La dimensión alcista que está presentando el coste del barril del petróleo es una crisis energética importada que no tiene comparación. El estancamiento -reconocido al fin-, de la economía más grande del mundo, tiene y tendrá repercusiones en nuestro propio desenvolvimiento productivo. La narcoactividad que está trastocando nuestra sociedad en muchos órdenes. Son fenómenos que por su condición de foráneos, son crisis importadas. Y en adición al impacto negativo de éstos, hemos de agregar al escenario nuestras propias crisis locales: la desnutrición, la inseguridad, el desempleo y el frágil equilibrio de gobernabilidad. Los nuestros son problemas de vieja data. Son caracterizaciones de una estructura caduca, pero enraizada. Anacrónica pero imponente.
El Congreso de la República se está dejando atrapar por un peculiar populismo. Un populismo que a lo colombiano, procede de la derecha. Se están provocando las condiciones para que sea respaldada la idea de suprimir impuestos a la comercialización de los hidrocarburos derivados del petróleo. Y en efecto se producirá una baja en el precio local de dichos combustibles. Pero ¿Por cuánto tiempo? Después de un breve lapso, quizás habremos de quedarnos «sin el mico y sin la montera.» El precio de tales no depende de cuán alta sea la tasa impositiva. Existen condiciones y factores ajenos, foráneos que nos deben provocar intentar idear soluciones de naturaleza integral y no sólo de ocasional beneplácito colectivo. Se dice rechazar cualquier propuesta proveniente de la República Boliviariana de Venezuela, por su condición de populista, pero aquí se está haciendo otro tipo de populismo y éste, el nacional, me atrevo a calificarlo de nefasto.
A la agresiva política migratoria norteamericana se suma su estancamiento económico. Seguramente el volumen de las remesas habrá de disminuir, ya lo veremos cuando se formule una comparación semestral entre este año y el inmediato anterior. El fenómeno económico será tan pasajero como en esa nación se tenga el dinamismo de imponer opciones para provocar un crecimiento que no dependa unilateralmente en la producción armamentista. Pero su impacto no debe ser abordado, desde la perspectiva de nuestras propias autoridades monetarias, como que es un fenómeno que se origina en el país. Antes bien, el Ministerio de Economía habría de estar acelerando la apertura de otros mercados para la producción nacional de manera que al fin sea este rubro -las exportaciones-, el más determinante en la economía nacional.
La narcoactividad y las otras actividades derivadas de hecho han trastocado nuestra frágil estructura social. Se han emprendido esfuerzos para atenuar su impacto, pero evidentemente no es un conjunto de actividades que se pueden regular o controlar con la exclusividad del manejo territorial guatemalteco. De hecho su halo de acción es de por sí un complejo de variables cuyo principal punto de partida lo tiene su apetecido «mercado» en la población norteamericana, en razón de ello, evidentemente es poco lo que se puede lograr para disminuir sus funestas sombras de muerte.
El escenario se complica con nuestras debilidades ancestrales. Pero a este recuento le podríamos abordar y quizás hasta superar, si se tuviera la dicha de despertar un profundo sentimiento colectivo de trabajo social en conjunto. Evidentemente hay hechos en los que nuestra intervención es casi nula en cuanto a provocar que esos impactos negativos dejen de serlo. Pero peor aún será no intentar acercarnos a las opciones que puedan no sólo paliar la crisis, sino vencerla. Ese viaje a Brasil de la comitiva presidencial, tal vez nos permita contar con apoyo para aumentar la exploración petrolera local, desde la perspectiva de una intervención del Estado directa. Quizás también la copia acertada de los programas brasileños de «cero hambre-cero pobreza». Y si apuntalando los gobiernos locales, también fijáramos nuestra atención para contar con las condiciones propias para implementar más eficientes sistemas de seguridad ciudadana, veríamos que no todo está perdido o es exclusivamente caótico. Ideas para la discusión. Discusión que provoque acciones. De eso necesitamos creo yo y no sólo quejas y lamentaciones.