Cuando a cualquier persona inocente de un hecho se le acusa, digamos, de haber participado en una “venta†de una niña por medio de un viciado proceso de adopción, ¿será normal que ese inocente salga sonriendo con la cara de quien logró evadir a la justicia y demostrando que no importa lo que se haga, siempre quedará libre?
Hace algunas semanas, cuando el comisionado Francisco Dall’Anese, de la CICIG, declaró la necesidad de iniciar el proceso contra algunos jueces, hasta la destitución se pidió por atreverse a sugerir que podía haber operadores del crimen organizado con rostro de juzgadores dentro de la estructura del Estado.
Aquellos jueces que se rasgaron sus vestiduras de indignación, deberían tratar de ver la foto con la carcajada burlona de Mario Fernando Peralta (juez acusado de facilitar la venta de un niño) como el espejo del descaro de sus actuaciones y, en las justificaciones de Marta Sierra de Stalling, lo irracional de sus argumentos. Hechos como estos, son los que hacen que los malos jueces den la imagen de ser una partida de corruptos a todos, incluyendo a los que hacen bien su trabajo y cumplen con su compromiso con el país.
Es ilógico pensar que un sistema que hace poco se estaba bañando en los elogios por la defensa a la Constitución Política de la República, se vea vencido por personajes que, evidentemente, no tienen necesidad del decoro para ejercer su función y de quien se anima, aún, a declarar que seguirá con su cargo como juzgador a pesar de utilizar a su favor vicios tan evidentes.
El expediente presentado por la CICIG cuenta con elementos sólidos para justificar el caso que fue descartado en un proceso realmente exprés por la juzgadora Sierra de Stalling. Es entonces cuando se puede considerar que la justicia se levanta la venda de los ojos para proteger a quienes la han utilizado para fines mezquinos.
Sin embargo, estamos totalmente convencidos que no puede haber una persona inocente a la que se acuse de haber participado en un proceso ilegal de adopción, que salga con esa carcajada burlona de la audiencia de declaración tras haber sido capturado. Generalmente, un juez en películas, en libros o en la idea general de las personas, es un personaje con total autoridad, respetable, al que se le llama en algunos lugares “Honor†por la función que realiza. ¿Será que el decoro que nos han enseñado esos jueces de ayer nos permiten llamarlos de esa manera?
La impunidad ha tenido miles de oportunidades, que ha aprovechado, para afianzarse en el sistema del Estado. Pero ahora la oportunidad está del lado de quienes pueden romper esa cadena que nos tiene condenados como ciudadanos a vivir bajo la injusticia. De nosotros depende quedarnos callados ante esa carcajada de la vergí¼enza.
Minutero:
Con una carcajada
nos dan en la quijada;
para decirnos “nada pasa…
porque es nuestra casaâ€