Este próximo jueves se presentará en la sede de Flacso Guatemala la reedición del libro “El recurso del miedo. Estado y terror en Guatemala†de Carlos Figueroa Ibarra, publicado por F&G Editores. A continuación presentamos el prólogo del libro.
Carlos Figueroa Ibarra, autor de este libro, tiene dos dimensiones. Por una parte es un científico social, de los más destacados del país. Las dos vertientes no hacen la vida fácil en Guatemala. Por ello el autor ha generado su elaboración académica en vinculación directa con su actividad política y a su dramática experiencia personal. Quien ha sido víctima del terror es quien mejor puede desentrañar sus terribles mecanismos.
El enfoque de las ciencias sociales siempre está teñido de un inevitable subjetivismo. Cada quien interpreta la realidad de acuerdo a como la vive. Esto sucede también con el autor de esta obra, pero debe destacarse que su convicción política no impide una elaboración seria, con argumentos apoyados en la teoría y en el análisis empírico riguroso. Desde luego, debe ubicarse el libro en la época en que fue elaborado. Recurrir a los clásicos del marxismo puede no tener actualmente la popularidad de hace dos décadas, pero sigue siendo un referente científico válido.
En la obra se recurre a las ciencias sociales para explicar la recurrente presencia del terror, una variante de la violencia política, en la historia de Guatemala. Existen diversos intentos de ello. En varios casos se ha entendido el terrorismo del Estado, es decir el empleo de esa forma de violencia como una política estatal con fines tanto militares como de control de la sociedad, como una característica del régimen autoritario que se conformó en Guatemala aproximadamente a partir de la década de los años sesenta del siglo pasado. Pero el análisis de Figueroa Ibarra lo ubica en una dimensión más profunda, como un componente estructural del Estado guatemalteco, originado a partir de las formas de dominación social desde la sociedad colonial y recurrente en todo el desarrollo histórico de Guatemala.
Según esa visión, el terror está siempre presente en las relaciones de clase en Guatemala, manifestándose en diversas formas según las características que va asumiendo la formación económico-social del país; aunque en ocasiones parece desaparecer, en realidad está latente y vuelve a resurgir cuando aparecen desafíos fundamentales a las relaciones de dominación. El autor explica esos ciclos con la figura del centauro Quirón, mitad bestia mitad hombre. Así sería el Estado guatemalteco, aunque pareciera del relato del autor, que este centauro es principalmente “bestia†en cuanto si se mira en ciclo largo la historia del país, principalmente ha recurrido el Estado a la violencia y menos a la generación de la hegemonía basada en el consenso en sus relaciones con la sociedad civil. Ello sería porque ese Estado tiene una debilidad innata, incapacidad de construir consensos y por ello necesariamente dependiente de su capacidad represiva. Ello a la vez reflejaría la cultura política dominante.
Se trata de una contribución central para entender el terrorismo de Estado en Guatemala. Es un aporte de significación si se recuerda que la experiencia de Guatemala es de las más terribles de Latinoamérica. El planteamiento de esta interpretación es el eje teórico de la obra y el argumento se articula especialmente del análisis de la historia de Guatemala, a la luz de esa perspectiva, en dicha parte.
Se reconocen dos planos de análisis en el libro. El general de amplio horizonte histórico, ya expuesto y uno segundo que se detiene en el estudio de los golpes de Estado que acaecieron en 1982 y 1983. Esa concepción del libro probablemente tiene explicación en la época y circunstancias en que se escribió. Figueroa Ibarra estaba probablemente pensando no solamente en un trabajo académico, sino en hacer una contribución a la estrategia revolucionaria de aquel entonces, en cuanto se buscaba explicar las consecuencias de esos golpes y discutir sus resultados.
Un valor particular tienen estos dos capítulos; se trata de análisis pormenorizados de los alzamientos militares. En especial el capítulo sobre el segundo golpe y el tiempo de gobierno de Ríos Montt emplea abundantes fuentes, algunas totalmente originales. Es un capítulo valioso para la historia política reciente.
Desde luego que leyendo el libro 20 años después de que fue escrito, uno conoce el devenir posterior y desde allí puede interrogar al texto. Lo central fue el proceso de paz, el fin de la guerra y de la violación de los derechos humanos como política de Estado. La arquitectura de los Acuerdos de Paz, por otra parte, dibujan una Guatemala que se esperaba sustituiría a la que había ido a la guerra y a la del pasado violento.
Ello no ha sido más que parcialmente así y ahora se registra que no advino el mundo feliz, sino una violencia de nuevo tipo, que no puede ser atribuida ni al Estado ni a la clase dominante. La violencia actual devora a toras las clases sociales y al mismo Estado. Aunque algunas de sus raíces devienen del terrorismo de Estado del tiempo de la guerra, como lo es la supervivencia y metamorfosis de los “cuerpos ilegales y aparatos clandestinos†que combate la CICIG, no se puede hablar de un nuevo ciclo de terror como los identificados en el libro.
Dado el tiempo transcurrido desde la facción del libro, el autor podría haberlo actualizado, confrontando su hipótesis con los hechos de la realidad posterior. El libro no lo intentó y una explicación de por qué no lo hizo se puede encontrar en el prefacio a la segunda edición. Allí Figueroa Ibarra aclara que considera vigentes dos afirmaciones centrales del estudio: la naturaleza estructural del terrorismo en Guatemala y que sigue pendiente la transformación democrática del país, tarea pendiente desde 1954.
Si así fuera estaríamos en Guatemala con la ventana de los Acuerdos de Paz en una fase en que nuevamente podría intentarse por la vía de la reforma el reencuentro del Estado con la sociedad civil y si ello se lograra, llegar a un Estado fuerte basado en un consenso derivado de la paz. Imaginario de enorme alcance, que obligaría al autor a iniciar a partir de esos hechos una nueva narración histórica sobre el país.
Pero si uno se detiene en los acontecimientos cotidianos, en los indicadores sociales y económicos y en las cifras de la violencia criminal, se puede preguntar si tiene utilidad pensar en un imaginario como el descrito. Válido es sin embargo recordar que la historia no es predestinada sino hecho por los humanos y que la oportunidad de llegar a la Guatemala imaginada en la paz aún es posible.
Es así como el libro de Figueroa releído 20 años después de su elaboración sigue planteando una interrogante pendiente de respuesta. Si seguiremos siendo conducidos por Quirón o si podremos construir otra Guatemala.