Las cosas «rarosas» cuando se llama por teléfono


Nosotros somos un poco «alérgicos» a utilizar el teléfono para comunicarnos con los amigos, con otras personas, con oficinas, empresas y entes en general. Nos explicaremos inmediatamente…

Marco Tulio Trejo Paiz

Preferimos tragarnos los mensajes al tener dificultad para enviarlos recurriendo al hilo telefónico. Eso no quiere decir que no cabalguemos en los aparatos tradicionales o «sofisticados» que abundan en la vida moderna.

Lo que pasa es que no nos gusta llamar más de una vez o a lo sumo dos o tres veces con el propósito de lograr hacer contacto con quien o con quienes deseamos tratar asuntos de interés.

Raras veces hablamos por teléfono más de la cuenta. Hablamos, casi siempre, no más de dos o tres minutos, o sea «telegráficamente», por así­ decirlo, en honor a la brevedad (sobre todo pensando en las premuras de los interlocutores). Tenemos por norma no emplear ni una palabra más, ni una palabra menos; una idea, simple idea, de significados catedráticos de periodismo de fama mundial… Pero eso no quiere decir, ¡claro que no!, que debamos preterir todo lo que necesitamos informar o que se nos informe.

Nos saca de nuestras casillas el hecho de que, al marcar el número telefónico de la persona, oficina o empresa con la que queremos hacer contacto, salga una grabación, con voz femenina, diciéndonos con frialdad glaciar que el teléfono al cual llamamos está ocupado o que se encuentra pendiente de instalación? ¡Qué vaina, qué problema! Lo raro es que si llamamos después de algunos momentos, no hay cuentos de que el aparato o el servicio telefónico está pendiente de instalación, ya que hemos podido hacer la comunicación deseada.

¿Cuál será la intención de advertir por medio de una grabación que el aparato telefónico al cual llamamos «está ocupado»? ¿Será que el propósito de la empresa respectiva es cobrar las malogradas y «rarosas» llamadas? Quien llama no tiene dificultad para enterarse de que está ocupado el teléfono de la casa, oficina, entidad o empresa de que se trata, pues basta con que se escuche el «ring, ring» en forma intermitente para esperar unos minutos la oportunidad de comunicación.

Diremos que nosotros ni siquiera usamos teléfono celular. ¿El motivo?, pues, sencillamente, que cuando comenzaron a inundarnos con los entonces novedosos «adminí­culos», adquirimos uno «tarjetero». Compramos una tarjeta de cien quetzales y, cuál no serí­a nuestra sorpresa, no sin mucho enfado, que no bien habí­amos hecho cuatro breves llamadas, una voz de mujer, grabada, nos advirtió que la «tarja» del cuento estaba vencida? ¡Qué tal!

¡Qué infortunio!, nos dijimos. ¡Nos decepcionó la dentellada! Desde entonces arrumbamos el teléfono celular para no volver por otra «trasquilada», al menos hasta hoy.?

Los usuarios de los servicios telefónicos deben tener mucho cuidado para no correr nuestra suerte y, si la corren, que sin vacilaciones ni bisbiseos hagan los reclamos correspondientes y denuncien públicamente las cosas para lograr que se vayan frenando las anomalí­as que campean con mucha frecuencia.

Reconocemos, ¿por qué no?, que las comunicaciones telefónicas, a pesar de los pesares, han mejorado notablemente. Son mucho más eficientes que cuando las manejaba el Estado.

Guatel, el desaparecido famoso ente, provocaba muchos dolores de cabeza a la masa de usuarios, y las garfadas o «mordidas» de los corruptos funcionarios mayores y menores, pues?, sencillamente, constituí­an un desplumadero de carácter social con derroche de impunidad. ¿Recuerdan, estimados lectores?