Merecido descanso tuvimos en la capital, a modo de tregua, concerniente a la tremenda contaminación ambiental. Posible fue en Semana Santa, a partir del Miércoles Santo hasta el Sábado de Gloria. Se redujo el tremendo tránsito vehicular, incluso del transporte urbano colectivo, lo cual constituyó un alivio.
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Menos, más bien, casi nada del desesperante ruido generado por los automovilistas en general; asimismo, disminuyó el asfixiante humo diésel, responsable del deterioro humano. Además del polvo que daña los bienes inmuebles y electrodomésticos, como restantes enseres hogareños de moda.
Con justa razón nos preguntamos, lejos de la solidaridad promocionada, a ojos vista, si podemos tener mejor calidad de vida en esas circunstancias. La pronta respuesta evidencia que es imposible, sin que quepa la menor duda, puesto que la contaminación ambiental aumenta sin cesar.
Y crece a paso acelerado el problema enorme y complicado, a tal extremo de escapar de las manos de quienes compete darle solución. Todo demuestra el hecho de ya no poder con tamaño asunto, pero a la vez saca a relucir la falta de buena voluntad traducida en el sentido de no querer entrarle al problema de mérito.
Estamos siendo objeto directamente de los claros efectos de la cultura del ruido, encima de todo, en diversos órdenes de la cotidianidad envolvente. Cultura en cuestión que nadie desea según puede notarse, sin embargo, a consecuencia de la tolerancia e indiferencia, gana terreno a diario, lamentablemente.
Se antoja colocar en la balanza esa disyuntiva de ejercer riguroso control que evite las emanaciones tóxicas que expelan numerosos vehículo con los motores desafinados, por una parte. Y por la otra, organizar la regulación días alternos de los mismos. Según la placa de circulación. Es ello una brasa caliente.
Estamos conscientes que dicha propuesta o alternativa ha sido objetada en más de una ocasión, pero algo amerita poner en práctica en área de la contaminación ambiental. El sabido argumento recalca atentar contra la libre locomoción, un derecho constitucional, empero también es prioridad el bien común, sobre el particular.
En pocas palabras somos dados a expresar nuestra inconformidad ante la dominante contaminación ambiental, tachándola de agudo y crítico problema, a consecuencia de los daños y destrozos en cuestión. Aunque al final de las andadas resulta una vez más, una mera llamarada de tusas y después no pasó nada de nada.
Actitudes de esa naturaleza reflejan en toda su dimensión, el comportamiento personal, por demás indeciso y volátil, a más no poder. Hoy en día las expresiones conductuales son una cosa, pero mañana el cambio es radical y contraría en definitiva los criterios iniciales. La firmeza pasó a la historia.
Por eso somos así de volubles, no obstante, la cuantía y daños consiguientes, ante la problemática que nos agobia y tiene del cogote con fuerza descomunal desesperante. Si por el contrario nos aliáramos todos y todas en la búsqueda de salidas viables de eso atolladeros, otra situación daría de inmediato un sello positivo a los casos y cosas.
Desde esa óptica, el panorama dejaría de ser sombrío y un nudo ciego. La decidida participación en sentido colaboracionistas podría ir dándole solución a las inevitables dificultades que origina el crecimiento fuera de la debida planificación y control de la ciudad de Guatemala, su capital. ¿Cuándo se dará el ansiado banderazo de salida?