MíšSICA PARA LOS DíAS DE SEMANA SANTA


O vos omnes qui transitis per viam,

attendite et vidette… si est

dolor similis sicut dolor meus

El tiempo de cuaresma es, desde el punto de vista de la antropologí­a de la religión, el tiempo del mito del eterno retorno, el momento de convertir el tiempo profano en tiempo sagrado. El momento en el que el mundo cristiano retorna a su fuente primaria: la rememoración de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo base de su mundo sagrado fundamental: creación dorada y sustentación de esta religión.

Celso Lara

Como todo fenómeno religioso, también la religión católica tiene sus ritos positivos y sus ritos negativos, así­ como sus interdicciones (que son las lí­neas básicas que separan el mundo agrado del mundo profano). Entre las interdicciones de contacto se encuentra la que prohí­be que el profano trasponga el mundo de lo sagrado. Dentro de estas interdicciones, la Antropologí­a de la Religión descubre un código sacro, un lenguaje que solo entienden los iniciados y que abre al profano las puertas de lo sacro. Es la ví­a ritual por medio de la cual el fiel (un profano) se comunica, sin caer en interdicción, con su mundo sagrado (son sus lares y penates, en sentido antropológico). Este lenguaje iniciativo, se presenta en la religión católica en sus grandes ceremonias y ritos -concreción del mito y la creencia-, en especial en los tiempos de la Cuaresma y la Semana Santa. Ese lenguaje «sacro», incluye no solo actitudes, oraciones, sino también lenguaje sonoro. La música sacra católica logra su más elevada expresión en tiempos de cuaresma. Podrí­amos afirmar que es en estos complejos y fascinantes ceremoniales donde la música occidental alcanza sus máximos valores estéticos.

Esta guí­a sacra de la música de cuaresma pretende ser una aproximación al misterio de la redención a través del fenómeno sonoro de todos los tiempos, en particular desde el siglo IX al siglo XXI de nuestra era. La preparación para los dí­as santos -ejemplo antropológico de un rito negativo- puede iniciarse el sábado de Dolores. En esta etapa preparatoria el fiel puede escuchar música sacra festiva: Se recomiendan las exaltantes misas de Joseph Haydn, en especial la Misa in tempore Belli, con sus acentos de guerra y paz en los timbales del Agnus Dei. En la noche del sábado de Dolores, meditando mientras se percibe el olor del corozo, puede, oí­rse para preparar al corazón, una historia sacra. Las historias sacras de Giacomo Carisimi, los salmos de Claudio Monteverdi o bien las historias de adviento de Heinrich Schutz. De este último compositor las Pasiones (según San Mateo o según San Marcos). Al combinar los recitativos con el canto policoral, teniendo como bajo ostinato al órgano positivo y los conjuntos de bronces y cuerdas, el compositor crea un ambiente de paz y profunda «emoción sacra», que prepara para el domingo de Ramos. La entrada de Jesús en Jerusalén debe celebrarse con misas de gloria. La Misa en Re mayor de Beethoven misa sencilla y llena de devoción, en particular el credo; la misa en Re menor de Cherubini, con su extraordinaria gloria a dieciséis voces en el coro, o las sencillas pero profundamente reverentes misas (Primera y Segunda Pontificalis) de Don Laurentino Perosi, para voces masculinas y órgano. En horas de la tarde y noche se recomienda escuchar y meditar la obra más que conocida de Jorge Federico Haendel -aunque no la mejor-: el oratorio El Mesí­as, con sus grandes coros y las filigranas de sus arias. Las mejores interpretaciones son las dirigidas por Karl Richter -nuestro maestro-, o la de Charles Mackeras, por ser muy fieles al pensamiento y sentimiento del compositor anglo-alemán. Son menos recomendables las dirigidas por Robert Shaw, Otto Klemperer y von Karajan, pues se apartan del espí­ritu barroco de la obra. El lunes santo deberá santificarse escuchando una pasión (se conoce como Pasión una interpretación musical -dramática- de la vida de Cristo, generalmente para coros, solista y órgano y orquesta). Recomendamos la Pasión según San Marcos de Jorge Felipe Teleman, con su espí­ritu galante, pero de intensa espiritualidad. También puede escucharse la Pasión según San Juan de A. Scarlatti, el Oratorio San Juan el Bautista de Domenico Stradella, la Pasión según el libro de Brooks de J. F. Haendel, o la hermosa Pasión según San Juan de Bach. También puede meditarse con la Pasión según San Marcos del mismo compositor.

El dí­a martes santo se abre con las «lamentaciones de Jeremí­as», que en la literatura musical del siglo XV al XVIII fueron muy bien elaboradas en particular las maravillosamente fúnebres de Palestrina, del flamenco Ockehem y las de W. Byrd. Todas ellas «a capella» -las voces del coro solas, sin ningún acompañamiento-. En la noche podrá escucharse otra Pasión más: recomendamos La Pasión según San Mateo de Orlando DiLasso. Aquí­ se combina la voz del evangelista en salmodia gregoriana con la polifoní­a de los coros en «la turba multa» y los solistas en las voces de Jesús, Marí­a y los apóstoles.

