Austria busca respuestas al sórdido secuestro que sorprendió al mundo


Josef Fritzl abandona la comisarí­a, luego de que confesara que mantuvo secuestrada a su hija durante 24 años, engendrando a siete niños.

Austria se preguntaba hoy cómo un hombre pudo esconder durante 24 años a su hija, hoy en dí­a de 42 años, en un sótano de su casa en Amstetten (este), donde confesó haberle engendrado siete hijos, sin que su esposa, los vecinos ni las autoridades sospecharan absolutamente nada.


Foto de la policí­a del secuestrador incestuoso.

El sospechoso, Josef Fritzl, de 73 años, confesó hoy durante su interrogatorio todas las acusaciones, tras ser detenido el pasado sábado.

Después de reconocer que habí­a construido un cuchitril en uno de sus sótanos y de haber recluido en su interior a su hija y a tres niños confesó «las acusaciones de incesto, precisando que no hubo violencia», declaró Gerhard Sedlacek, portavoz de la fiscalí­a de Sankt-Polten, encargada de la investigación.

«Reconoció ser el padre de los siete hijos de la mujer, uno de ellos fallecido cuando era pequeño», agregó.

El interrogatorio a Fritzl, que comparecerá esta tarde ante el juez, se alargará varios dí­as, según Sedlacek.

Este drama digno de una pelí­cula de terror salió a la luz el sábado gracias a las indagaciones de un hospital en el que habí­a ingresado uno de los jóvenes secuestrados, Kerstin, de 19 años, que sufre una misteriosa enfermedad. Los médicos querí­an localizar a su madre para diagnosticar su mal.

Pero, según constaba en los actos oficiales, la madre, Elisabeth Fritzl, habí­a desaparecido oficialmente en 1984 tras caer en las redes de una secta.

En realidad, se encontraba secuestrada por su padre en uno de sus sótanos.

De los seis hijos que tuvo con su padre además del que falleció, tres fueron adoptados por Josef Fritzl y su esposa, Rosemarie, mientras que los otros tres permanecieron en el sótano.

Los bebés habí­an sido depositados con varios años de diferencia en la entrada del domicilio junto a una carta de su madre asegurando que no podí­a cuidarlos. Un sofisticado plan preparado por el propio Josef.

Elisabeth y sus hijos se encuentran en estos momentos bajo observación en una unidad psiquiátrica de la clí­nica regional y su estado de salud parece ser satisfactorio.

En cambio, su esposa Rosemarie, de 69 años, se encontrarí­a en un estado psicológico preocupante, según el responsable de los servicios sociales de Amstetten, Heinz Lenz.

Tras su liberación, el benjamí­n de los tres niños encerrados en el sótano, de seis años, que como sus hermanos nunca habí­a visto la luz del dí­a, declaró a la asistenta social que estaba encantado de poder «subirse a un verdadero coche», según Lenz. Sólo los habí­a visto en televisión.

Las fotografí­as tomadas por los investigadores muestran el angosto cuchitril construido por Josef y protegido por una puerta de hormigón armado con un cerrojo electrónico del que únicamente él conocí­a el código.

En el interior, habí­a tres pequeñas habitaciones, aseos, una ducha, una cocina y un televisor.

La prensa austrí­aca criticó hoy la «ceguera» de las autoridades que, como en el recordado caso de Natascha Kampusch, fueron incapaces de descubrir durante todos estos años este drama calificado por el diario Osterreich del «peor crimen» en la historia de sucesos del paí­s.

«Â¿Cómo ha sido posible?», se preguntó igualmente el rotativo Die Presse, mientras que el tabloide Kronen Zeitung trataba de desentrañar la personalidad de Josef Fritzl, un apasionado pescador y apreciado compañero de ágapes entre sus amigos de la ciudad, «monstruo» en la intimidad de su sótano.

El caso recuerda al de Natascha Kampusch, secuestrada por un desequilibrado cuando iba de camino a la escuela a la edad de 10 años en marzo de 1998. Su cautiverio, en un sótano de las afueras de Viena, duró más de ocho años, hasta el dí­a que logró escapar, en agosto de 2006.

Perfil


Josef Fritzl, de 73 años, que según confesó retuvo a su hija secuestrada desde 1984 en el sótano de su casa y le engendró siete hijos, se perfila según las primeras investigaciones como el autor de una puesta en escena diabólica sin precedentes en la historia de Austria.

«Mientras la hija, Elisabeth, viví­a un calvario sin fin recluida con tres de sus hijos en un cuchitril, el monstruo Fritzl viví­a en la misma casa una vida de abuelo generoso», resumió hoy el tabloide Kronen Zeitung.

En Amstetten, la comuna a 100 km al oeste de Viena donde se produjo el drama, los vecinos interrogados describieron a Josef como un hombre amable, educado, siempre dispuesto a ayudar a los otros.

Hoy confesó haber acondicionado su sótano para secuestrar a su hija y haberle engendrado siete hijos, uno de ellos fallecido al poco tiempo de nacer.

Con su esposa Rosemarie, este hombre tuvo otros siete hijos, todos ellos ahora adultos, y los vecinos recuerdan que se habí­a ocupado de ellos muy bien.

Pero nadie presintió nunca la doble vida de este pescador apasionado y apreciado compañero de veladas, según sus amigos, indicó el Kronen Zeitung.

«Logró construir una leyenda y todo el mundo le creyó», estimó el ministro austriaco del Interior, Gunther Platter.

Este electricista de formación que trabajó en una empresa de materiales de construcción, ideó una puesta en escena altamente sofisticada.

Al secuestrar a su hija en 1984, explicó a la policí­a que habí­a caí­do en las redes de una secta y como prueba, hizo escribir a Elisabeth una carta dirigida a sus padres pidiéndole que cesaran en su empeño de encontrarla.

Padre de familia autoritario, prohibió estrictamente a todo su entorno visitar el sótano, alegando que se trataba de su taller.

Todas las noches, aportaba comida a su hija y a tres de sus hijos, mientras que para los otros tres orquestó un plan para revelar su existencia y adoptarlos en tanto que abuelo.

Los tres fueron depositados a los pocos meses de nacer en la puerta de su domicilio, junto a cartas escritas por Elisabeth. Una de ellas, de 1993, rezaba: «El bebé tiene nueve meses, tendrá una vida mejor con su abuelo y abuela que conmigo».

Heinz Lenze, uno de los responsables de los servicios administrativos de Amstetten, reconoció que a los servicios sociales «nunca se les ocurrió buscar en la casa cada vez que un niño era depositado ante la puerta de sus abuelos».

Los tres, dos niños y una niña, fueron inscritos en la escuela donde sacan buenas notas.

Según uno de los compañeros de clase, interrogado por la televisión ORF, estaba claro que la madre habí­a desaparecido, pero nadie abordaba el tema y además «la abuela habí­a recomendado no hablar de ello».