Personalmente estuve buscando hace días un libro en que se expusieran las últimas tendencias de la filosofía actual. Y no vaya usted a creer que la tarea fue muy difícil, hay una gran oferta de libros que se jactan de exponer los últimos gritos de las ideas de nuestros tiempos. En esas andaba cuando me topé con la obra que ahora le presento.
De entrada le diré que eso de «nuevas antropologías» es una mentira de campeonato. Pero no es culpa del quien dirigió el trabajo: Juan de Sahagún, sino del «aquí y ahora» en que se presenta la obra para usted. El texto fue escrito por la editorial Sígueme en 1994 y, es probable, que en aquellos años sí fuera justo el adjetivo de «nuevo». Pero no ahora, olvídese, para comenzar de esta pretensión.
Como ya se ha insinuado arriba, «Nuevas antropologías» ha sido dirigido por Juan de Sahagún y es el resultado de la colaboración de diversos autores. Esto ofrece la ventaja de que si un escritor resulta complicado (a veces no por su culpa sino por la naturaleza del autor que se aborda), existe la posibilidad de que otro alivie las penas utilizando un lenguaje más accesible para el amplio público.
Pero no lo voy a engañar. Para el lector promedio me parece que la obra no es de fácil lectura. Creo que requiere de cierta iniciación en el estudio de la filosofía y una releída pausada y comprensiva. Tampoco se trata de un acto imposible, no es cierto, pero no representa la fácil lectura de un Cohelo, un García Márquez o las páginas superficiales de un Blandón.
Los «nuevas» antropologías que se presentan tienen como autores estudiados a: 1. P. Laín Estralgo; 2. Konrad Lorenz; 3. C.G. Jung; 4. Xavier Zubiri; 5. G. Vattimo; 6. E. Levinas; 7. René Girard; 8. H. U. von Balthasar; 9. W. Pannenberg; y, 10. La reflexión sobre el «homo cyberneticus». ¿Verdad que a simple vista es interesante? Eso mismo pensé yo cuando me dispuse a leer el libro y no me equivoqué.
En cada uno de los capítulos se abordan las ideas fundamentalmente «antropológicas». Es decir, si se estudia, por ejemplo a Vattimo, no se debe esperar una reflexión sobre la filosofía religiosa del mismo, sino especialmente lo relativo al tema del hombre. Eso no excluye, afortunadamente, que quienes hacen la presentación no rocen eventualmente varios temas de sus filosofías.
Un «plus» que me parece importante en cada presentación consiste en que al final de cada reflexión se muestra una bibliografía esencial de los filósofos. Esto ayuda al lector por si desea tener una guía para futuros estudios o un índice oportuno para comprar o ir a las bibliotecas. Por ser una obra editada en España, la mayor parte de los libros citados corresponden a libros en español, esto hace bien sobre todo para quienes aborrecen las citas en otros idiomas: alemán, griego, latín o arameo.
Ahora comentaré algunas ideas (por interés particular) extraídas de la antropología de Xavier Zubiri y presentadas por la doctora en filosofía de la Universidad autónoma de Madrid, Juana Sánchez-Gey Venegas.
Como quizá algunos saben, Xavier Zubiri es, junto a Miguel de Unamuno, José Ortega y Gasset y Juan David García Bacca, uno de los máximos exponentes de la filosofía española del siglo pasado. Nació en 1898 y, al momento de su muerte, en 1983, había producido suficientes obras para mostrar su pensamiento.
Su itinerario filosófico empezó con una admiración profunda a Husserl y Ortega y Gasset, aunque estudiados desde la escolástica aprendida en los años de seminario. Posteriormente abandona los estudios fenomenológicos husserlianos y se interesa por Heidegger. La filosofía del autor de «Ser y tiempo» lo impactó por un breve período pero, luego de descubrir las debilidades de ese pensamiento, emigró (en su última etapa) hacia un pensamiento más personal.
Su tesis, dice Juana Sánchez-Gey, es que el lugar propio de la filosofía no es la conciencia pura de Husserl, ni la vida humana de Ortega, ni la comprensión del ser de Heidegger, sino algo que considera más elemental y primario que llamará, después, la aprehensión.
Zubiri empieza la exposición de su filosofía abordando el tema de la realidad. Delinea una antropología realista que trata al hombre como una unidad estructural devenido de un proceso evolutivo. El ser humano no es una suma de elementos, sino una unidad indisoluble. No está lo corpóreo por un lado y lo psíquico por otro, sino juntos determinando lo que él llama la sustantividad del hombre.
Por otra parte, distingue entre los animales y los seres humanos. En el primero, afirma, la transformación determina la morfología y el psiquismo de la nueva especie. Pero en los hombres, el psiquismo humano está determinado en su origen evolutivo por las transformaciones germinales, pero no está producido sólo por ellas.
Para Zubiri, indica la escritora, el cuerpo no es término de una transmisión directa; se transmiten los elementos germinales (espermatozoide y óvulo) que van a producir por sí mismos la célula germinal. Los progenitores no transmiten el cuerpo, tan sólo aquello que de por sí va a producir ese cuerpo. Tampoco la psique, porque sólo puede haber psique cuando hay un cuerpo «de». Esto quiere decir que la psique es «corpórea» y el cuerpo es «psíquico». Esta interpretación de Zubiri supone exponer la estructura formal e intrínsecamente unitaria del hombre como unidad psico-somática o somática-psíquica.
Ahora bien, según Zubiri el ser humano no es algo cerrado, dado de una vez y para siempre (como ocurriría en el caso de los animales), sino, otra vez, una sustantividad abierta a posibilidades. La sustantividad -que es un concepto distinto al de «sustancia» en Aristóteles- es el momento de la realidad en virtud del cual los elementos de que consta forman unidad dentro de un sistema. El hombre es una «sustantividad», una realidad, que se define por sus «notas».
Dadas estas características, no es difícil pensar que la relación del hombre con el mundo sea distinta. En la actividad orgánica animal, dice Zubiri, se da lo estimúlico. El animal responde sólo a estímulos y está cerrado a eso. Los hombres trascienden los estímulos y tienen con el mundo una relación «real». El ser humano es un animal de realidades.
«El hombre (además) -al estar despegado del estímulo- es un «animal de distanciamiento» (…). En este sentido, cada hombre está suelto-de, es «absoluto». El hombre es un «absoluto relativo», porque tiene que ir proyectando y realizando su vida. El animal sólo resuelve situaciones».
Esa relación especial con el mundo es posible gracias a la inteligencia. Es ésta la que aprehende lo real como real. Mientras cada sentido aprehende según un modo de alteridad propia, hay otro modo de alteridad, es sentir de tal forma que los caracteres de su contenido le pertenecen «de suyo», en propio. Este carácter del «de suyo» es justo realidad. «Realidad es la formalidad del «de suyo»».
Finalmente, Zubiri considera que la realidad es ultimidad, posibilitación e impelencia. La realidad me abre a la trascendencia y me posibilita la experiencia de lo infinito. La realidad no se agota con las cosas de este mundo, sino que me permiten barruntar un más allá que es más bien un más acá.