Un torpedo llamado realidad, amenaza con revelar que la economía guatemalteca no es precisamente un «navío de gran calado» como algunos funcionarios del Banco de Guatemala han pretendido hacernos creer. A la crisis financiera estadounidense se le ha unido la incontenible escalada de los precios del petróleo y la escasez de alimentos, manifestándose un escenario mundial preocupante por una debacle a nivel mundial. Esto ha ocasionado que la gran mayoría de gobernantes se hayan sentido obligados a modificar sus agendas, creando nuevas prioridades con el propósito de reducir los estragos que esta crisis podría ocasionar. El Presidente mexicano, por ejemplo, ya presentó un plan para enfrentar la crisis en su país. El programa incluye, entre otras medidas, incentivos fiscales, un plan organizacional entre el gobierno central y todas las gobernaturas, subsidio a las tarifas eléctricas y al diésel. Felipe Calderón también pretende que México se habrá a la inversión extranjera en la explotación de los hidrocarburos con el propósito de incrementar su producción.
A consecuencia de la alta dependencia de su economía con su vecino del norte, por ser el destino del 85% de sus exportaciones, México está catalogado como uno de los países más vulnerables en este «tsunami» financiero que se inició por el desorden hipotecario del sistema bancario estadounidense. Lo que en Guatemala debemos tener claro, es que la magnitud del problema demanda medidas de alto impacto para contrarrestar de manera más efectiva los efectos económicos y sociales que esta situación nos podría ocasionar. El anuncio del gobierno central de un plan para producir granos básicos a gran escala, resulta una medida muy adecuada, el asunto es que esto urge se empiece a implementar. La nueva ley de zonas francas que contempla nuevos incentivos fiscales para las empresas que se asienten en las zonas más pobres del país, también es una medida digna de aplaudir. Pero estas son estrategias de mediano y largo plazo, mientras tanto el hervidero social a lo largo y ancho del país ya amenaza con estallar. Y aquí hay algo que se debe entender, el coctel de la ingobernabilidad con la crisis económica sería lo peor que nos podría ocurrir. Considero que efectivamente estos deben ser tiempos de solidaridad, por eso es que el nuevo gobierno debe proponer de manera urgente un acuerdo nacional donde todos los sectores se comprometan a cooperar, y en este propósito no siempre la ley del mercado tendrá que imperar. Pues ante las actuales circunstancias no es posible que estemos exportando etanol cuando los precios de los hidrocarburos nos están ahogando. Si bien es cierto que las causas de la crisis obedecen a factores externos, más claro resulta ser que la solución únicamente vendrá de nosotros mismos, aquí no es cuestión de esperar que factores externos nos vengan a rescatar. Ante esta realidad, considero que más que cumplir con las variables de poco impacto que siempre integran un plan de gobierno, la actual administración saldrá victoriosa en la medida que logre manejar esta crisis global. Y su primer desafío se inicia con detener en un muy corto plazo, el alza en los precios de los alimentos, cumpliendo con las necesidades más apremiantes a lo largo de su administración, para cerrar como mínimo, en dejarnos bien avanzados en la sustitución de nuestra matriz energética al final del período gubernamental.