¿Hace cuánto terminó de leer un libro? ¿Y qué le pareció? O, ¿hace cuánto que fue a una galería de arte? ¿Qué opinó de los cuadros? Dentro de nuestros criterios de clasificación del arte, casi siempre se escuchan comentarios como: es bueno, malo, pésimo, terrible, no te lo recomiendo, no me gustó, me gustó pero no tanto como el otro, etc.
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El crítico literario español Alberto Manguel, en un reciente artículo, ridiculizaba estos criterios relatando una historia de dos lectoras que comentaban los libros de turno: «Es bueno, pero no bueno para mí, ¿me entiendes?», decía una de ellas.
Para entender estos criterios, hay que considerar distintas posturas. ¿Qué hace ahora un libro bueno? Si le preguntamos a las listas de popularidad, lo bueno se mide por ventas.
Si le preguntamos a las editoriales, pues tendría que ser su producto nuevo, el líder.
Pero, para un lector, un buen libro será aquel que entrañablemente le dijo algo en el momento de la lectura. Incluso, este lector pudo haber sugerido el libro a algún conocido, y éste pudo haber pensado que el libro es pésimo.
Así, tendríamos listas del arte que es bueno para vender, un arte que es bueno para nosotros mismos, y un arte que es bueno para (casi) todos.
En otras palabras, nos encontramos ante la eterna discusión de las clasificaciones del arte, y que, a la larga, estarían catalogadas en cuatro criterios: el arte comercial, el arte comprometido, el panfleto y el nunca bien ponderado arte por el arte. ¿Cuál es, entonces, la diferencia?
Arte comercial
Es, obviamente, el más fácil de inferir. Usualmente, en los periódicos encontramos la «lista de lo más vendido», o «la recomendación del fin de semana», que no es más que el producto (entiéndase libro, película, disco) que está siendo promocionado, por el momento.
A veces se extiende a más, según la época, así como la canción de moda del verano, o la lectura para esta navidad. Usualmente, los que se dicen amantes del arte, desprecian esto; pero, para quienes lo conciben o quienes gustan de él, no ven nada de malo en seguir tendencias.
Es fácil advertir que un paisaje de La Antigua Guatemala, con buganvillas, volcán de fondo y todo, no compite con una pintura negra de Francisco Goya, ¡jamás!
Pero es más difícil advertir que, poco a poco, las distancias entre arte comercial y un arte con estándares más universales, se están acortando.
El arte comercial se entiende, desde un punto de vista, en consumo. Quien lo adquiere será una persona con un buen poder adquisitivo. Desde la perspectiva de la plástica, se entiende que hace algunos años, quienes «consumían» arte, les bastaba con el paisaje del Lago de Atitlán. Pero, lo que se ve ahora en las subastas de arte, por ejemplo, en Nueva York o Londres, o lo que se verá en breve en la exposición de Juannio, no es precisamente un arte simple.
En el caso de los primeros, las grandes subastas de arte, los clásicos, como Picasso, Matisse o Klimt, cada vez más son más cotizados. Los «consumidores» de arte son, cada vez, más sensibles y conocedores.
Aunque es difícil hacer la analogía, en el campo de la literatura o la música, por ejemplo, está sucediendo un fenómeno parecido.
Arte comprometido / panfleto
¿Qué los diferencia, si prácticamente son lo mismo? Aparentemente, el llamado «arte comprometido» se refiere a un tipo de arte vinculado con la «resistencia», con la lucha política; por supuesto, de lo que se entiende ética y políticamente correcto; el arte comprometido, hasta donde recuerdo, nunca ha sido hegemónico.
Si es hegemónico, más bien se le ha clasificado como «panfleto», que también va vinculado a ideas sociopolíticas y económicas, destinado a expresar opinión, más que favorecer el proceso estético.
En común, el arte comprometido y el panfleto, tienen una intención más clara de favorecer la idea y no tanto la estética.
En otra definición, distinta a la primera, arte comprometido favorece a la idea, pero no se olvida de la estética. En cambio, el panfleto se olvida de la estética, y con el paso del tiempo no se vislumbra más que una idea, que usualmente pasa de moda.
Tomando en cuenta estos criterios, panfleto, en el idioma español, ha sido utilizado más bien para desmerecer a cierto tipo de arte, por considerarlo que sólo es un vehículo político, y no artístico. Sin embargo, este criterio usualmente es utilizado para clasificar la tendencia opuesta.
El panfleto, como dije, puede ser hegemónico o marginal. En el caso del primero, habrá que recordar cómo la Generación del 98 catalogó como «panfleto» las obras de José Echegaray, por considerarlas afines a la hegemonía gubernamental; Echegaray, por cierto, ganó el premio Nobel.
En el segundo caso, panfleto fue llamado el «arte comprometido» en Guatemala, al arte, sobre todo música, de la izquierda militante durante la guerra interna. Para una postura, la marginal, era arte comprometido; para la hegemonía, era panfleto.
