La pobreza extrema se ensaña con indí­genas


Una mujer observa por un agujero en su choza. Los tolupanes están siendo amenazados por la falta de alimento y la hambruna.

Una tabla de apenas 25 centí­metros de ancho como puerta, con dos agujeros de ventanas, por donde asoma una mujer indí­gena, retratan la pobreza extrema en que vive la comunidad tolupán de Rincón Quemado, en la Montaña de La Flor, a cien km al norte de la capital hondureña.


Noe Franklin, nieto de Julio Soto, caudillo de la tribu Tolupan,  juega con una pelota en la aldea de Rincón Quemado, Montaña de la Flor.

«Aquí­ vivo junto a mi mujer y mis tres hijos», relata Isabel, hijo de Julio Soto, cacique de la tribu Tolupán, al tiempo que muestra su covacha de cuatro metros de ancho por cuatro de largo, cuyas paredes de ramas de árboles y tierra albergan chinche picuda (vinchuca), un insecto causante del Mal de Chagas.

En el interior, tres menores sentados en el piso de tierra lloran por la presencia de extraños en este lugar, donde la carestí­a de maí­z y frijoles han agravado el hambre ancestral que padece esta población olvidada por los gobiernos.

«En la tribu son muy pocos los que comen frijoles. En mi casa nos estamos alimentando sólo a base de aguacates», asegura Isabel, mientras su esposa Sonia, se asoma temerosa por uno de los dos ventanucos que dejan entrar unos rayos de luz en la endeble vivienda.

A pocos metros de la covacha de Isabel, un hombre delgado de piel arrugada, vestido de un balandrán -vestimenta tolupán- con una pipa en la boca, barre el patio de una casa. Es el cacique Julio Soto.

Al problema de la falta de alimentos de esta comunidad sedentaria de 19 mil habitantes dispersos en una treintena de grupos se suman ahora los problemas por la tierra.

Ante la falta de tí­tulos de propiedad, muchos terratenientes cafetaleros están invadiendo los bosques y las tierras de los tolupanes, también conocidos como «xicaques».

Para el caso, Soto vive en la comunidad de La Ceiba pero se refugia en otras aldeas y caserí­os, como Rincón Quemado. A veces duerme entre los árboles en la montaña por temor, dice, a que lo asesinen sicarios pagados por terratenientes que quieren quedarse con sus tierras.

«En La Ceiba me quieren matar y por eso no voy», dijo el cacique.

Rincón Quemado es una de las aldeas más pobres de Honduras.

Pobladores de la aldea a El Higuerito, próximo a Rincón Quemado, calificaron de «triste» la situación de los tolupanes.

«Es penoso y hasta frustrante ver cómo nuestros hermanos se mueren lentamente y en el más completo abandono», manifestó Carlos, un vecino del lugar.

Las bajas temperaturas de la zona, que caen hasta 8 grados, también pasan factura a los cuerpos de los niños tolupanes, pues muchas viviendas están levantadas con rajas de madera que dejan filtrar el frí­o de la noche y el calor del dí­a.

Aunque es difí­cil conocer cifras fiables, los locales afirman que la mortalidad infantil es alta, pues abundan las enfermedades respiratorias, los males transmitidos por los mosquitos y la desnutrición.

Afuera, en una calle polvorienta de Rincón Quemado, un grupo de niños patea un balón remendado.

«Algún dí­a que regrese nos trae una pelota», pide Manuel, yerno de Julio Soto, quien también aprovecha para encargarle al periodista un «juego de bisagras» para la puerta de la casa.