Los Cristos del siglo XVI en Guatemala


Los Cristos o Crucifijos realizados en Guatemala a partir del siglo XVI son prueba de la presencia cristiana en el medio, traí­da bajo el poder español. De la primera época se conocen muy pocos ejemplos. Entre estos los Cristos de madera producidos en España y los de plata colocados en las cruces altas procesionales, posiblemente obra de maestros plateros españoles que llegaron acá entre 1550 y 1600.

Haroldo Rodas Estrada

El primer ejemplo es el Cristo de los Reyes, quizás el único con detalles de carácter medieval, corresponde al principio del siglo XVI, sus lí­neas son alargadas, su barba es sin duda inspirada en el canon del final de la edad media, mientras que su cuerpo deja un sentido de expresividad un tanto forzada, quizás como epí­logo del renacimiento, en una mezcla de elementos que pueden tipificar una escultura de carácter un tanto popular.

Esta talla es única en su género en el paí­s, se encuentra en el espacio conocido como Capilla de los Reyes, situada actualmente al lado del Sagrario de la Catedral Metropolitana de la ciudad de Guatemala. Un sitio preferencial, en cuyo muro principal se ubica un altar de estilo Neoclásico incorporando las imágenes de la pasión, entre ellas la Dolorosa y San Juan, piezas guatemaltecas del siglo XVII, donde las lí­neas de movimiento y expresividad contrastan con la tensión de la talla central de dicha hornacina.

La imagen presidió el altar dedicado a los Reyes, originalmente estaba en la parte de atrás del altar mayor en la Catedral ubicada en la antigua ciudad de Santiago, cerrando la visión de fondo de este conjunto monumental como sucede con los ábsides provistos de altares. Una descripción completa de su altar fue presentada en el artí­culo «El Retablo de los Reyes de la Catedral de Santiago de Guatemala» que el autor presentó en la Revista Estudios años atrás.

Su existencia marca la presencia de los primeros años del cristianismo en el medio. Sin duda fue confeccionada en España, responde al modelo de los Cristos de ese perí­odo en la pení­nsula, pero pudiese también tratarse de una obra que fue tallada en Guatemala por un escultor español, de los primeros que llegaron a esta región hacia esa época.

Difiere de las esculturas reconocidas como guatemaltecas, ya que presenta una figura un tanto alargada. Su cabeza tiene forma de perilla. El cabello cae en forma partida con dos mechones, uno hacia cada lado del rostro, en una forma muy distinta a lo tí­pico de los siglos posteriores, que mostrarán solo un mechón de cabello hacia el lado derecho, acentuándose la diferencia con la corona de espinas tallada en la misma madera de la cabeza.

El rostro presenta la barba partida, pero en forma triangular, bastante rí­gida, igual que los bigotes muy pronunciados con cabellos en forma de cuernos doblados.

Sus ojos ejecutados en madera, pintados y la nariz un tanto afilada lo hacen muy distinto de los Crucifijos tipificados como guatemaltecos, pero muestra los primeros patrones que sin duda tuvieron los imagineros de esta región para definir los principios que más adelante identificaron los modelos de Guatemala.

La proporción del cuerpo trata de mostrar a un hombre alto, aunque en realidad la pieza no es de grandes dimensiones, ya que alcanza 155 cm de alto, presenta un impacto de gran altura, agregándose su situación forzada en el cuerpo con las venas resaltadas que asoman en las extremidades y la impresión exagerada en los hilos de sangre que penden en todo el cuerpo, unido a la excesiva cavidad de la herida del costado.

Pende además de la cruz, con los brazos extendidos unidos al cuerpo, sin ninguna demostración que el mismo hubiese sido desprendido de ella y utilizado como un sepultado. Es simplemente un Crucifijo que asoma pendido de la cruz, estable al madero, sin que en ningún momento se haya pensado en darle otra función más que esta.

Similar a estos detalles aparecen los crucifijos de las cruces altas de plata realizadas en Guatemala en la segunda mitad del siglo XVI. Observamos esta similitud con el crucifijo de la cruz alta del museo Popol Vuh de la ciudad de Guatemala. El Cristo es de una posición un tango ligado a patrones góticos, pero de brazos largos, cuerpo con tórax pronunciado, paño de pureza rí­gido y cubriendo en su totalidad la parte del pubis y caderas. Las piernas alargadas, con los pies entrelazados, sostenidos por un solo clavo.

Pero quizás en los pormenores que más se asemeja al Cristo de los Reyes es en el rostro.

Es alargado, su rostro en forma de perilla invertida y termina en una barba muy afinada en forma triangular, mientras que su cabeza presenta una corona de espinas muy resaltada, que más parece un detalle de una tela entorchada que le abraza la cabeza. Una forma muy similar se aprecia en varios Crucifijos de plata en cruces altas depositadas en colecciones particulares y en las que se conservan en los Museos de Tepotzotlán y de Historia de México, cuya manufactura, aunque no está identificada plenamente en las cédulas, proceden sin duda alguna de Guatemala, o quizás de Chiapas, que durante el perí­odo colonial perteneció a la Capitaní­a de Guatemala, ya que se identifica con patrones estéticos de dicha época.

