Michael Marland: El arte de enseñar (Técnicas y organización del aula)


El presente libro del director de la North Westminster Area Community School, en Londres, constituye el esfuerzo por presentar al lector un compendio de sugerencias respecto a cómo se debe enseñar en el aula. La obra es interesante porque el autor no presenta teorí­as, sino su propia vivencia respecto a la manera más feliz de conducirse en el salón de clases para alcanzar los objetivos deseados.

Eduardo Blandón

El texto se divide en ocho capí­tulos: 1. Puntos de partida; 2. Las relaciones en el aula; 3. El ambiente del aula; 4. Documentaciones. Registros e informes; 5. Normas y Costumbres; 6. La actuación del profesor; 7. El ritmo de la enseñanza y 8. Autopreparación.

Yo pensarí­a que el texto aun y cuando es para todo público pueden aprovecharlo mejor los educadores en virtud de la experiencia compartida por el autor. Nunca está de más saber qué hacen los profesores para enseñar, cómo se administran en las aulas y la forma en que solucionan sus problemas en caso de alumnos indisciplinados, por ejemplo. Enseñar es cierto que es un arte, pero también es un oficio que puede aprenderse y para esto nada mejor que la experiencia ajena.

Marland dice que la profesión docente exige no sólo de intuiciones, corazonadas y tactos, sino también de un cierto conocimiento que se va aprendiendo con los años. El profesor con el tiempo va madurando, va aprendiendo a auscultar los corazones juveniles y a encontrar las mejores estrategias docentes. Por eso pide a los jóvenes profesores no desanimarse y a tomar en cuenta la sabidurí­a de los que en esto llevan la delantera.

En la enseñanza, afirma el autor, todo cuenta: el salón de clases, el patio de la escuela y el sistema general administrativo, pero en medio de todo, si se trata de encontrar a la figura central lo constituye el profesor. El maestro es el alma de la enseñanza y el principal responsable del éxito educativo. De modo que un docente realizado, profesional y responsable es la bendición para cualquier escuela y estudiante.

«Cuanto más se considere la educación y la enseñanza en la práctica, más se estudie la investigación y la observación y más se contemplen los problemas reales de ayudar al joven que aprende, en mayor alto grado deduciremos forzosamente la sencilla conclusión de que los profesores individuales constituyen el factor más importante. No lo es la organización escolar, ni el programa, ni el método de enseñanza, excepto en la medida en que sirven de ayuda o son un obstáculo para el profesor individual».

El profesor es la clave de éxito o fracaso de la educación y el lugar donde se juega casi todo es en el salón de clases. El aula es piedra de toque de la enseñanza y donde el maestro tiene que ejercer sus mayores talentos y cualidades. Aquí­ tiene que aprender a dirigirse a los alumnos, mantener el orden, enseñar, reprender, jugar e incluso mostrar humanidad a través de un sentido del humor que lo haga simpático y digno de amor de sus aprendices.

No menos importante que el salón de estudio lo constituye el patio. Es en este espacio donde el profesor puede ganarse el corazón de los muchachos y educar en otras áreas importantes de la personalidad juvenil. El área de juego quizá es evitado por los profesores por comodidad y por temor a que se le falte el respeto, pero es un espacio pedagógico vital.

Este trabajo del profesor, si se toma en serio, es extenuante. Exige de él lo mejor de sus posibilidades y energí­as, por tanto, debe aprender a moderar su actividad. Dado el imperativo del buen sentido del humor, la paciencia y la creatividad, las condiciones del docente deben ser lúcidas.

«No debe planear demasiadas lecciones que exijan un gran esfuerzo de voz: a no ser que la quiera perder. No puede trabajar con excesiva dureza en demasiadas cosas: quedarí­a agotado antes del término de cada jornada (…). Es evidente que el enseñante puede esperar sentir fatiga al final del trabajo de una semana, pero si este agotamiento surge a mitad de la semana o en medio de un dí­a, perjudicando gravemente su actuación efectiva en el aula, esto quiere decir que algo va mal en el ritmo de trabajo del docente. Debe esforzarse por mantenerse descansado. No puede permitir estar agotado en exceso».

Esto no quiere decir, afirma Marland, que vivan en permanente ocio. Los profesores, explica, deben continuar su trabajo en la mayorí­a de veces incluso en sus propias casas en dí­as de descanso. No hay que darse muchos lapsos de descanso porque el riesgo es la acumulación de trabajo y eso resulta grave en la acción educativa.

En lo que respecta a cualidades esperables del profesor, nada mejor que el orden y la disciplina. El orden permite al maestro un estado de felicidad que penetra por los poros de los estudiantes, es educativo y permite realizar un trabajo exitoso. Esta cualidad es evidente desde el primer vistazo al salón de clases, en la vestimenta de los jóvenes y en la presencia misma del profesor. Un docente ordenado, sencillamente, dice el autor, suele lucir bien.

La disciplina también es importante en la educación y enseña a los que aprenden el sentido de la responsabilidad. Para alcanzar semejante virtud, el docente no tiene que ser ni muy flojo ni demasiado exigente. Tiene que aprender a escuchar, pero a la vez ser tenaz en las exigencias para alcanzar los objetivos. Los flojos a la larga agradecen la disciplina y los demás aprovechan un ambiente que redunda en el aprovechamiento escolar.

«No hay que ser innecesariamente duro o severo. Las órdenes se deben dar con firmeza, pero de modo agradable. Una orden habitual como «hagan esto ahora», puede ser pronunciada cálidamente y con una sonrisa. Las instrucciones serán tanto más agradables y efectivas si, siempre que sea posible, tienen un carácter más positivo que negativo».

En realidad, enseñar es una tarea difí­cil y quizá la parte en que más evidencia el autor esta complejidad es cuando afirma que el profesor necesita de una mezcla raramente encontrada:

«El arte de enseñar no será válido sin un espí­ritu compuesto por el del vendedor, el artista de music-hall, el padre, el payaso, el intelectual, el amigo y el organizador; pero el espí­ritu no ganará sólo por sí­ mismo. El método es lo que importa. Cuanto más «organizado» sea el profesor, más simpático podrá resultar. Cuanto mejor dirija su aula, mayor ayuda proporcionará a los alumnos».

El libro puede ayudar a los docentes en su tarea. Se lo recomiendo.