Cuando el obispo Juan Gerardi en 1998, presentó su histórico informe sobre el terrorismo estatal en Guatemala, donde se mostraba la culpabilidad de los militares en un 93 por ciento de los 200 mil asesinatos de civiles acaecidos durante el conflicto armado, no tardó más de 48 horas antes que él mismo fuera encontrado en su garaje, ultimado a golpes con la mayor sangre fría.
La noticia espantó y conmovió al mundo, justamente cuando los derechos humanos comenzaban a convertirse en una urgencia global. Con el caso Gerardi se introduce en Latinoamérica, uno de los más espectaculares e históricamente decisivos y más misteriosos crímenes. ¿Quién fue el culpable?
Las teorías se vinieron a contradecir rápidamente y han producido, aun hoy después de diez años, enconadas disputas, sobre todo en el mundo hispanohablante. Que había sido una ejecución política extrajudicial, muy acorde a la lógica paranoica que los Estados Unidos implantaron en Guatemala desde los años 50, era evidente para la izquierda, mientras que intelectuales de derecha de la talla de Mario Vargas Llosa, pusieron todo su prestigio en juego, asegurando que se trataba nada más de un caso de ajuste de cuentas entre gángsteres del bajo mundo.
Después de que el macabro proceso pasara por idas y venidas judiciales, vino el fallo de la Corte Suprema en 2007 -y de acuerdo al juicio original- que Gerardi había sido asesinado por un grupo de hombres al servicio del aparato de seguridad del Estado.
Una joven generación de abogados con los derechos humanos en su agenda, celebraron el fallo de la Corte y vieron el principio de la luz en el túnel, mientras que las élites corruptas de América Latina- no sólo los militares- con amargura percibieron una señal clara de que les estaban quitando un santo privilegio: el derecho de matar libremente a los pobres.
En «El arte del asesinato político» (The Art of Political Murder) -periodismo narrativo de alta calidad mundial- nos lleva Francisco Goldman por todos los cabos e hilos de esta espeluznante historia y llega a tejer un thriller político sobre el pasado y el presente de una de las sociedades más tristes del mundo, Guatemala. Un lugar violento y racista donde la Guerra Fría nunca acabó.
El resultado es magnífico. Un texto que al comenzarlo resulta imposible de dejar de leerse y no a causa de la elegancia de la escritura analítica, sino por esa premisa de la tradición norteamericana de la escritura de no ficción de que «la historia» (story) cuando es bien narrada basta por sí misma.
El motor en el libro de Goldman es el hecho de que en 1998 no había ningún oficial del ejército sido juzgado y condenado por violaciones de los derechos humanos, a pesar de haber estado el país, durante largo tiempo, como número uno en la lista de Naciones Unidas sobre Estados que asesinan a sus ciudadanos, con las consecuencias nefastas que esta «libertad» de matar ( léase impunidad) implica para las posibilidades de desarrollo de la sociedad.
Cuando la contribución de Gerardi para poner fin a esta tradición fue enseguida castigada con la muerte, la oscuridad parecía que no tendría fin ni fondo. Y cuando las investigaciones sobre el crimen cada vez más se veían impregnadas de testigos falsos, comprados o asesinados (algunos de ellos mendigos), políticos pedófilos, sacerdotes narcotraficantes, fiscales amenazados, militares fascistas y enormes abismos sociales, se percibía sin duda que el país era una sola pieza infectada de miseria social, política y jurídica. El infierno.
Pero el hecho de que el veredicto en el caso Gerardi se logró a través de oposiciones y de todas las instancias, puede pensarse que hay, a pesar de todo, una luz en esa noche oscura guatemalteca, gracias a la globalización y a la jurisprudencia. La institucionalidad democrática que Naciones Unidas, la Unión Europea y los Estados Unidos han apoyado consecuentemente en la última década, asegura Goldman, comienza a dar réditos y beneficios. Después de 36 años de conflicto armado interno, consiste hoy en día la esperanza de Guatemala en evitar el colapso total del Estado en «crear y fortalecer un poder judicial independiente». Es una conclusión válida aunque no nos influya en la necesidad de tragarnos este libro leyéndolo sin pausa.
Junto a periodistas/escritores de la talla de Jon Lee Anderson y Mark Bowden, pertenece Goldman a los círculos norteamericanos con desarrollado interés por Latinoamérica y que en los años recientes han renovado los conocimientos por este olvidado continente, haciéndolo mejor que otros por medio de sus «Narraciones». «El arte del asesinato político» es una novela sensacional, aunque lo que narra es cierto.
* Reseña publicada el 3 de marzo de 2008 en Dagens Nyheter DN, el periódico de mayor circulación en Suecia. Traducción al español de Ulrika Hembjer
* * Magnus Linton, escritor sueco y periodista (freelance) residente actualmente en Colombia.