Los caminos del arte


¿Hace cuánto terminó de leer un libro? ¿Y qué le pareció? O, ¿hace cuánto que fue a una galerí­a de arte? ¿Qué opinó de los cuadros? Dentro de nuestros criterios de clasificación del arte, casi siempre se escuchan comentarios como: es bueno, malo, pésimo, terrible, no te lo recomiendo, no me gustó, me gustó pero no tanto como el otro, etc.

Mario Cordero
mcordero@lahora.com.gt

Una mujer observa la obra de Mark Rothko, Una mujer observa la obra de Robert Rauschenberg,

El crí­tico literario español Alberto Manguel, en un reciente artí­culo, ridiculizaba estos criterios relatando una historia de dos lectoras que comentaban los libros de turno: «Es bueno, pero no bueno para mí­, ¿me entiendes?», decí­a una de ellas.

Para entender estos criterios, hay que considerar distintas posturas. ¿Qué hace ahora un libro bueno? Si le preguntamos a las listas de popularidad, lo bueno se mide por ventas.

Si le preguntamos a las editoriales, pues tendrí­a que ser su producto nuevo, el lí­der.

Pero, para un lector, un buen libro será aquel que entrañablemente le dijo algo en el momento de la lectura. Incluso, este lector pudo haber sugerido el libro a algún conocido, y éste pudo haber pensado que el libro es pésimo.

Así­, tendrí­amos listas del arte que es bueno para vender, un arte que es bueno para nosotros mismos, y un arte que es bueno para (casi) todos.

En otras palabras, nos encontramos ante la eterna discusión de las clasificaciones del arte, y que, a la larga, estarí­an catalogadas en cuatro criterios: el arte comercial, el arte comprometido, el panfleto y el nunca bien ponderado arte por el arte. ¿Cuál es, entonces, la diferencia?

Arte comercial

Es, obviamente, el más fácil de inferir. Usualmente, en los periódicos encontramos la «lista de lo más vendido», o «la recomendación del fin de semana», que no es más que el producto (entiéndase libro, pelí­cula, disco) que está siendo promocionado, por el momento.

A veces se extiende a más, según la época, así­ como la canción de moda del verano, o la lectura para esta navidad. Usualmente, los que se dicen amantes del arte, desprecian esto; pero, para quienes lo conciben o quienes gustan de él, no ven nada de malo en seguir tendencias.

Es fácil advertir que un paisaje de La Antigua Guatemala, con buganvillas, volcán de fondo y todo, no compite con una pintura negra de Francisco Goya, ¡jamás!

Pero es más difí­cil advertir que, poco a poco, las distancias entre arte comercial y un arte con estándares más universales, se están acortando.

El arte comercial se entiende, desde un punto de vista, en consumo. Quien lo adquiere será una persona con un buen poder adquisitivo. Desde la perspectiva de la plástica, se entiende que hace algunos años, quienes «consumí­an» arte, les bastaba con el paisaje del Lago de Atitlán. Pero, lo que se ve ahora en las subastas de arte, por ejemplo, en Nueva York o Londres, o lo que se verá en breve en la exposición de Juannio, no es precisamente un arte simple.

En el caso de los primeros, las grandes subastas de arte, los clásicos, como Picasso, Matisse o Klimt, cada vez más son más cotizados. Los «consumidores» de arte son, cada vez, más sensibles y conocedores.

Aunque es difí­cil hacer la analogí­a, en el campo de la literatura o la música, por ejemplo, está sucediendo un fenómeno parecido.

Arte comprometido / panfleto

¿Qué los diferencia, si prácticamente son lo mismo? Aparentemente, el llamado «arte comprometido» se refiere a un tipo de arte vinculado con la «resistencia», con la lucha polí­tica; por supuesto, de lo que se entiende ética y polí­ticamente correcto; el arte comprometido, hasta donde recuerdo, nunca ha sido hegemónico.

Si es hegemónico, más bien se le ha clasificado como «panfleto», que también va vinculado a ideas sociopolí­ticas y económicas, destinado a expresar opinión, más que favorecer el proceso estético.

En común, el arte comprometido y el panfleto, tienen una intención más clara de favorecer la idea y no tanto la estética.

En otra definición, distinta a la primera, arte comprometido favorece a la idea, pero no se olvida de la estética. En cambio, el panfleto se olvida de la estética, y con el paso del tiempo no se vislumbra más que una idea, que usualmente pasa de moda.

Tomando en cuenta estos criterios, panfleto, en el idioma español, ha sido utilizado más bien para desmerecer a cierto tipo de arte, por considerarlo que sólo es un vehí­culo polí­tico, y no artí­stico. Sin embargo, este criterio usualmente es utilizado para clasificar la tendencia opuesta.

El panfleto, como dije, puede ser hegemónico o marginal. En el caso del primero, habrá que recordar cómo la Generación del 98 catalogó como «panfleto» las obras de José Echegaray, por considerarlas afines a la hegemoní­a gubernamental; Echegaray, por cierto, ganó el premio Nobel.

