Hubo en Guatemala un «Jueves Negro», de ingrata recordación. Ahora trascienden negros nubarrones mediante pronósticos respecto al cambio climático. Situación que pone los pelos de punta a todo el mundo con sobrada razón. Nuestro país no puede ser la excepción, por ello empieza preocupación.
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Persiste el pensamiento de bienvenido el progreso, cuando no traía consigo destrucción. Ocurre desde tiempo atrás, al hacer mención del calentamiento del planeta Tierra. Viene a ser suficiente motivo el fenómeno que orilla al colapso colectivo, de incalculables consecuencias sino actuamos de otra manera.
Muchos años Guatemala tuvo el privilegio referente al clima. í‰poca lluviosa y época seca en disputa del semestre. El resto del tiempo el comportamiento así aún es delicioso. Máxime cuando comparamos otras latitudes, donde las cuatro estaciones anuales marcan su presencia de modo exagerado a ojos vista.
Además dicho privilegio abarca la bondad de la tierra, tocante a la variedad de producción agrícola. La fruta sigue siendo maravillosa. Continúa el mismo ritmo épocal, en el sentido que sin variante alguna cada fruta es la gloria de mercados y puestos de vendimia colectiva. Todo el transcurso del año la naturaleza pródiga produce en abundancia.
Importa sí, destacar el alto costo de dichos productos frutales, hortalizas o legumbres y granos básicos. Como parte sensible de efectos foráneos que presionan en demasía. Que las variantes del dólar americano, o bien, el indetenible precio avorazado del oro negro que nos tiene con la soga al cuello.
Eventos naturales tipo tormentas, tornados y huracanes, deslaves, hundimientos severos de la red vial e inundaciones más seguidas, dejan sin pérdida de tiempo una secuela funesta de daños ambientales, difíciles de subsanar a corto plazo.
Es propicio mencionar que dicho calentamiento es provocado por países desarrollados, donde la industria es descollante. La proliferación de ese monstruo creciente genera emanaciones tóxicas y recalentamiento en demasía. Los EE.UU. se oponen en suscribir el convenio de Kioto, de modo insólito que propugna por implantar las acciones defensivas.
El propio ser humano del mundo es causante también de tamaña realidad endosada a los negros nubarrones y su par los pronósticos, en ese sentido. Por ignorancia, mala costumbre; por obtener en su favor intereses inconfesables; negligencia, irresponsabilidad manifiesta, en fin su sumatoria maligna es la mar y sus arenas.
De manera empírica pero real, el hombre y la mujer que hacen producir la madre tierra, con su protagonismo constituyen la razón para notar a diario dicho recalentamiento. El efecto destructor es la mejor prueba de cómo con el tiempo el cambio climático, equivalente a pasos de animal grande, afecta en determinados cultivos.
En antañón calificativo de febrero es loco, y marzo un poco, resulta válido en torno el problemón en ciernes sobre el planeta Tierra. Por consiguiente, ¿qué nos puede extrañar? Y en general los cambios bruscos del clima son ya algo no sorprendente, sin embargo, merecedores de mucho cuidado en homenaje a la salud.
Desde que tuvieron presencia fenómenos arrasantes en el país, entre ellos el temido y funesto huracán Mitch, como también después el Stan, dieron cuenta de vidas humanas, animales, tierras y cultivos; infraestructura física importante; representaron auténticos ¡SOS! Ojalá actitudes preventivas puedan al menos detener aquellos fenómenos de uno mayor.