Es natural que a estas mis alturas, rayanas hacia la centena, haya presenciado tantas elecciones presidenciales: del general Orellana, solo me recuerdo cuando estuvo en capilla ardiente en la provisional Casa Presidencial, en lo que hoy es un predio para automóviles, 5 a. avenida entre 8a. y 9a calles del Centro Histórico. De la campaña del general Lázaro Chacón y del también general Jorge Ubico, que ganó el primero. Después Ubico que fue candidato único y su reelección para los catorce años que culminaron con la gesta del 20 de octubre de 1944.
Ya más grandecito la campaña del doctor Juan José Arévalo, que estaba en la Argentina, vino y fue una elección de primer grado, única hasta ahora en nuestra Historia patria. Después, la elección del coronel Arbenz Guzmán y su derrocamiento. Otra serie de campañas eleccionarias, algunas con matatusas y el famoso «ganado humano», gente acarreada «voluntariamente» en camiones.
También me recuerdo del chanchullo que le hicieron al general Ydígoras Fuentes que lo peleó incluyendo huelga de hambre en las gradas de entrada al Palacio Nacional, tuvieron que reconocérselo, pero para qué, y así sucesivamente. En estos días he visto lo que ha sucedido tras el interés por alcanzar el ansiado sillón presidencial, algo que quedará grabado en el Libro de Oro de la Historia Patria, como una lucha en defensa de la Constitucionalidad, que en cierto modo es un ejemplo de que uno no debe rendirse fácilmente en sus propósitos, siempre que estén enmarcados dentro de los parámetros legales.
El entramado de la política partidaria es sumamente resbaladizo, en cualquier parte del mundo, y su práctica a menester de gran agudeza de los sentidos para apuntalar su éxito; debe tomarse en cuenta que no todo va a salir como se planifica de primera instancia, pues en el camino se presentan variantes que obligan a corregir el rumbo y por consiguiente la bitácora, para que no resulte como dicen que le ocurrió a Colón, que llevaba dos, y la que él consideró que era la falsa resultó ser la correcta. Siempre se equivocó, pues al seguir a los chocoyos y llegar a tierra, creyó que eran las Indias Orientales, de donde resultó ese discriminatorio trato de «indios».
Pero hay otra circunstancia, que la traté en Butaca anterior, y es el Destino, recuerdo de dos casos, no muy lejanos, el del abogado Julio César Méndez Montenegro, él no pensó en ser Presidente, el sacrificio de su hermano Mario lo catapultó hacía la Primera Magistratura de la Nación: el otro caso, el también abogado Ramiro de León Carpio, otro sin sueños de esta clase, lo conocí bastante, de perseguido escapándose por tejados ajenos, el Congreso de la República lo declaró Presidente para terminar un período, ese era su destino.
Para mí es importante analizar estas situaciones, y cuando algo se nos frustra a pesar de nuestro empeño, es porque no lo tiene programado nuestro destino. Para ejemplarizar con algo propio, con mi hermano Carlos (+), tratamos dos veces de fundar una empresa periodística, una vez con el traspaso a los seis reporteros redactores con el director a la cabeza, José Calderón Salazar (+), de Nuestro Diario, el antiguo, ya casi todo arreglado, se frustró. Después el Flash de Hoy, dos años de trabajo, se frustró. Nuestro destino no era ser empresarios periodísticos.
Ha habido, en nuestro medio, muchos aspirantes a la Silla Presidencial, antes tenían que esperarse seis años, ahora son cuatro que se pasan en un suspiro, cuántos de ellos fallecieron antes de ver realizados sus sueños.
Por eso pienso que es necesario hacerle caso a nuestro destino, porque el forzarlo nos trae disgustos y situaciones molestas que las podemos evitar.