En el segundo caso, panfleto fue llamado el «arte comprometido» en Guatemala, al arte, sobre todo música, de la izquierda militante durante la guerra interna. Para una postura, la marginal, era arte comprometido; para la hegemoní­a, era panfleto.

Pero, hay que reconocer que lo panfletario / comprometido tiene su función. Claro está, que no se favorece tanto la forma, pero existen documentos que pudieron haber sido catalogados como panfletos, pero el paso del tiempo les dio carácter de obras universales.

«La comedia» de Dante, por ejemplo, está llena de referencias a personajes polí­ticos de su época, que hoy dí­a se desconoce quiénes son. Se supone que el poeta intentó evidenciar a ciertos personajes corruptos contemporáneos suyos, pero la belleza de la obra, sobre todo de «El infierno» (donde obviamente ubicó a sus enemigos polí­ticos), trascendió más que lo panfletario.

Según han argumentado los seguidores del «arte comprometido», hay ciertas épocas en la historia de un paí­s que no se puede cerrar los ojos ante la realidad, por lo que no serí­a éticamente correcto entregarse al «arte por el arte».

Sin embargo, hay otros que consideran que el favorecer la polí­tica por encima del arte, es simplemente utilizar el arte como un vehí­culo, por lo que no es correcto, tampoco.

Recuerdo ahora a Augusto Monterroso, que valoraba, con mucha ironí­a, que José Martí­, al querer escribir literatura, tomó una pluma y escribió «Versos sencillos» y «Versos libres»; en cambio, cuando se volvió a la polí­tica, tomó un fusil; claro, lo mataron en la primera guerra.

Quevedo, también, consideraba inútil el panfleto, ya que el plomo que se usaba en la imprenta para reproducirlo, era mejor usarse en los cañones.

Y… el arte por el arte

Casi cualquier crí­tico o profesor de arte, duda, o al menos lo piensa largo rato, al referir a un solo artista que se haya entregado al arte por el arte.

En casi toda obra se pueden encontrar detalles de crí­tica social, por muy ajeno a ello. Probablemente, esto es inherente a toda obra. Si se le busca por donde, un polí­tico podrí­a encontrar crí­tica social hasta a la escultura más dadaí­sta del mundo.

Y, al igual que es criticable una postura ultracomprometida, lo es también alguien que desdeña el mundo.

En Guatemala, la pugna se dio en la discusión: Otto René Castillo versus Miguel íngel Asturias. En el año en que éste recibió el Nobel, aquél murió fusilado en un cuartel militar. Sus contemporáneos levantaron la discusión sobre qué postura era la adecuada: si la comprometida de Castillo, o la estética de Asturias.

Al final, al parecer, no se declaró un ganador. Por suerte, los lectores han concebido que la poesí­a de Otto René tiene tanta belleza, que es deleite para el alma aunque no se comprenda el mensaje polí­tico. Y, de parte de Asturias, se ha encontrado que detrás de esa rica retórica, hay detalles de denuncia social.

Y ahora?

Ante los diferentes caminos del arte, sobre todo tres: comercial, compromiso o arte por el arte, ¿qué prevalece?

En tiempos posmodernos, y ante las tensiones que se provocaron en el siglo XX, especialmente durante la Guerra Frí­a, el artista actual ha comprendido en realizar sí­ntesis; ni tan olvidado de la crí­tica, ni tan olvidado de la estética; y si se puede vender, ¿qué mejor?

El arte posmoderno ha buscado la sí­ntesis, más que transgredir como lo que pretendí­an los vanguardistas de inicios del siglo XX. Hoy dí­a, una buena dosis de humor (mejor si es negro), con ambientación en lugares conocidos, crí­ticos sociales, pero favoreciendo la estética, pareciera ser el buen camino.

Pero, eso sólo es una percepción. Habrá muchos que estén en desacuerdo, y tal vez pocos que quieran seguir en eso.

Lo que sí­ es cierto, es que estos variados criterios para clasificar el arte, están siendo bien sorteados por los lectores / espectadores actuales. El público contemporáneo es más complejo.

Si es lector, tiene acceso a más libro, más baratos. Conoce otros idiomas e incluso se anima a leer obras en su idioma original, lo que lo hace un público más selectivo.

Si es amante de la música, tiene más acceso a ella, descarga gratuitamente canciones por Internet, y en el iPod puede acumular enormes cantidades. Si utiliza un orden aleatorio, los juegos electrónicos bien le podrí­an dar la sorpresa de presentarle un menú así­: Amy Winehouse; después un narcocorrido de los Tigres del Norte; una sonatina olvidada de Chopin; Ojalá de Silvio Rodrí­guez, y «Noche de luna entre ruinas».

Si le gusta la plástica, ha visitado las decenas de galerí­as que hay en el paí­s. De hecho, trabaja en un banco cuyo lobby contiene obras de un pintor de San Juan Comalapa. Por Internet, busca «El grito» de Munch, y ha visitado virtualmente el Museo de Arte Moderno de Nueva York, o El Prado.

Así­, poco a poco, los gustos se van refinando, y se hace más difí­cil esa clasificación de quien dice simplemente: «A mí­ me gustó».