Unicef presentó esta semana el informe «La Niñez Guatemalteca en cifras», un documento que examina los avances y desafíos del país en el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, hojas que resaltan a través de números la situación en la cual los niños, niñas y adolescentes de Guatemala, nacen, crecen y sobreviven.
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Junto a la presentación de datos por demás interesantes, que no es lo mismo que alentadores, se fueron proyectando imágenes de infantes, rostros que enmarcaban miradas y sonrisas y escondían sus sueños, algo que debería de importarnos a todas y todos los guatemaltecos, porque esos niños, esas niñas, las y los adolescentes, son hoy por hoy la mitad de la población guatemalteca.
Una población que tiene como promedio de escolaridad (adolescentes entre 13 y 17 años) menos del quinto año de primaria completo, dato que se agrava cuando se habla de población indígena y de género. Lo mismo ocurre cuando se habla de salud, hay avances, porque los hay, no podemos negarlo, pero falta aún mucho y más cuando se trata de poblaciones rurales.
Y acá hay que agregar el tema de salud materna, porque son muchas mujeres las que se embarazan a muy temprana edad y son muchas mujeres las que no tienen acceso a atención médica y cuidados prenatales, lo cual, por supuesto, se evidencia en la salud de las y los infantes.
Pero aún hay más, el tema de trabajo infantil, algo ya común y normal para todos, es algo preocupante, el 23% de la población entre 7 y 17 años desempeña alguna actividad económica, muchas veces en condiciones que ponen en riesgo su vida, esto no es nada nuevo, y eso es lo peor, ya no lo vemos mal, no nos alarmamos por eso. Y es terrible, porque la infancia es una etapa en la que deben darse cuidados especiales, debe existir el juego, el tiempo para la recreación y para el estudio, pero esto es algo así como una utopía para muchos, muchísimos infantes chapines.
Podría seguir colocando más números y enlazarlos a la pobreza, la discapacidad y la violencia y quizá quienes me leen, algunos tal vez, se alarmarían, otros en cambio, soy insistente en eso, lo tomarían tal cual y como ven el incremento del precio de la gasolina, predecible, cotidiano, y justo es eso lo que debemos evitar.
Mejor dicho hablando en positivo ahora, lo que tenemos que hacer es ver más allá de esas cifras (que nos ayudan a entender mejor la situación) y exigir al Gobierno, a la sociedad civil, a nosotros mismos un cambio. Que se respeten las leyes y estatutos referentes a niñez y que se ajusten los programas y políticas de la infancia. Los niños y niñas son sujetos plenos de derecho, no hay que olvidarlo.