El enfrentamiento entre narcotraficantes que dejó un saldo de 11 muertos, sacó a relucir para la mayoría de la población un hecho sin precedentes: la tremenda infiltración del narcotráfico en el país y el dominio pleno que tiene sobre territorios, vidas y bienes de numerosas personas.
Digo que un gran porcentaje de guatemaltecos se dio cuenta, hasta ahora, de lo poderoso que es este temible cáncer que se infiltra en las instituciones del Estado y se constituye en poderes paralelos en donde, en gobiernos débiles como el nuestro, es fácil que domine con amplitud a personas y entidades que nadie se imaginaría. Esto, amigos, es sólo una pequeñísima punta del iceberg que se encuentra en el fondo.
Muchos se preguntarán, ¿y éste, a cuenta de qué sabe sobre narcotráfico? Durante casi 4 años fui Secretario Ejecutivo de la Secretaría contra las adiciones y el tráfico de drogas, creada por la Ley de Narcoactividad y ello me permitió tener contacto con los «zares» antidrogas de muchos países, incluyendo el del norte, pero más que eso, fue una experiencia enorme al recibir información del más alto nivel y por lo otro lado, conocer nuestra propia historia.
En Guatemala, el narcotráfico debidamente organizado no es nada nuevo y empezó su auge con la cocaína entre 1986 y 1990, ampliando posteriormente sus actividades y tipo de drogas que producía, trasegaban o transportaban, por lo general con la «valiosísima» ayuda de la mayoría de las fuerzas de seguridad de aquel entonces que adquirieron una importancia inicial, en tanto, los propios narcos, se estructuraban y organizaban adecuadamente. Hoy, éstos viven en residencias lujosas de la carretera a El Salvador y ciertas colonias de lujo que son sus predilectas, sin olvidar la famosa «Cañada» y prácticamente son pocos los tecomates que necesitan para nadar.
Durante mi gestión en SECCATID, la Organización de Naciones Unidas contra el Delito y las Drogas, ONUD, así como el NAS de los Estados Unidos, no confiaban en muchos y pusieron de cierta manera esa confianza en mi persona, incluso, como anécdota, con la ayuda de las autoridades se lograron detener, con la colaboración internacional, casi a las pocas hortas de zarpar, dos buques, uno procedente de China y otro de Alemania, cada uno con 2 mil toneladas de pseudoefedrina, un elemento que puede servir tanto como componente para un jarabe contra la tos, como para mezclar adecuadamente drogas como cocaína, heroína, LSD y éxtasis.
Lo curioso es que ambos buques tenían como destino Guatemala, a supuestos «laboratorios» que, al investigar las autoridades, encontraron que no existían.
Debo decir que habían buenos policías que frontalmente combatían con sus armas de «juguete» a las poderosas de los narcos, pero también habían jefes y comandantes a quienes los narcos avisaban de la ruta de la droga (casi siempre en furgones y por tierra), y como «dulcito» para mantenerlos en el chance, «dejaban» que en uno que otro mini operativo confiscaran incluso más de cien kilos de coca que no era nada para lo que pasaba a su lado, custodiado por al menos tres vehículos blindados, con hombres entrenados perfectamente para matar. El Ejército casi no intervenía en estos asuntos, como institución, y ya el narco, estaba dentro de sus estructuras.
En una reunión internacional, el ex fiscal de Panamá, me obsequió fotocopias que mostraban la estructura organizativa de un grupo grande de narcos y que fue encontrado en un allanamiento y realmente como decimos en buen chapín: me quedé «baboso».
Lo que quiero enfatizar con relatar estas pequeñas vivencias es que, no hay nada nuevo bajo el Sol, la narcoactividad es un hecho, está incrustada donde menos se lo esperan y como me dijo uno de los zares antidrogas: «el buen narco o jefe de un cártel es el que no se mancha las manos, aunque sabemos que pueda tener una vida de cinco años, como promedio». ¿Como la ven disdiay?