No vamos a profundizar más en estos aspectos, bástenos con ejemplificar esta relación a través de los testimonios gráficos que acompañan este artí­culo y que son sin duda los ejemplos vivos de esta integración artí­stica, demostrando cómo fue la forma que se adoptó en los Crucifijos de la primera etapa en Guatemala, dotados especialmente de ese detalle de resabios de las formas medievales uniéndose a criterios donde asoman directrices de la primera fase del renacimiento.

Desde luego aquello pudo ser una obra producida por manos españolas en esta región, pero esto dejó una huella que más adelante siguieron los talladores guatemaltecos que idearon una respuesta artí­stica en los siglos subsiguientes.

Esquipulas

Sin embargo, el cuadro de apreciación de los crucifijos del siglo XVI en Guatemala no estarí­a completo sin la mención del más venerado, el Cristo de Esquipulas, cuya creación se ha adjudicado al maestro Quirio Cataño, un portugués que llegó a Guatemala y quedó inmortalizado en esta obra. Sin embargo, estudios más reciente han sacado a luz la acción de Cataño como un maestro contratista, y no precisamente desarrollando una labor especí­fica, por lo que la autorí­a de esta obra se ha puesto en duda por algunos pero también hay que tomar en cuenta que a lo largo de más de 400 años esta talla ha sufrido variadas restauraciones. La representación es peculiar, se desprende un tanto de los patrones mencionados anteriormente, está pendido de la cruz, con los brazos abiertos, pero su presencia es con menores dimensiones.

La cabeza asoma con el pelo cortado en dos, con un mechón hacia el lado derecho, donde cae la misma, ya que se trata de una representación del Cristo difunto, lo cual va a caracterizar a los Cristos de épocas sucesivas, variando desde luego la forma rí­gida del cabello de Esquipulas en relación a los cabellos entorchados de los siglos posteriores. Posee detalles en la elaboración del cabello igual que en la barba, terminada en vértice, pero partida en dos. Sorprende por su rostro detallado, su nariz definida y se une a las cejas, enmarcando con más vigor los ojos que permanecen cerrados, en señal de muerte. No posee corona de espinas tallada, sino que es incorporada, de otro material: metal, cuyo original es de plata cincelada, pero posee varias de diversas épocas.

El cuerpo posee tensión muscular, un tanto influido por las últimas tendencias del renacimiento, deja mostrar un cuerpo de pequeñas dimensiones, pero con vigor propio de la época. Muestra la herida del costado en un pecho muy marcado.

Otro aspecto interesante es el paño de pureza que se muestra con la tí­pica silueta en «U», que pende de las piernas, cuyo nudo a la izquierda cae en puntas suavemente, dejando cubiertas ambas piernas.

Sorprende el que sea un Cristo Negro, quizás como se ha planteado por quienes han ahondado en el color de la tez, de una talla donde se revela el mestizaje. El color técnicamente obedece en primer orden a un tinte de dicho tono y no a la impresión del humo causado por las velas que se le colocan en devoción, como se ha hecho creer por algunas personas.

Lo señalado se afianza con la presencia de una capa de oro sobre el paño de pureza, lo cual resalta lo negro hacia esta área, en relación al resto del cuerpo. Esto responde únicamente a un deseo de resaltar lo negro con una base dorada, pero en ningún momento dicho paño fue una pieza dorada

La representación está basada en los nuevos patrones españoles, pero cubierta de una tez negra, como resultado del influjo de los dioses prehispánicos, especialmente ligados a la cultura Chortí­, en donde surgió el templo de Esquipulas, para unificar criterios de veneración junto a los espacios sagrados de la época anterior.

Podrí­amos referir múltiples aspectos en torno a la misma, pero ello merecerí­a un capí­tulo especial, o bien artí­culos propios, ya que se trata de una imagen emblemática, que no sólo trasciende a Guatemala y Centroamérica, sino que se le ha tomado como uno de los grandes ejemplos histórico artí­sticos tras los que se mueve la fe y devoción de las grandes mayorí­as en América Latina, ya que se le colocó junto a la imagen de la Virgen de Guadalupe para cruzar todo el subcontinente durante las conmemoraciones del V Centenario de América.

Existen estudios al respecto y se han dado varios enfoques en el siglo XX en los cuales queda demostrada su antigí¼edad, pero hasta el momento ninguno afirma tampoco que es una de las primeras tallas donde asoma el mestizaje, se convierte en una muestra de cómo el mensaje cristiano fue recibido pero readaptado a una necesidad propia, generando modelos estéticos muy singulares como el Cristo de Esquipulas.