Pobreza


Es triste ser pobre. Triste tener que esperar la quincena para inmediatamente pagar las deudas. Frustrante no poder ofrecer a los hijos las oportunidades que otras clases sociales, más aventajadas, pueden hacer. Angustiante es no tener trabajo y soportar la presión de la esposa y los hijos. Es terrible ser pobre.

Eduardo Blandón

Para nuestro consuelo, sin embargo, la mayor parte de las personas (si no todos), somos pobres de alguna manera. Vea, por ejemplo, a nuestro Presidente mendigando aviones. Aceptémoslo, es un gobernante pobre diablo que tiene que bajar la cabeza para que las empresas le hagan «la caridad» de prestarle ese medio de transporte. Se imagina usted qué triste. Eso es como cuando uno depende de «la bondad» del vecino para un «jalón». Para infortunio de Colom, es presidente de un paí­s si no pobre, empobrecido.

A los pobres nos cuesta mucho aceptar nuestra condición. Uno lucha, por ejemplo, hasta lo último para no «rebajarse» subiéndose a un autobús, aunque sea el Transmetro. Anda uno afanado por comprar camisas de lagarto, zapatos de marca y llevando un estilo de vida que no es la de uno. Somos (algunos) doblemente pobres. Pobres por unos ingresos mí­seros, pobres por estar psicológicamente enfermos.

Eso mismo, le ocurre quizá a nuestro gobernante. No quiere aceptar su triste realidad y prefiere humillarse pidiendo «jalón» que irse en transporte público. «Qué… irse en TACA, eso es una locura, no es digno de un Presidente de Guatemala». Claro, uno busca coartadas para no aceptar la realidad y el Presidente ha dicho que no se sube en esos aviones porque pierde mucho tiempo en las conexiones y un Presidente tiene mucho qué hacer.

Para fortuna de Colom, he leí­do que también el Presidente de Nicaragua y creo que el de Costa Rica, también pasan por esos apuros. «Los pobres» para viajar piden jalón a un gobernante con más posibilidades, se comprometen con alguna multinacional o alquilan avión. Como aquí­, justamente y para consuelo de nuestro Presidente.

Ya imagino los comentarios de los empresarios que prestan «generosamente» sus aviones. «Echémosle una mano al pobre y veamos, si tenemos suerte, qué sacamos del favor» «Pobre, el Presidente no tiene avión, no hay que ser ingratos». Entonces la pobreza se vuelve más insoportable porque, además de todo, uno termina dando lástima, a uno lo miran con piedad y queda la persona a merced de los mecenas. El Presidente queda comprometido con unos lazos invisibles, pero reales y fuertes. Tarde o temprano tendrá que ser agradecido.

Ya ve que es triste ser pobre. Quien vive así­ está lejos de ser autónomo y libre, siempre dependerá de los otros: las tarjetas de crédito, los bancos, los padres, algún amigo y hasta de Dios mismo. Lo bueno de la mendicidad de favores de nuestro gobernante es que quizá así­ se recuerde de los que viven peor que él: los que no tienen que comer, los que son abusados por los prestamistas y los estoicos en general que esperamos que cumpla sus promesas.