Cuando iba en el tren pensando en ti, nunca me imaginé que te encontrarí­a tan cerca. Cuando llegué a la estación, habí­a mucha gente esperando. Yo alargué la vista para ver si te encontraba. Te imaginaba por todos lados: tu cara, tu pelo, sin saber cómo eras, yo ya te amaba. Supuse que eras tú, la que vení­a con blusa de flores blancas, pelo largo y mirada inocente. Cuando te vi, dejé que pasaras primero, para que encontraras asiento. Me puse frente a ti, pero no me reconociste; entonces concluí­ que ésa no eras tú. Me pasé más para atrás, decepcionado de que no vení­as acompañándome. Ese dí­a habí­a sido muy duro y solamente querí­a estar contigo, pero nunca te he encontrado.

Mario Cordero
mcordero@lahora.com.gt

El tren se llenó y los apretones no esperaron. De repente, un señor sin desodorante posó su axila derecha en mi nariz izquierda; me forzó a voltear hacia el otro lado. En ese momento, pensé verte, pero podrí­a ser efecto del olor sudoroso. Pero no, allí­ estabas tú, mirándote y mirándome. Tú a unos cinco metros lejos de mí­, entre nosotros 25 mil personas y empezaba una historia de amor. Me mirabas con esos ojos de tigre, mirando y agachando la mirada, jugando a que no me estabas acechando. Ya habí­as caí­do en mi juego, pero terminé cayendo en el tuyo, pues cada vez que mirabas, mi corazón golpeaba para querer salir para amarte.

Todo terminó 20 minutos después, tú te bajabas en la siguiente estación y, antes de bajar, me susurraste muy bajo, para que el mundo no supiera nuestra historia – gracias por hacerme bella durante este tiempo ?; y yo respondí­ ? gracias por alegrar mi vida y darle fuego a mi corazón ?, entonces te dejé ir, y el resto ya es historia.