El director argentino Lisandro Alonso prosigue en «Liverpool», presentada hoy en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes, una búsqueda estética exigente que esta vez transcurre por una inhóspita Tierra del Fuego, de la mano de un marino misterioso.
«Liverpool» empieza en el interior de un buque mercante que está a punto de llegar a Ushuaia, donde un marino baja a tierra dos días con el fin de ir a ver si su madre sigue viva. En medio de la nieve, del frío intenso, el hombre avanza en silencio, solo, hasta llegar a un lugar perdido.
Allí, su madre, anciana y en cama, le anuncia que le nació una hija poco después de que se marchara hace veinte años –«vaya herencia le dejaste», comenta–, conoce a la muchacha, ligeramente deficiente, y poco después el hombre vuelve a emprender viaje y la película continúa un buen rato sin él.
Está claro que a Lisandro Alonso el argumento no es lo que más le interesa de una película, eso que en «Liverpool», a diferencia de sus anteriores «La libertad» y «Los muertos», hay una intriga que el director va aclarando poquito a poco a base de indicios.
En realidad, Alonso busca transmitir sensaciones, un placer estético, más que contenidos concretos, la desolación de los paisajes nevados, el frío, la soledad de los personajes, en especial de ese hombre misterioso que maneja el tenue hilo conductor del argumento, del que desconocemos prácticamente todo, de dónde sale, qué pretende, por qué lleva tanto tiempo sin pisar su pueblo natal…
Lisandro Alonso pide atención para los detalles, como el que explica el sentido de la palabra «Liverpool» (algo así como el trineo en «Ciudadano Kane»), no brinda muchas claves en esta película que se puede tomar como un acto de cine consistente en acompañar un rato a los personajes sin saber casi nada del antes y después del momento que compartimos con ellos.
«Esta película es más ficción que las anteriores, tiene menos ingredientes de documental, es más ascética. El protagonista de «Liverpool» no es un actor profesional, trabaja sacando nieve de las rutas. Lo puse en un barco y en medio de un aserradero, y todo el tiempo necesitaba indicaciones», explicó Lisandro Alonso.
«También al trabajar con una chica que tiene una leve discapacidad mental real, el proceso se hacía más complicado, todos necesitaban bastante atención, algo que no me ocurrió en «La libertad» y «Los muertos»», agregó el director argentino.
Esta vez, Lisandro Alonso cambió los paisajes que hablan por sí mismos por verdaderas naturalezas muertas. «A doce bajo cero no hay pájaros, no hay animales, nada se mueve, como si fuera un decorado… Y, claro, con ese frío, teníamos que preparar muy bien lo que íbamos a filmar», dijo.
«En el fondo quería hacer un cuentito ingenuo, no quería ni matar más animales, ni sangre, ni escenas de sexo… No quiero hacer más películas que agredan al espectador», agregó.
«No se me ocurre hacer cosas muy diferentes unas de otras. Elegí seguir un camino y sobre ese camino iré poniendo ingredientes, iré viendo las cosas que me sirvieron de una película para ponerlas o no en la siguiente», amplió.
«Ahora me lo quiero pensar más tiempo antes de iniciar otra. Nada está cerrado, pero no creo que me tiente el relato más clásico, como espectador prefiero sentirme más activo en la butaca», concluyó.
Con «Liverpool», coproducida con España y Francia, Lisandro Alonso participa por cuarta vez en el Festival de Cannes.