Bandidos y sillas eléctricas


Uno de los automóviles utilizados por un famoso ladrón de bancos, John Dillinger, exhibido en el museo en Washington.

Asaltantes de bancos, mafiosos de la época de la prohibición y asesinos en serie son los héroes del nuevo Museo del Crimen y el Castigo de Washington, que apuesta a la fascinación estadounidense por sus gánsteres aunque alaba los méritos de la sanción.


Un ala dedicada a Bonnie y Clyde, la pareja de delincuentes que sembraron el terror en Estados Unidos. En la gráfica, el automóvil en que fueron asesinados.

«De ninguna manera ensalzamos el crimen. Al contrario, difundimos el mensaje de que el crimen no paga y que hay consecuencias a las acciones de uno», asegura el cofundador del museo privado, John Morgan, un abogado de Florida que tuvo esta idea al visitar la prisión de Alcatraz (San Francisco, California).

El museo, inaugurado ayer, será también el anfitrión permanente del estudio de grabación del popular programa de la televisión estadounidense «American Most Wanted» (Los más buscados), que pone en escena a cazadores de recompensas.

John Walsh, estrella del programa, que pasó su vida persiguiendo fugitivos tras la muerte de su hijo de seis años raptado hace 27, está orgulloso del museo que cofundó: «no mostramos únicamente los infames malos chicos sino a los héroes de las fuerzas del orden», afirma Walsh.

Distribuido en tres pisos, el museo, que espera más de 600 mil visitas el primer año, acoge al visitante con un Ford rojo de 1933 del celebérrimo atracador de bancos, John Dillinger, la misma con la que acudió al cine en Chicago antes de ser abatido por la policí­a, denunciado por un acólito.

Todaví­a más mí­tico, el vehí­culo acribillado a balazos de Bonnie y Clyde, –el usado en la pelí­cula con Warren Beatty y Faye Dunaway–, destaca en medio de las reliquias de esta famosa pareja de bandidos abatida en Lousiana en 1934, en una emboscada, tras lo que el FBI describe como «una de las más coloridas y espectaculares cacerí­as humanas que la nación haya visto jamás».

En las galerí­as iluminadas puede descubrirse igualmente una reconstrucción de la celda de Al Capone en Atlanta, cuando el padrino hizo instalar en un espacio de paredes decrépitas y 3 metros por 4, un sillón Voltaire, un escritorio y una lámpara de estilo rococó.

Los periódicos de la época reconstruyen los grandes casos que conmocionaron a Estados Unidos, desde el trágico secuestro del pequeño Lindbergh en 1932 al de la heredera del magnate de la prensa Patty Hearst, en 1974, quien tras pasar meses cautiva del Ejército Simbionés, terminó por defender la causa de sus secuestradores.

En un enfoque más ligero y contemporáneo, los retratos de frente y perfil de las celebridades de Hollywood durante sus diversos arrestos hacen sonreí­r al visitante.

Así­, el joven Frank Sinatra fue arrestado por «seducción» sorprendido frecuentando una mujer casada, el cantante de los Doors Jim Morrison fue fichado por «obscenidad» tras orinar en público, y el actor Nick Nolte, con el rostro particularmente arrugado esa noche, fue arrestado por conducir en estado de ebriedad.

Un piso entero está consagrado a las fuerzas del orden , presentando «las herramientas» de los policí­as: desde diversas porras a «tasers» (pistolas paralizantes).

Además de los 400 objetos expuestos, el museo rebosa de herramientas interactivas como juegos de preguntas y respuestas sobre los enemigos públicos número 1, una caseta de tiro con láser o simuladores de conducción de autos policiales.

Pero en Estados Unidos, donde 42 condenados fueron ejecutados el año pasado, un museo sobre el crimen y el castigo no puede ignorar la pena capital. Y expone así­ una auténtica silla eléctrica y el casco del condenado a muerte, hecho de cuero y esponja para ser un buen conductor de corriente, una mesa de inyección letal y la reconstitución de una cámara de gas.