Pero, hay que reconocer que lo panfletario / comprometido tiene su función. Claro está, que no se favorece tanto la forma, pero existen documentos que pudieron haber sido catalogados como panfletos, pero el paso del tiempo les dio carácter de obras universales.
«La comedia» de Dante, por ejemplo, está llena de referencias a personajes políticos de su época, que hoy día se desconoce quiénes son. Se supone que el poeta intentó evidenciar a ciertos personajes corruptos contemporáneos suyos, pero la belleza de la obra, sobre todo de «El infierno» (donde obviamente ubicó a sus enemigos políticos), trascendió más que lo panfletario.
Según han argumentado los seguidores del «arte comprometido», hay ciertas épocas en la historia de un país que no se puede cerrar los ojos ante la realidad, por lo que no sería éticamente correcto entregarse al «arte por el arte».
Sin embargo, hay otros que consideran que el favorecer la política por encima del arte, es simplemente utilizar el arte como un vehículo, por lo que no es correcto, tampoco.
Recuerdo ahora a Augusto Monterroso, que valoraba, con mucha ironía, que José Martí, al querer escribir literatura, tomó una pluma y escribió «Versos sencillos» y «Versos libres»; en cambio, cuando se volvió a la política, tomó un fusil; claro, lo mataron en la primera guerra.
Quevedo, también, consideraba inútil el panfleto, ya que el plomo que se usaba en la imprenta para reproducirlo, era mejor usarse en los cañones.
Y… el arte por el arte
Casi cualquier crítico o profesor de arte, duda, o al menos lo piensa largo rato, al referir a un solo artista que se haya entregado al arte por el arte.
En casi toda obra se pueden encontrar detalles de crítica social, por muy ajeno a ello. Probablemente, esto es inherente a toda obra. Si se le busca por donde, un político podría encontrar crítica social hasta a la escultura más dadaísta del mundo.
Y, al igual que es criticable una postura ultracomprometida, lo es también alguien que desdeña el mundo.
En Guatemala, la pugna se dio en la discusión: Otto René Castillo versus Miguel íngel Asturias. En el año en que éste recibió el Nobel, aquél murió fusilado en un cuartel militar. Sus contemporáneos levantaron la discusión sobre qué postura era la adecuada: si la comprometida de Castillo, o la estética de Asturias.
Al final, al parecer, no se declaró un ganador. Por suerte, los lectores han concebido que la poesía de Otto René tiene tanta belleza, que es deleite para el alma aunque no se comprenda el mensaje político. Y, de parte de Asturias, se ha encontrado que detrás de esa rica retórica, hay detalles de denuncia social.
Y ahora?
Ante los diferentes caminos del arte, sobre todo tres: comercial, compromiso o arte por el arte, ¿qué prevalece?
En tiempos posmodernos, y ante las tensiones que se provocaron en el siglo XX, especialmente durante la Guerra Fría, el artista actual ha comprendido en realizar síntesis; ni tan olvidado de la crítica, ni tan olvidado de la estética; y si se puede vender, ¿qué mejor?
El arte posmoderno ha buscado la síntesis, más que transgredir como lo que pretendían los vanguardistas de inicios del siglo XX. Hoy día, una buena dosis de humor (mejor si es negro), con ambientación en lugares conocidos, críticos sociales, pero favoreciendo la estética, pareciera ser el buen camino.
Pero, eso sólo es una percepción. Habrá muchos que estén en desacuerdo, y tal vez pocos que quieran seguir en eso.
Lo que sí es cierto, es que estos variados criterios para clasificar el arte, están siendo bien sorteados por los lectores / espectadores actuales. El público contemporáneo es más complejo.
Si es lector, tiene acceso a más libro, más baratos. Conoce otros idiomas e incluso se anima a leer obras en su idioma original, lo que lo hace un público más selectivo.
Si es amante de la música, tiene más acceso a ella, descarga gratuitamente canciones por Internet, y en el iPod puede acumular enormes cantidades. Si utiliza un orden aleatorio, los juegos electrónicos bien le podrían dar la sorpresa de presentarle un menú así: Amy Winehouse; después un narcocorrido de los Tigres del Norte; una sonatina olvidada de Chopin; Ojalá de Silvio Rodríguez, y «Noche de luna entre ruinas».
Si le gusta la plástica, ha visitado las decenas de galerías que hay en el país. De hecho, trabaja en un banco cuyo lobby contiene obras de un pintor de San Juan Comalapa. Por Internet, busca «El grito» de Munch, y ha visitado virtualmente el Museo de Arte Moderno de Nueva York, o El Prado.
Así, poco a poco, los gustos se van refinando, y se hace más difícil esa clasificación de quien dice simplemente: «A mí me gustó».