Ahí, en esa banca del parque, doña Mercedes Garzona mantenía un diálogo con la paz, la virtud, y la felicidad; el sol de la tarde le daba un brillo especial a su caballera tan blanca como su alma.
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Con su vista cansada, observaba la fuente del lugar; hasta ella llegaba el aroma de las rosas, mientras en su piel arrugada percibía la suavidad del viento.
Era verdad que tenía más achaques que años, pero también tenía muchos motivos para ser dichosa; sus hijos habían formado su propio hogar, y sus nietos le regalaban alegría cuando la visitaban.
Ella ya no se molestaba por los problemas del mundo, ni se preocupaba del mañana; su único interés estaba centrado en disfrutar cada segundo de la vida que le quedaba.
En su cuerpo era invierno, pero en su alma reinaba la primavera.
CON DIOS, CADA DíA REJUVENECEMOS