Al dejar de lado la lucha contra la desertificación, la comunidad internacional se priva de un arma importante contra el cambio climático, deplora el responsable del Convenio de la ONU sobre este creciente problema, Luc Gnacadja.
«Está claro que los esfuerzos para atenuar las emisiones de gases de efecto invernadero tienen sus límites. Si queremos ir más allá, debemos mirar allí donde reside el potencial: la tierra», asegura a la AFP Gnacadja.
Este responsable se encuentra de paso por París la misma semana en que se ha iniciado en Bangkok la primera ronda de negociaciones en vistas a aprobar un nuevo acuerdo contra el cambio climático para finales de 2009, con el fin de dar continuidad al Protocolo de Kioto, que expira en 2012.
Las prácticas agrícolas son en gran medida responsables de la degradación del suelo, cuya última fase es la desertificación.
Y las consecuencias del calentamiento planetario -sequías, inundaciones, erosión-, agravan el fenómeno, que afecta, según la ONU, al 70% de las tierras áridas, concentradas en países que albergan dos tercios de las poblaciones más pobres del mundo.
Combatir este encadenamiento perverso – que ya ha expuesto a 800 millones de personas a la inseguridad alimentaria – tendría una triple ventaja.
En primer lugar, se podría encerrar el carbono en el suelo, en vez de dejarlo subir hasta la atmósfera, donde se acentúa el calentamiento. Igualmente, se mejoraría la productividad de la tierra y permitiría por ende luchar contra la pobreza.
«Se entraría entonces en un círculo virtuoso», defiende Gnacadja, ex ministro de Medio Ambiente de Benín.
Este experto subraya además la relativa facilidad con que se podría hacer frente a la desertificación. Estima que se trata únicamente de simples proyectos de un coste de entre 300 y 500 dólares por hectárea, durante un periodo de entre tres y cinco años.
«Es también un medio para evitar las migraciones medioambientales» que los expertos, al esbozar las previsiones más optimistas, cifran en más de 130 millones de aquí a treinta años. «Ninguna barrera los contendrá, a no ser que arranquemos de raíz el problema», defiende Gnacadja.
Según el Fondo de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO), sería necesario aumentar, de aquí a 2030, el 50% de la producción agrícola actual para hacer frente al crecimiento demográfico. Y en cambio, las tierras cultivables no cesan de disminuir.
Para este responsable, las medidas contra la desertificación deberían ser una de las opciones elegibles dentro de los Mecanismos de Desarrollo Limpio (MDL) del Protocolo de Kioto, que permiten a los países industrializados compensar sus excesos de contaminación invirtiendo en proyectos ecológicos en el Sur.
«No por caridad. Sino porque lo que hacemos actualmente está lejos de ser suficiente. En cambio, con este nuevo espíritu, países como Mali y Bangladesh también tendrían potencialidades que ofrecer», subraya.
Desde su lanzamiento, los MDL se han centrado casi en exclusiva en países emergentes como China, India o Brasil.
«El reflejo», deplora Gnacadja, «ha sido mirar hacia arriba, olvidando qué es lo que estamos pisando, mientras que el hombre es un sándwich entre la tapa atmosférica y la corteza terrestre».
El Convenio contra la Desertificación ha sido ratificado por la totalidad de los 193 países miembros de la ONU, pero queda pendiente «el Convenio de los Pobres», dice Gnacadja, mostrando una sonrisa irónica.
«Pero no quiero quejarme, puesto que al mendigo, en general, no se le escucha».