En un brillante texto, Deleuze y Guattari sostienen que una de las características del arte es conservar los seres, las cosas y el mundo donde se ubican o se mueven estos elementos. Los perceptos, que explican, no como la simple percepción de objetos, se basan en la autonomía y valor propio que alcanzan al lado de los afectos y que rebasan cualquier vivencia trascendental.
Citan, para el efecto, lo bueno y lo malo que se puede encontrar en el diario vivir, por ejemplo: el temor de la existencia, la amenaza y la violencia, la crueldad de todo tipo, o bien el supremo amor que puede esconderse en lugares recónditos de la callejuela perdida en las orillas de la gran ciudad. La presencia de un personaje o grupo especial, así como un fenómeno natural que el artista vivió como intolerable odioso o bien, como demasiado grande o admirable. Todo el transcurrir del mundo cotidiano en la visión del creador se puede constituir en sus propios perceptos vitales en sus experiencias y afectos vivos. Tal parece que estableciera una lucha por rescatar en lo que le rodea y en sí mismo, los puntos detenidos en la significación auténtica. Para el caso Deleuze y Guattari citan a Bergson que «analiza la fabulación como facultad visionaria, muy diferente de la imaginación, que consiste en crear dioses y gigantes, fuerzas semipersonales o presencias eficaces. Se ejerce en primer lugar en las religiones, pero se desarrolla en el arte y la literatura».
De lo anterior concluimos que el acto creador siempre descubre nuevas dimensiones en el mundo y la vida. Por tanto el artista trata de generar una nueva visión del mundo que supere la represión y por tanto la alienación.
Por otra parte, se hace necesario volver al vacío, no sólo en lo pictórico sino en todas las artes. El color, en pintura actual por ejemplo, nos da una muestra de rebasar los detalles superfluos y va a la variación del color en especiales líneas y tonos y en su trazo sugiere fuerzas palpitantes. El hecho es que el color es usualmente llevado a su propia virtualidad en vibraciones especiales, cuyo sentido rebasa el formalismo arbitrario del color y la forma. Se trata, entonces, de hacer sentir la duración, para lo cual el arte acude a ser un transmisor de las fuerzas sumergidas y profundas, que no son «descubribles» en la vida cotidiana.
La concepción abstracta de Worringer alcanza a trasmitir una sensación de fuerzas inorgánicas que aspiran develar el infinito por medios prácticos no convencionales. Es el arte abstracto y sus creadores el que abre la puerta a la modernidad actual y al mado al arte conceptual.
Referente al discurso literario, podemos afirmar, sin dudas, que ha llegado desde tiempo atrás a sustentarse, sobre todo en la novela, en el contrapunto y, por tanto, en el antagonismo sustancial del ser humano: la vida y la muerte. Recordemos en América Latina a Vargas Llosa en Conversaciones en la Catedral; Asturias y El Señor Presidente; García Marquez y Cien Años de Soledad, Carpentier y El Recurso del Método, Rulfo y Pedro Páramo; Roa Bastos y Yo el Supremo, y Cortazar y Rayuela, en donde encuentro una condensación de situaciones y lugares, como marco para el movimiento de los personajes en una unidad eminentemente cósmica. Estamos en presencia de una transportación a un mundo sin orillas, en donde los sentidos y los discursos recobran un origen único e ilimitado, como si evocaran la correspondencia con un sonido o un tono musical sin demarcaciones. Esta reflexión culmina en el hecho de que en el mito, el arte, la utopía y la fabulación en general parece que tendieran a diagramar o delinear un esquema en la inmensidad infinita del cosmos y el tiempo. Dentro de este fondo flota la necesidad del hombre de restituirse en su implenitud y falta primordial.
Worringer afirma que uno de los fines del arte es alcanzar la felicidad, y lógico es pensar que esta afirmación implica el sentimiento del hombre de permanecer o conservarse más en el devenir, sin tener que acudir a la mutación, alcanzando un máximo sentimiento del absoluto. Cae por su propio peso que el ser humano frente al caos universal, encuentra en la regularidad abstracta un sentimiento de seguridad y paz. En este sentido Hildebrand, citado por Worringer, califica este proceso como resultado de «lo torturante de lo cúbico», sugiriendo el afán de abstracción compensador. El arte abstracto en este plano es un antecesor de lo que actualmente se califica como arte conceptual, que persigue no reducir la vivencia a un desarrollo geométrico o arquitectónico. Acude en todo caso a encontrar en la obra de arte no la simple reducción orgánica sino utilizar la globalización o unificación, buscando lo inexplorado de lugares y espacios y empleo de los medios que sugieran una idea abstracta y generalizada: un código original de reconocimiento sujeto a la opinión del espectador que tiene que decidir en definitiva si una obra es arte o no.