En mis apetecidos momentos de ocio, aparejado con la lectura de diarios y de libros, durante varios e indistintos días me dediqué con inusitado entusiasmo a leer los edictos que se publican en La Hora, especialmente porque me llama la atención los cambios de nombres de personas que, por razones diversas, optan por modificar su apelativo original.
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No tengo la menor intención de hacer mofa de quienes decidieron realizar esa modificación legal, y de ahí que, para evitar malos entendidos, en la mayoría de los casos sólo me referiré al cambio de nombre de pila, y no citaré apellidos.
Al cabo de los años, cierto padre de familia ha de haber sentido remordimientos por el nombre con que designó a su hijo en el registro civil de su municipio, pues inicialmente le puso de nombre Maicol Deivis, por lo que, para enmendar el error, lo cambió por el de Michael Deidvis; pero siempre conservando el idioma inglés en su apelativo.
A don Zacarías Toz no le habría hecho gracia que frecuentemente se burlaran de su primer apellido, asociándolo con síntomas de ciertas enfermedades bronquiales, por lo que decidió sustituir el Toz por el apellido Zenteno. Algo parecido le ocurriría a una persona de nombre Marciano, quien fastidiado de que lo identificaran con un ser extraterrestre, optó por llamarse Mariano, que es más castizo y común.
A doña Francisca nunca le gustó que la llamaran doña Paca, doña Pancha o doña Chica, y fue por eso que acudió con un notario, para que hiciera los trámites a fin de que de hoy en adelante se le diga doña Ivon, aunque ella posiblemente no tenga rasgos franceses. Tampoco a la señora Sarausia le hacía gracia su apelativo, de manera que se transformó nominalmente en doña Sara Azucena, que ya suena más grato al oído.
Un caso muy especial es el de un varón al que sus padres tuvieron la ocurrencia de bautizarlo con el nombre de Doris, quien en sus años escolares fue objeto de las bromas de sus compañeros de clase; pero llegado el momento decidió que su nuevo nombre es Byron, un tanto anglosajón, pero que no provoca maliciosas sonrisas, similares circunstancias han de haber rodeado la inscripción en el registro civil de Elfride, porque tan pronto como pudo se cambió de nombre. Hoy se llama Cecilia. Espero que sus amistades no le digan la Chila, porque habrían sido inútiles los esfuerzos que hizo para la modificación de su apelativo.
La madre de una chica pensó que se había equivocado al nombrarla Jolethy Adelges Icó, por lo que le cambió el autóctono apellido, y ahora la niña responde a los mismos nombres de pila, pero con los apellidos Van Engelen. Se oye más sonoro y germánico. Otro menor que afrontaba problemas con su nombre era Gí¼idson Estib; pero ya ha sido enmendado por el de Wilson Steve, siempre con remembranzas de película gringa. De vaqueros, supongo.
Don Encarnación vivió resentido contra sus padres por haberlo bautizado con ese nombre, de manera que tan pronto como le fue posible se lo cambió por el de Isabel. Por lo menos antes se tenía la certeza de que se trata de un hombre al leer su apelativo; en tanto que doña Nicolasa se llama ahora Gladyz Yanet. Así como se lee.
Podría seguir anotando otros numerosos cambios de nombres; pero mi amigo Romualdo Tishudo me contó un caso de singular relevancia. Recuerda mi paisano que cuando él era joven, de eso hace como chorrocientos años, a los niños se les bautizaba con alguno de los nombres que se anotaban en el almanaque el día del nacimiento de la criatura.
Pues un día de tantos, para ser más preciso el 20 de octubre de 1951, nació un robusto varoncito, en una finca cafetalera del departamento de San Marcos, a quien su padre, después de consultar con el almanaque, lo bautizó con el peculiar e inédito nombre de Aniv de la Rev, que el iletrado campesino no se percató que era la abreviatura del «Aniversario de la Revolución» de 1944.
Otro caso más me cuenta uno de mis cuñados, cuyo nombre omito por discreción: hace unos 50 años, una señora que estaba embarazada visitó Puerto Barrios y quedó tan impresionada con un navío anclado en la bahía, que cuando nació el bebé le puso el nombre de Usnavy.
Es que la madre había leído en el estribor del barco el nombre de U.S. Navy, de la armada naval de Estados Unidos.