Nada indigna más que la utilización de un ser humano como simple objeto y el caso del secuestro prolongado de la ex candidata presidencial de Colombia, Ingrid Betancourt, se ha convertido en un paradigma de esa situación porque su drama es ahora objeto de una burda manipulación en la que todos quieren salir en caballo blanco, aunque la víctima esté condenada y siga sufriendo un cautiverio inhumano y cruel.
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El secuestro, en cualquiera de todas sus manifestaciones, es uno de los peores crímenes por las terribles implicaciones que tiene tanto para la víctima del delito como para sus familiares porque todos se ven expuestos a prolongado sufrimiento. Y cabalmente por esa condición tan degradante y que genera tanta angustia, es que se utiliza como medio para obtener rescate económico o ventajas políticas y a él recurren desde grupos de delincuentes comunes hasta los mismos Estados que lo utilizan en forma descarada en contra de sus enemigos. El colmo ha sido que el país en el mundo que se da el lujo de certificar y calificar el comportamiento de todas las Naciones en cuanto al respeto a los derechos humanos es uno de los que con mayor desfachatez recurre a los secuestros en contra de enemigos a los que califica de terroristas.
Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, es un grupo que en nombre de reivindicaciones sociales y políticas ha caído en fuertes vínculos con el narcotráfico y que no vacila en utilizar métodos terroristas en su práctica cotidiana. El secuestro de cientos de personas, entre los que hay desde combatientes hasta personalidades políticas, ha sido uno de sus más socorridos recursos porque saben que ello les coloca en posición de fuerza para negociar. Y la calidad que tenía la señora Betancourt cuando fue secuestrada, siendo candidata a la Presidencia de su país, la colocó en posición de gran importancia y sobre su situación se ha centrado en los últimos tiempos la atención mundial. Sobre todo luego de conocerse que en cautiverio contrajo la terrible hepatitis B y que sus días están contados por el deterioro que esa enfermedad provoca en el organismo humano.
Yo creo que alrededor de la señora Betancourt lo que hay ahora es un empeño de muchos por sacar provecho de la situación para lograr sus propios fines políticos. Desde las FARC que entienden que ella es la más preciada figura de los secuestrados que alguna vez presentaron como canjeables, hasta el gobierno de Colombia, el de Venezuela, el de Francia y otros países y organizaciones no gubernamentales que están tratando de sacar provecho de ese drama humano porque entienden que la liberación de la secuestrada les reportaría enorme popularidad a quienes intervengan exitosamente en el proceso.
Pero en el fondo veo poco interés en verdad humanitario por ella, por su drama y su sufrimiento, así como por el resto de los secuestrados en Colombia que parecen ser simples piezas de un enorme tablero de ajedrez en el que son desplazados y usados por los jugadores que en este caso son los líderes de las FARC y el gobierno de Colombia. El día menos pensado se notificará al mundo que la dirigente política falleció como consecuencia de las complicaciones de la hepatitis y el capítulo de Ingrid Betancourt quedará cerrado como un incidente más en el marco de ese prolongado y terrible conflicto interno matizado ya no sólo por la lucha de clases que inspiró al movimiento guerrillero, sino también por los efectos de la narcopolítica.