En la Carta de la Comunidad de Escritores de Guatemala No. 1/98 del mes de enero de 1998, aparece que su Junta Directiva presidida por quien esto escribe, nombró la Comisión Carlos Illescas conformada por los escritores Max Araujo, Enrique Noriega h. y William Lemus, quienes se encargarían de su venida y estancia en Guatemala para cuando inminentemente se le otorgara la Orden Miguel Angel Asturias por parte del Ministerio de Cultura y Deportes del Gobierno de Guatemala.
Esto ocurría porque el 27 de noviembre del año anterior se había recibido una misiva de la secretaria del Consejo Asesor para las Letras, señora Isabel Aguilar Umaña notificando que «El Consejo Asesor para las Letras del Ministerio de Cultura y Deportes, en sesión ordinaria del 15 de noviembre de 1997, aprobó por unanimidad la entrega de la Orden Presidencial Miguel Angel Asturias al escritor Carlos Illescas».
Carlos Illescas, residente en México, había aceptado venir a Guatemala a instancias de algunos escritores guatemaltecos que, desde las esferas del Ministerio de Cultura y de la Dirección General de Arte y Cultura dirigida en ese entonces por el Licenciado Juan Fernando Cifuentes y de la Comunidad de Escritores, le habían propuesto el homenaje ofreciéndole toda clase de facilidades para su viaje y estancia en Guatemala. Illescas había aceptado venir a Guatemala entre el 15 y el 30 de abril pero visitó por fin su país, después de cuarenta años de exilio, entre el 1 y el 8 de mayo de 1998.
Los escritores guatemaltecos nos regocijamos con su presencia y después de los actos de otorgamiento de la Orden le ofrecimos un almuerzo en un restaurante de la 7ª. Av. de la zona 9 durante el cual se le entregó cariñosamente una plaqueta por parte de la Comunidad de Escritores y se dijeron discursos de bienvenida y de agradecimiento. El Ministerio de Cultura lo invitó a visitar Tikal y a dar una gira por el Occidente de Guatemala, lo cual aceptó encantado.
Fue la única vez que estuvo en su patria durante su exilio y, la última.
Personalmente recuerdo su buen humor y sus ojos tristes, los que me transmitían su gran bondad, ternura y sapiencia de las que humildemente y sin decirlo él hacía gala y que yo, silenciosamente, disfruté las pocas veces que conversamos.
El embajador mexicano le ofreció una recepción en su residencia amenizada por un mariachi traído de México, alternando con una de nuestras mejores marimbas.
Su visita a Guatemala fue la única vez que lo conocí y me enorgullece saber y decir que participé discreta y emocionadamente de la felicidad que a él le embargaba en esos días.
Carlos René García Escobar