El pozo


Ha existido siempre un pozo que ha estado custodiado por un terrible animal peludo, alto, gordo, feo y apestoso. El agua del pozo era un misterio; sin embargo, muchos le atribuí­an cualidades inmortales y sobrenaturales. Algunas veces la ofrecieron como el mejor afrodisí­aco por Internet, en lugar del viagra. Muchas leyendas se hablaron de este pozo. Pero nadie podí­a asegurarlas. Muchos fueron a tratar de beber de ese pozo, pero al ver al terrible monstruo, huí­an sin paciencia. El monstruo, por cierto, hací­a muy bien su trabajo. Cuando veí­a algún visitante extraño, rugí­a. Al final muchos no esperaban más y se iban.

Mario Cordero
mcordero@lahora.com.gt

Lo que no saben esas personas, es que el monstruo es completamente pací­fico. Es cierto, le afecta lo feo, lo apestoso, lo monstruoso, lo (qué le molesta a usted: eso tiene el monstruo). En fin, habí­a alguien que siempre regresaba porque le daba curiosidad ver el pozo de lejos. Estaba hecho de piedras transparentes; de colores, pero transparentes; la soga estaba hecha de infinitos cáñamos finí­simos teñidos de dorado; el que hizo el nudo era sin duda un experto. El pozo tení­a una sombra, hecha del material más fresco para evitar que el agua se calentara. ¿Y el agua? Nadie sabí­a cómo era el agua. Pero, este monstruo, al ver que los intrusos llegaban y llegaban, y cuando llegaban ¿qué se yo? Mil veces, los reconocí­a y les tomaba confianza (incluso cariño). Permití­a que se acercaran; al ver un conocido, se sentaba a la sombra de un sauce, a unos veinte metros del pozo, y leí­a poesí­a, para que viera el intruso identificado, que era un monstruo culto, amable, sensible, aunque no se le quitara lo apestoso. Vieran la alegrí­a que sentí­ al ver que el monstruo me permitió pasar. Sin embargo, antes de ir a beber agua del pozo, me acerqué al monstruo y me di cuenta de que era tan bello como el pozo. Me hice muy amigo de él. Hasta le permití­a que fuera a espantar a los intrusos desconocidos, y luego nos reí­amos del pobre diablo que salí­a corriendo. El pozo, ¿qué pasó? Pues, bien. El agua del pozo tení­a la caracterí­stica que, entre más bebí­as, más sed tení­as. Y tomabas y tomabas agua y más querí­as agua. Lo único malo era que para sacar agua era dificilí­simo. La polea, que era una polea perfecta, en su perfección no tení­a fricción y cada vez que jalabas de la cuerda apenas tirabas un centí­metro de cuerda. Pero el agua era hermosa. Cuando ya faltaban algunos metros, empezabas a ver cómo los cristales empezaban a reflejar sus colores y era hermoso. Sobretodo los dí­as en que los cristales se poní­an de lila y azul. Cuando veí­as el agua, tu boca empezaba a salivar.

A pesar de que era cansado, siempre seguí­a yendo. El monstruo, me decí­a que otras personas, para evitar jalar y jalar la cuerda, se tiraban de cabeza. Eso sí­, nunca regresaran. Me despedí­, pues, de mi buen amigo el oloroso y me tiré: «Cuida bien de mi alma, monstruo cerote. No permitas que alguien se acerque tan fácil».