Cuando iba en el tren pensando en ti, nunca me imaginé que te encontraría tan cerca. Cuando llegué a la estación, había mucha gente esperando. Yo alargué la vista para ver si te encontraba. Te imaginaba por todos lados: tu cara, tu pelo, sin saber cómo eras, yo ya te amaba. Supuse que eras tú, la que venía con blusa de flores blancas, pelo largo y mirada inocente. Cuando te vi, dejé que pasaras primero, para que encontraras asiento. Me puse frente a ti, pero no me reconociste; entonces concluí que ésa no eras tú. Me pasé más para atrás, decepcionado de que no venías acompañándome. Ese día había sido muy duro y solamente quería estar contigo, pero nunca te he encontrado.
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El tren se llenó y los apretones no esperaron. De repente, un señor sin desodorante posó su axila derecha en mi nariz izquierda; me forzó a voltear hacia el otro lado. En ese momento, pensé verte, pero podría ser efecto del olor sudoroso. Pero no, allí estabas tú, mirándote y mirándome. Tú a unos cinco metros lejos de mí, entre nosotros 25 mil personas y empezaba una historia de amor. Me mirabas con esos ojos de tigre, mirando y agachando la mirada, jugando a que no me estabas acechando. Ya habías caído en mi juego, pero terminé cayendo en el tuyo, pues cada vez que mirabas, mi corazón golpeaba para querer salir para amarte.
Todo terminó 20 minutos después, tú te bajabas en la siguiente estación y, antes de bajar, me susurraste muy bajo, para que el mundo no supiera nuestra historia – gracias por hacerme bella durante este tiempo ?; y yo respondí ? gracias por alegrar mi vida y darle fuego a mi corazón ?, entonces te dejé ir, y el resto ya es historia.