Entre las vivencias de las personas, se encuentran historias no contadas, historias no escritas o escritas y no publicadas, y las que se tiene el talento suficiente para escribirlas, enlazarlas y publicarlas.Entre las mías puedo decir que son vivencias no aprovechadas, pues tuve la oportunidad a mis 16 años de recibir una plática personal de uno de los genios de la industria y el comercio en Guatemala, que empezó hablándome sobre su Teculután, sobre cómo se proyectaban sus negocios en Guatemala, sus éxitos, etc., pero desafortunadamente el escenario talvez no era el ideal, el señor sentado en una piedra a la orilla de una poza del río de Teculután y yo como patojo que era, haciendo clavados desde las piedras que estaban a la orilla. El nombre de este personaje era nada más ni nada menos que Benjamín Carlos Paiz Ayala, que a saber por qué motivos se había tomado unas pequeñas vacaciones allá por el año 1953 y parecía como querer revivir sus vivencias teculutecas y yo por el respeto que me merecía una personalidad tan grande, lo escuchaba con mucha atención, pues me parecía muy importante todo lo que me decía. De repente una sirena empezó a revolotear por enfrente de nosotros y mi atención se cambió hacia otros derroteros y peor cuando se acercó a saludarnos, ¿qué tal, don Carlos? ¿Qué tal, Willy?, siendo que en ese momento la plática empezó a girar de cómo don Carlos tenía amistad con el padre de la señorita. Entre los conocimientos del desarrollo de la familia teculuteca, me acuerdo que me dijo: con tu papá somos medio parientes, hecho que pude comprobar que era cierto, pero 50 años después, por curiosidad, cuando leí de que él menciona algunos de mis parientes en el libro que escribió relatando algunas historias de su vida, cuando se tuvo que arrimar con unos tíos segundos, don Esteban Rossal y doña Angelina Cordón Chacón, después de la muerte de su abuelo Eligio Ayala Cordón.