Para el miércoles santo se han de escuchar con «emoción sacra» en el sentido musical y antropológico-, las lecciones de tinieblas para el dí­a. Se recomienda las que Marco Antonio Charpentier escribió para los jesuitas de Parí­s en el siglo XVII, y las de Francois Couperin «el grande», esta última para dos tenores, clavicordio y «ensemble» de cuerdas; asimismo, historias sagradas como el oratorio La resurrección de Lázaro de C.P.E. Bach. Por ser el último dí­a de los ritos negativos, deberá escucharse otra pasión. Es apropiada la Pasión según San Juan de Giovanni Cortessia, escrita en Florencia en 1557, para coro «a capella» de voces masculinas en las partes de «la turba» y los apóstoles, y declamado el texto bí­blico en el idioma vernáculo de la época: el italiano. Para concluir luego, con los salmos penitenciales de Orlando Di Lasso o bien la primera parte de los oficios de tinieblas de Tomas Luis de Victoria, del siglo XVI, el músico más grande producido por España en todos los siglos pasados y por venir. Inigualable -ni siquiera por G.B. de Palestrina- en el manejo de polifoní­a en el coro, pero, sobre todo, por la emoción y la devoción de sus salmos y misas, únicas en la literatura musical renacentista del siglo XVI.

El jueves santo inicia la iglesia católica el rito positivo (la entrada de lo profano a lo sagrado, una vez purificado). La única puerta viable es la música de Beethoven con su oratorio Jesús en el Monte de los Olivos tal vez la mejor partitura del venerado maestro de Bonn. Seguidamente deberá escucharse una de las obras cumbres de la literatura musical barroca: La Pasión según San Mateo de Juan Sebastián Bach, con sus inmensos corales, semejantes a catedrales góticas y soles infinitos, sus airosos y recitativos, así­ como su conmovedor coro final: «El señor al fin descansa en paz», que es un tierno adiós al Salvador y el más hermoso de los coros fúnebres; «Nos sentamos entre lágrimas», el cual termina con el suplicante y amoroso coral «Descansa dulcemente». Se recomienda la versión dirigida por Karl Richter, también la de Neville Merril y la de Simon Preston. En la noche puede escucharse la segunda parte del oficio de tinieblas de Victoria, que permite acompañar a Jesús en la prisión romana. Puede concluirse con la Pasión según Marcos de Don Laurentino Perosi, cuya combinación, en la última cena del Evangelista (cantado por un tenor) y el coro con el mensaje bí­blico con el salmo Lauda Sion Salvatorem, en un intrincado coral, pone en evidencia la transmutación de Cristo en música.

El viernes santo deberá iniciarse con los Oficios de Tinieblas del dí­a viernes (Victoria o Palestrina), que prepararán para la Pasión del Redentor. Hacia la hora nona se escucharán los desgarradores motetes penitenciales de Claudio Monteverdi, escritos para la Basí­lica de San Marcos. En seguida la versión orquestal (o bien coral), de las siete palabras de Cristo de Joseph Haydn y las siete palabras de Cristo desde la Cruz de Heinrich Schutz. La muerte del Redentor se celebra con la música del alma: el silencio.

En seguida, después de la hora tercia, la tierra se sacude y llueve en el corazón de los hombres. Deberá acompañarse a la Madre dolorosa del Redentor, «que llora desconsolada al pie de la cruz donde pende su hijo», escuchando un Stabat Mater. Los más conocidos son los de Giovani Pergolesi y Giacomo Rossini, y los más profundos: los de Joseph Haydn, Palestrina y Vivaldi. Luego los grandes motetes «penitenciales fúnebres» Miserere mei Deus y el Dies Irae de Jean Batista Lully, y el Salmo De Profundis de André Campra, M. A. Charpentier y Michael Richard Delalande, todos compositores del siglo XVII francés.

En horas de la noche deberán escucharse los Improperia (o sea los responsorios que constituyen los reproches de Jesús a su pueblo por haberlo abandonado). Los más hermosos e impregnados de profunda emoción fueron compuestos por Palestrina y, en particular, por Luis Tomás de Victoria.

El sábado Santo se ha de consagrar a las misas de muerto. Es el Réquiem por el Redentor. De la multitud de Réquiems y oficios de difuntos, recomendamos el Réquiem de Mozart, con su extraordinaria y conmovedora Lacrymosa; el de Jean Gilles (Versión de 1774), con sus portentosos y solemnes golpes de timbal y el sereno Réquiem para voces masculinas y órgano de don Laurentino Perosi. Puede concluirse la noche con la Sinfoní­a al Santo Sepulcro de Vivaldi, con el Cuarteto para ser tocado al final de los tiempos de Olivier Messiaen, o con la espeluznante obra et expecto resurrectionen mortuorum, para gran orquesta de instrumentos de maderas, bronces y percusión del mismo compositor, que prepara el espí­ritu para la alegrí­a del Domingo: La Resurrección. Siendo el dí­a más festivo, las tinieblas quedan atrás y deberá santificarse con grandes obras: La Misa Solemne de Beethoven, esa titánica partitura cuyo credo es la mayor afirmación de fe que compositor alguno haya escrito, y se cierra el ciclo de la Semana Mayor con la Missa Salburguensis por cincuenta y cuatro voces diferentes, cuatro cuartetos de solistas, orquesta de cuerdas, «esemble» de trompetas y timbales y dos órganos, del compositor de I. H. Biber, y cuyo «et resurrexit tertia die secundum scripturas..» cantado por el coro en triple fuga en todas las voces constituye el mayor monumento musical escrito por un compositor occidental. Muchos músicos se han quedado fuera de nuestra memoria, pero este breve recorrido musical situará al lector en una auténtica ví­a dolorosa musical y en un dorado domingo de Resurrección.