­a figuraba una actriz llamada Harriett Smithson, que desempeñaba el papel de Ofelia. Berlioz, que no entendí­a una sola palabra de inglés, salí­a después de cada espectáculo como un hombre ebrio: Shakespeare le habí­a revelado el dominio de su propio arte. Harriet se convirtió en su ideal femenino. Durante semanas enteras estuvo sumergido en una apatí­a permanente sin otro pensamiento que atraer la atención de Harriet por medio de un hecho genial. Ella sin embargo, abandonó Parí­s antes de que lo hubiera conseguido.

Dos nuevos acontecimientos le ayudaron a vencer su desesperación: el conocimiento de la primera traducción francesa del Fausto de Gí¶ethe y las Sinfoní­as de Beethoven. Mientras tanto, los actores ingleses habí­an vuelto a Parí­s y el alumno del Conservatorio se atrevió a hacer lo que ningún compositor francés habí­a osado hasta entonces: dar un concierto integrado solamente por obras suyas.

En esta ocasión se mostró como precursor de la publicidad moderna. Incluso el célebre Fétis apreció, contradictoriamente, una gran parte de la música de Berlioz: Harriet, sin embargo, no se inquietaba por su existencia. Por tercera vez concurrió al Premio de Roma, esta vez con mayor suerte, pues fue clasificado en segundo lugar.

Su padre le prometió sostenerle durante otro año; por su parte, un periódico recientemente fundado le nombró crí­tico musical. Es ahora cuando compone su primera obra maestra: las ocho escenas sacadas del Fausto de Gí¶ethe (1829).

Siempre locamente enamorado de Harriet, decidió fijar en una biografí­a musical los sentimientos que experimentaba hacia ella y conquistar con esta obra el mundo entero: éste es el origen de la Sinfoní­a Fantástica. En plena composición, supo desde Londres que en esta ciudad su í­dolo no era más que una comparsa, lo que le lanzó a una desesperación sin lí­mites. Sin embargo, esta desesperación, cualquiera que fuese su alcance, le inspiró el final de su Sinfoní­a, la parodia de la idée fixe.

Berlioz organizó un concierto para la ejecución de su obra, esperando firmemente que Harriet fuera a escucharla; pero el concierto no tuvo lugar. Harriet habí­a sido contratada por la í“pera Cómica de Parí­s, el teatro quebró y la actriz quedó materialmente en la calle.

Berlioz no tuvo piedad de ella, ya que en ese momento estaba ocupado con otros amores: la joven y bonita pianista Camilla Moke. Berlioz deseaba casarse con ella. Decidido a conseguir el Premio de Roma y con el fin de asegurarse las simpatí­as del jurado, muy conservador en sus gustos, compuso intencionadamente una obra mediana, con la que obtuvo el primer premio por unanimidad. El espacio no nos permite expandirnos más sobre esta espléndida música.