¿Qué es la estética? (2/2)


Harold Soberanis

En la primera parte de este artí­culo, me referí­ a algunas caracterí­sticas que pueden ayudarnos a comprender ¿qué es la estética?. Después de señalar, brevemente, el desarrollo histórico de esta disciplina y de mencionar algunos temas que aborda, finalizaba esa primera entrega haciéndome algunas preguntas acerca de lo qué es el arte y en qué radica el valor de la obra.


Como señalé anteriormente, la estética es la rama de la filosofí­a que reflexiona sobre el arte en general, y sobre la obra de arte, en particular, tratando de comprender en qué radica su estatuto de obra de arte. Respecto a esto último, una respuesta muy generalizada afirma que la obra de arte lo es en tanto encarna el ideal de belleza, en el sentido platónico de la participación de las cosas respecto a las ideas. Sin embargo, esta respuesta, aunque puede decir mucho, no dice gran cosa, pues la belleza puede ser entendida de muchas maneras. Claro, Platón nunca admitirí­a que sobre la belleza se puedan tener diversas concepciones. Recordemos que una caracterí­stica de la filosofí­a clásica griega será la de pretender ser un saber universal, es decir, un saber que es válido para todos los seres humanos sin importar la época y el lugar.

Este sentido de universalidad del conocimiento y sus contenidos se mantuvo invariable durante mucho tiempo dentro del pensamiento occidental. Fue hasta la llegada de la Edad Moderna cuando los filósofos de esta época comenzaron a poner en entredicho esa pretendida universalidad. La misma filosofí­a habí­a entrado en crisis y como consecuencia de ella se verá desplazada por la ciencia quien, a partir de este momento, ocupará su lugar y le arrebatará el prestigio que hasta entonces poseí­a. Así­, uno de los efectos que tendrá este movimiento, y que hasta el dí­a de hoy se manifiesta, es el respeto y la buena reputación de la ciencia y sus resultados.

De esa cuenta, el mismo sentido de belleza que hasta entonces habí­a sido aceptado como universal y cuya definición habí­a sido dada por los filósofos griegos comienza a cuestionarse. En realidad, es la misma Razón, esencialmente holí­stica, la que se cuestiona y con ella todos sus conceptos y categorí­as. Sin embargo, en este momento, a pesar de sospechar de la Razón, algunos de sus postulados teóricos se mantienen y surgen dentro de la misma tradición filosófica intentos por salvar el poder de la Razón, aún cuando se tenga que renunciar a algunas de sus verdades, verdades que se vení­an afirmando desde la antigí¼edad. Este es el caso de Kant quien, como sabemos, hará una crí­tica destructora de la capacidad de la Razón en cuanto a comprender el mundo, no para denigrarla y rechazarla como algo inferior sino para, a partir de reconocer sus lí­mites, consolidarla como la facultad más generosa de la naturaleza humana. En este sentido, el mismo Kant reconoce la función de la Razón para penetrar en el insondable mundo del arte y sus productos.

Sin embargo, la duda sobre la belleza como elemento esencial al arte ya está dada y no habrá marcha atrás al respecto. Es más, en el transcurso de la historia se ahondará dicha duda. Las consecuencias de esta puesta en crisis de la Razón y sus postulados las veremos en el surgimiento, en el siglo XX, del denominado posmodernismo. Este nuevo movimiento intelectual será no solamente la cúspide del rechazo al modernismo y a todo lo que éste significaba sino, sobre todo, será el rechazo al poder de la Razón y con ello, la renuncia al proyecto filosófico de los griegos.

Para los posmodernistas el arte ya no será lo que era para los griegos; su valor ya no estará dado por la belleza que pueda contener; el mismo concepto de belleza perderá su claridad tornándose ambiguo; y lo bello podrá encontrarse en todas partes, incluso en la fealdad, por muy contradictoria que parezca esta afirmación.

Así­, nos encontramos ante una concepción del arte, de la obra y del papel del artista no como algo universal, es decir, como algo válido y valioso para todos, sino más bien como un aspecto relativo a la cultura y al espectador de la obra. El arte habrá perdido su universalidad reduciendo su significado a la sociedad y la época en que se manifiesta, Interpretándose con las condiciones particulares de cada momento histórico.

Una consecuencia esperada de este relativismo posmodernista será la de reivindicar el valor de las culturas que hasta entonces habí­an estado marginadas de la modernidad. Al reivindicarlas se les dará un nuevo sentido y se buscará en sus manifestaciones más humanas, como el arte, novedosas expresiones y maneras de ver las cosas. Se plantean, entonces, formas distintas de valorar lo artí­stico en tanto que son expresiones de lo más í­ntimo del ser humano y, por lo mismo, más alejado del dominio de la esfera racional. Para ello se elaboran nuevas estéticas que logren capturar su esencia momentánea (por paradójico que suene) de la cual derivarán valores nunca antes concebidos.

Así­, ya no importa lo que es bello, pues bello será lo que cada quien logre entender. Ya no se buscará un concepto universal de belleza. La obra de arte se habrá vuelto difusa y esa misma vaguedad le otorgará un sentido y valor renovados.

Derivado de lo anterior, encontramos una nueva estética con nuevas categorí­as y consideraciones. La misma función de la estética habrá cambiado y ya no se pretenderá que sea un saber totalizador. Nuevamente, la Razón ha perdido un campo de dominio y la filosofí­a ha visto reducida su capacidad de comprender el mundo. En este momento el arte es muchas cosas y por derivación también la estética.

Un ejemplo del sentido nuevo de este arte es que la obra pide del espectador una participación como posibilidad de encuentro y complementariedad de su sentido. El espectador ya no es el ente pasivo que, frente a la obra, mantiene una posición contemplativa. Ahora es más activo y en su actividad termina, por decirlo de una manera, de completar la obra.

Para los posmodernistas, la obra de arte puede estar y está en todas partes. Ya no se reduce a lo colocado en los museos o galerí­as. El artista es cualquiera que, en un momento dado, decida que el objeto que tiene en la mano sea obra de arte.

Esta nueva actitud, consecuencia inevitable del relativismo de la posmodernidad, ha hecho del arte en particular y de la realidad en general, algo más complicado de entender y asimilar de manera efectiva. La realidad se nos escapa. El arte mismo es incomprensible. Ya no hay puntos de referencia que nos permitan aprehender un sentido totalizador de la realidad. Lo universal se ha diluido en la relatividad de las cosas. Ahora sí­, Dios ha muerto y todo es válido.

Se ha abierto, pues, una época de escepticismo y hasta nihilismo. Una época en que se han perdido las certezas y la desconfianza nos ha asaltado. En este panorama intelectual, la estética ha trastocado su sentido y no se tiene muy claro cuál es su discurso. Sin embargo, la obra de arte sigue existiendo, el papel del artista sigue siendo valioso y la reflexión sobre todas estas realidades sigue siendo necesaria, pues es parte de la naturaleza humana el querer comprender el mundo que le rodea. Y mientras esto continúe seguirá reflexionándose sobre el arte, es decir, seguirá existiendo la estética, aun cuando se haya modificado su sentido.